Premio Nobel de la Paz: el riesgo de las armas nucleares es mayor ahora que en la Guerra Fría

Hiroshima (TV Asahi)

 

La Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) urgió a las potencias atómicas, al recibir el Nobel de la Paz, a unirse al tratado de prohibición de esos arsenales para acabar con la «amenaza» sobre la humanidad.


«Representamos la única elección racional, representamos a los que rehúsan aceptar las armas nucleares como un elemento del mundo, unir sus destinos a las líneas de un código de lanzamiento. La nuestra es la única realidad posible, la alternativa es impensable», dijo su directora ejecutiva, Beatrice Fihn.

Fihn recogió el Nobel en una emotiva ceremonia junto a Setsuko Thurlow, superviviente de la bomba atómica lanzada en 1945 por EE.UU. sobre Hiroshima (Japón), que definió las armas nucleares como «el mal máximo» y usó el crudo relato de su experiencia para pedir el fin de una «locura» intolerable.

Fihn alertó de que el riesgo de que esas armas sean usadas es mayor ahora que al final de la Guerra Fría, por la presencia de más estados «atómicos», más terroristas y la guerra cibernética.


La directora de la ICAN rechazó el efecto disuasorio que esgrimen las potencias y sostuvo que su utilidad «real» es provocar miedo y negar la libertad, atrayendo a más países a la carrera nuclear.

Frente a la «aceptación ciega» y la negación del peligro de esas armas, llamó a reclamar «la libertad de no vivir nuestras vidas como rehenes de una aniquilación inminente» y sostuvo que la ICAN es «la voz de la humanidad» que pide su desaparición.

«La historia de las armas nucleares tendrá un final, de nosotros depende cuál será. ¿Será el fin de las armas nucleares o el nuestro? Una de esas cosas pasará», dijo Fihn, para quien el tratado apoyado en julio por dos tercios de los países de la ONU es «una luz en un tiempo oscuro», resultado de la acción de miles de personas comunes.


Thurlow, de 85 años, se refirió también a la «tremenda esperanza» que supone el tratado, en una intervención sentida que conmovió al millar de asistentes a la ceremonia celebrada en el ayuntamiento de Oslo, entre ellos los reyes y príncipes herederos noruegos y la guatemalteca Rigoberta Menchú, Nobel de la Paz en 1992.

La superviviente nipona habló del «recuerdo vivo» del bombardeo, la sensación de «flotar» en el aire, el colapso de su escuela, los gritos de sus compañeros y su sobrino Eiji, de 4 años, convertido en «un trozo fundido de carne» que siguió pidiendo agua hasta morir.


«Mientras salía arrastrándome, las ruinas ardían. La mayoría de mis compañeros de clase murieron quemados vivos, vi a mi alrededor una devastación total, inimaginable», explicó.

Thurlow emocionó al auditorio, en el que había más supervivientes de pruebas y ataques nucleares, rememorando la procesión de figuras fantasmagóricas, gente con la carne y los intestinos colgando, con las órbitas de los ojos en sus manos y el olor a carne quemada.

Su ciudad natal, incluidos familiares y 351 compañeros de clase, fue borrada, y en los años siguientes miles de personas murieron por los efectos retrasados de la radiación, «que aún hoy sigue matando».

Thurlow criticó el «mito» de que las de Hiroshima y Nagasaki fueron «bombas buenas» que acabaron con una «guerra justa» y lo culpó de la «desastrosa» carrera armamentística nuclear.

En su alocución previa, la presidenta del Comité Nobel Noruego, Berit Reiss-Andersen, calificó de «inaceptable» incluso la amenaza de usar esos arsenales y elogió a la ICAN por generar compromiso entre la gente común y darle «nueva dirección» y «vigor» a los esfuerzos por un mundo sin armas nucleares. (EFE)

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