Takashi Morita, un japonés de 99 años que reside en Brasil, sobrevivió a la bomba atómica en Hiroshima en 1945. Tenía 21 años y era un policía militar.
En declaraciones a Mainichi Shimbun, recuerda que fue empujado hacia atrás por la explosión, a unos 1,5 kilómetros de donde cayó la bomba. También recuerda largas filas de personas con la piel quemada.
En 1956, Morita migró a Brasil con su esposa y sus dos hijos. Ellos no querían, pero él los persuadió. Vendió un negocio de relojes y un terreno. Su destino inicial fue una habitación individual en una casa comunal en Sao Paulo. No dormían en camas, sino en baúles de mimbre.
¿Por qué habían emigrado? ¿Cómo sobrevivirían en un país con un idioma diferente? Morita lamentó haberse ido de Japón, pero se guardó el sentimiento.
El inmigrante abrió una pequeña tienda de comestibles japoneses llamada Sukiyaki y poco a poco la familia pudo salir adelante. El plan era vivir en Brasil solo 10 años, pero se quedaron para siempre.
En enero de 1984, Morita se enteró a través de un periódico local que se publicaba en japonés que el gobierno de Japón ofrecía ayuda a los hibakusha (supervivientes de la bomba atómica).
Pero la ayuda se limitaba a los hibakusha que residían en Japón, excluyendo a personas como él.
En julio de ese año, Morita fundó una organización de sobrevivientes del bombardeo atómico, Asociación de Hibakusha-Brasil por la Paz.
Visitó Japón para solicitar ayuda a instituciones públicas como el Ministerio de Salud y el gobierno de Hiroshima.
“Usted abandonó su país, ¿no es así? Vaya a pedirle apoyo al gobierno de Brasil”, le dijo un funcionario. Morita se sintió desolado: su país de origen, que amaba, lo había abandonado.
“Los hibakusha son hibakusha, sin importar en qué país vivan”, enfatiza.
Pero Morita no se quedó de brazos cruzados e inició una batalla legal contra el Estado japonés, que sumadas a otras por parte de supervivientes en países como Corea del Sur, empujaron al gobierno nipón en 2003 a eliminar la medida que restringía la ayuda a los residentes en Japón.
Para Morita es importante que los hibakusha hablen para impedir que la tragedia se repita. “Los hibakusha hemos estado transmitiendo el horror de las armas nucleares, por eso no las han vuelto a usar. Si hubiéramos cerrado la boca, podría haber estallado una guerra nuclear”, afirma.
Hace alrededor de 10 años, Morita y dos hibakusha residentes de Sao Paulo, Junko Watanabe y Kunihiko Bonkohara, montaron una obra teatral en portugués para compartir sus experiencias.
La obra se mantiene, pero con otros actores debido a la avanzada edad de sus protagonistas originales. Es una buena manera, dice, de llegar a los jóvenes.
La invasión rusa de Ucrania, que volvió a instalar en el mundo el miedo a una guerra nuclear, hace más importante aún el mensaje de los supervivientes.
“No hay forma de que los hibakusha podamos callar”, concluye Morita. (International Press)
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