«Haikyo», la fascinación por explorar las ruinas del Japón moderno

Edificios residenciales abandonados de la isla de Hashima (foto Oficina de Turismo de Nagasaki)

Turistas se internan en lugares abandonados, desde hospitales hasta fábricas u hoteles


Edificios residenciales abandonados de la isla de Hashima (foto Oficina de Turismo de Nagasaki)

Andrés Sánchez Braun / EFE

Visitar edificios ruinosos, antiguos hospitales, parques de atracciones abandonados u otras reliquias inmobiliarias, es hoy el pasatiempo de muchos japoneses gracias a la popularización de un tipo de turismo bautizado como «haikyo».

El «haikyo» («ruina» en japonés) consiste básicamente en explorar lugares abandonados, desde casas unifamiliares, hasta fábricas u hoteles, la mayoría fagocitados durante años por la espesa vegetación típica del archipiélago.


Muchos señalan la guía «Nippon no haikyo» («Las ruinas de Japón»), editada por Ryoji Sakai en 2007, como la obra que primero contribuyó a popularizar este fenómeno que durante los siguientes años se ha expandido a través de internet y que ha calado también en extranjeros que residen en Japón.

Uno de ellos es el británico Michael Gakuran, que considera que la gran cantidad de edificios abandonados que dejaron las quiebras empresariales provocadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria nipona hace más de dos décadas «ciertamente tienen algo que ver» con la popularización de este fenómeno en el país asiático.

Tras entrar en contacto a través de la red con esta disciplina que, según cuenta a Efe, suele atraer a aquellos «que reconocen la belleza en lo ruinoso y se deleitan con la emoción que produce explorar», Gakuran decidió visitar hace unos años con un amigo su primer «haikyo»: un hospital abandonado.


Allí experimentó esa «emoción» exploradora y se encontró con todo tipo de material abandonado, «como maquinaria vieja, registros de pacientes, mobiliario y hasta un viejo equipo de radiodifusión».

También se topó con los típicos peligros de los que suele advertir la comunidad de exploradores y para los que conviene tomar precauciones como llevar calzado con una suela gruesa y dura o usar máscaras o protecciones similares para evitar aspirar asbesto o gases tóxicos.


Gakuran y el resto de la comunidad aconsejan usar el sentido común al explorar ruinas, y recomiendan avisar a personas cercanas de que se va a visitar uno de estos lugares, evitar pisar estructuras que no parezcan sólidas o hacer notar la presencia de uno para no asustar a otros exploradores que puedan encontrarse en el mismo recinto.

El británico ofrece este tipo de consejos en su web (gakuranman.com), donde expone las excelentes fotografías de sus numerosas incursiones.

Éstas van desde el extravagante museo abandonado del monte Asama, un volcán aún activo en la provincia de Gunma (centro), hasta los restos de una academia en Kawatana (suroeste) para formar a los soldados que se introducían en los torpedos tripulados suicidas que usó la marina imperial nipona durante la Segunda Guerra Mundial.

En su página también figuran impactantes imágenes de la isla de Hashima, en la provincia de Nagasaki (suroeste), considerada por muchos una de las mecas del «Haikyo».

Más conocida como «Gunkanjima» (La isla del barco de guerra), por su parecido con un acorazado, esta colonia minera abandonada en los setenta y cuajada de edificios de hormigón gris plomizo atrae cada año a miles de aficionados al «haikyo», y hoy hasta cuenta con visitas organizadas.

Gakuran, que también suele aportar en su web la documentación que logra recopilar para reconstruir las historias detrás de muchas de estas ruinas, no brinda sin embargo ningún tipo de direcciones ni mapas para llegar a los sitios.

Esto se debe a que, tal y como ha demostrado la experiencia a la comunidad de exploradores, distribuir la localización exacta de unas «haikyo» puede contribuir a atraer a visitantes menos considerados que destruyan estos espacios.

Por ello, los que practican este tipo de turismo y escriben sobre ello en internet se debaten muchas veces entre el gusto por difundir lo que encuentran y la necesidad de preservar el estado natural de estas ruinas.

Además, como recuerda Gakuran, popularizar estos lugares en exceso puede llevar a que su dueños los derriben o los precinten, para evitar que los visitantes puedan sufrir algún tipo de accidente y además interpongan denuncias contra ellos, dada su condición de responsables legales.

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