Por Jorge Barraza*
“Yo entrené al verdadero Ronaldo, al brasileño”, ironizó José Mourinho chicaneando a su compatriota Cristiano. Luego dijo que no lo dijo. Es lo de menos, nos dio el disparador para un análisis apasionante: ¿cuál es el verdadero Ronaldo…? ¿Cristiano…? ¿El Gordo (dicho afectuosamente)…? ¿o Ronaldinho, que también era Ronaldo al momento de aparecer y luego le agregaron el “inho” para diferenciarlo del Fenómeno…?
En nombre de una supuesta seriedad alguien dijo que no se debe comparar y millones adhirieron. Comparar es maravilloso. Permite justamente echar luz sobre un asunto, desentrañarlo. Además, es un inofensivo juego periodístico. A los hinchas nos encanta debatir sobre tal o cual.
“O Fenómeno” es el apodo perfecto para Ronaldo Nazario de Lima. Fue exactamente eso. Superdotado técnicamente, quizás hasta más que Dinho, sólo que tuvo que luchar contra una carrocería que parecía no ser para él. Se lo veía incómodo en ella. Era un Rolls-Royce adentro de un furgón. Tanto talento merecía un físico mejor, más ágil, menos permeable a las lesiones. Dios le dio una habilidad notable y unas rodillas miserables.
Sumados todos su períodos de inactividad, estuvo tres años sin jugar. Y eso entre los 24 y los 32 años. Fácil, tendría 100 goles más. Pero el físico es parte del todo.
No obstante, en su esplendor, antes de la primera rotura del tendón rotuliano (tuvo tres), lucía una potencia fantástica, propia de su ascendencia afro: encaraba y pasaba entre tres. Terrible en el uno contra uno. Es el más natural de los tres, lo suyo era todo espontáneo. Un genio en el arte de controlar el balón. Dominaba y acomodaba la bola para su mejor perfil en el mismo acto. Y con ambas piernas. “Control orientado”. Ganar un tiempo en el área es el 50% del gol. Su devolución de pared corta fue algo supremo, exquisito. Pasaba entre medio de un regimiento tocando a 80 centímetros. Tiki-taka brutal.
Goleador importante (423 gritos), definidor notable, con todas las variantes posibles. Eludir al arquero y empujarla al gol con el arco vacío le resultaba más fácil que tomarse un helado de crema. ¡Su bicicleta a la carrera generó tantas entorsis en el fútbol! Pasaba una y otra vez las piernas sobre la pelota y luego salía para el lado menos predecible.
Quizás más que sus lesiones lo dañaron sus codiciosos representantes, que lo llevaron de un club al otro (con su connivencia). Esto le impidió ser auténtico ídolo en un club. Quedó como un jugador de la Selección Brasileña. También le faltó alma de número uno. Fue mucho más amigo de la luna que del sol. Y lo pagó.
De algo se puede estar seguro: de ninguno de los otros dos Ronaldos puede decirse que fueron superiores a él.
Ronaldo de Assis Moreira representa la fantasía, la magia en estado puro. No es el billarista que juega a tres bandas para hacer 500 carambolas y ser campeón. No. Él pica la bola blanca para que toque la roja, se suba a la banda de madera, venga toda a lo largo hacia atrás, entre de nuevo al paño y pegue en la amarilla. Si además eso sirve para ser campeón, mejor.
Dueño de un carisma excepcional y un atrevimiento único para hacer piruetas, sea en el patio de la casa o en una final, en el Bernabéu o en el Maracaná. Con un tremendo convencimiento de que el espectáculo es él. De un sentido chaplinesco. Pero también un jugador colosal, con un físico perfecto, ganador, de fantástica pegada tipo “folha seca” en los tiros libres. El Barcelona, que vivía a la sombra de los éxitos del Madrid, le debe a él su resurrección. Llegó en 2003 y le cambió la vida al club, lo alegró, lo volvió ganador, sepultó la paternidad madridista. A partir de él vino todo lo demás.
El más vistoso e imaginativo de los tres, también el menos goleador (259 oficiales en clubes y Selección Mayor), aunque esto es lógico debido al puesto, él es volante ofensivo y los otros dos atacantes netos. Poseedor de una alegría innata para jugar, divertirse, divertir y ganar. Una virtud excelsa: la de recibir perfilado hacia el arco rival, no de espaldas, que gracias a su extraordinario dominio le ahorra un tiempo y el escollo que significa darse vuelta, algo similar a lo del Gordo (aunque lo de este era sensacional).
Su contra es parecida a la del Fenómeno: mucha noche. La noche le come los cuádriceps al futbolista, y eso es letal.
Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro es el afiche del atleta, un físico excepcional metido en un profesional esmerado, casi obsesivo. Eso le da velocidad. Y jamás una lesión. Ello puede que le permita llegar impecable hasta los 35 años. Para esa edad, el Gordo estaba marchito. Y Dinho capaz que retirado. El portugués ya tiene 364 goles. Es dable esperar que orille los 600. Eso lo convertiría en uno de los seis o siete más grandes artilleros de la historia. Es posible que nunca sea campeón del mundo, pero hay que ver que juega para Portugal.
Una habilidad, la de Cristiano, más prefabricada que la de los dos brasileños, menos graciosa. Lo de él es más simple: corrida, balazo y gol. No por ello menos espectacular. Sí necesita más campo abierto para hacer doler su carrera y su disparo. Con pelota quieta es mortífero, muy superior a los otros Ronaldos (y eso que Dinho le pega fenómeno). Además, inventó una forma de pegarle, muy extraña, en la cual el balón pasa por encima de la barrera, baja con todo y viborea.
También es el mejor cabeceador del trío. Llega a saltar hasta 78 centímetros del suelo. No sólo eso, en el aire elige el lugar y la pone ahí. Fuerte, por lo general cerca de los palos. Su cabezazo ante el Barsa cuando ganaron la Copa del Rey 2011 fue como una volea con el pie. Lo cotizan en 100 millones de euros y no se le mueve un pelo, asume el protagonismo con absoluta naturalidad. Nació para conducir una Ferrari, tener una novia despampanante y jugar en el Real Madrid. Ni un poquitito menos. Divo total.
Los tres fueron Balón de Oro y han ganado montañas de títulos. No hay un Ronaldo verdadero, los tres lo son.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.