Regreso con mochila, por Javier González-Olaechea Franco

Lula (Foto Fabio Rodrigues Pozzebom/Agencia Brasil)

Tras haber perdido dos elecciones presidenciales y ganar tres, el fundador del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años, entra a la historia como el único en alcanzar tres veces la presidencia brasileña.

No obstante, su elección nos obliga a entender mejor lo sucedido y la realidad que enfrenta, en lugar de limitarnos a subrayar que las cinco principales economías regionales son, por primera vez al mismo tiempo, izquierdistas: Brasil, México, Colombia, Argentina y Chile. Veamos.


En una campaña teñida por la guerra sucia, Lula obtuvo la presidencia por menos de dos puntos porcentuales. En el Congreso, recurrentemente atomizado, el líder obrero está en franca minoría y el bolsonarismo es la bancada más numerosa en diputados, situación que le plantea el primer gran reto político: guiarse por el principio de primacía de la realidad acordando con transparencia.

Los brasileños perfilaron un sistema que denominan “presidencialismo de coalición”, en cuya virtud se gestan alianzas, de votación en votación, por afinidades políticas o por bancadas temáticas –agroexportadoras o extractivistas, por ejemplo–. De concretarse, sin embargo, estas constituyen acuerdos precarios y políticamente costosos, por cuanto las sombras de las transacciones sin rubores ni colores son la razón del juego de roles entre el gobierno y los congresistas.

Y viene a cuento lo descrito porque Lula, tras su primera presidencia, fue reelegido a pesar del escándalo del ‘mensalão’ o ‘grandes mensualidades’ que se pagaron a muchos diputados y líderes políticos a cambio de votos, demostrando sus electores su pragmático afecto por la moral pública cuando crecen la economía y el tamaño de sus bolsillos. Recordemos que entonces la economía china galopaba boyante, llevando a los ‘commodities’ a récords históricos y a Brasil a un crecimiento anual de 7,5% incluso hasta el 2010.


La asunción de Dilma Rousseff en el 2011 a la presidencia no enterró el trueque de mensualidades. Ella, de joven marxista-leninista y condenada a prisión por subversión por el tribunal militar, gobernó con tranquilidad hasta que, en el 2013, como en Chile hace cuatro años, la subida de los precios del transporte generó luengos días de protestas callejeras.

Sin importarle parecer la marioneta de Lula a raíz de los destapes de corrupción y lavado de dinero del 2014 que salpicaban al sindicalista, Rousseff lo designó ministro de la Casa Civil, acto criticado mundialmente destinado a blindarlo con una protección dolosa. Otros escándalos de ilícitos que la salpicaron se sumaron para que el Senado la destituyera en agosto del 2016.

La respuesta política a la corrupción vivida llegó con la elección de Bolsonaro hace cuatro años. El ‘Trump brasileño’ hizo más visibles las prioridades del conservadurismo local a favor de la militarización de la política y del combate a la delincuencia, la liberación de la venta de armas, el libre mercado y la política contra el aborto, principalmente.


La reciente victoria de Lula conjuga varios factores. Ofreciendo transparencia, se presentó defendiendo el amor, la democracia, el combate contra el hambre y el desempleo, y ¡qué paradoja! como garante de la estabilidad económica necesaria para revertir la inflación y procurar más inversiones y empleo.

Para sacudirse del catafalco Odebrecht, entre otros, incorporó como vice de su candidatura a su antiguo contendor presidencial, el centroderechista, calmo e ilustrado Gerardo Alckmin, y consiguió el apoyo de su histórico rival Fernando Enrique Cardoso, generando una alianza mayor que partió prácticamente en dos mitades al gigante sudamericano.


Lula también supo aprovechar las acusaciones contra Bolsonaro y su indolencia por los 680.000 compatriotas caídos en pandemia en un país donde la gente baila, ríe, llora, corrompe, mata y juega fútbol, siempre en grado mayúsculo. El próximo presidente, dos veces preso, recibe un país muy desconfiado, económicamente desacelerado, con inflación e impactado por la guerra ruso-ucraniana que augura cielo nublado y seguras tormentas.

La política no perdona fácilmente el voto anti y, así, Lula resucitado regresa al escenario de los mayores escándalos en Brasilia con una mochila llena de piedras.

(ARTÍCULO PUBLICADO EL 1 DE OCTUBRE DE 2022 EN EL DIARIO EL COMERCIO, LIMA, PERÚ. PUBLICACIÓN AUTORIZADA POR DICHO MEDIO Y POR EL AUTOR)

 

(*) Javier González-Olaechea Franco. Doctor en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista.

 

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