(ARTÍCULO PUBLICADO EL 25 DE JUNIO DE 2022 EN EL DIARIO EL COMERCIO, LIMA, PERÚ. PUBLICACIÓN AUTORIZADA POR DICHO MEDIO Y POR EL AUTOR)
Tras dos intentos previos y más de seis décadas de terror, el exdirigente del movimiento guerrillero M-19 y economista de 62 años, Gustavo Petro, ha partido a su país en dos mitades, finiquitado el luengo bipartidismo y logrado la primera presidencia izquierdista colombiana.
La fuga de capitales, la devaluación del peso y la inflación creciente licúan los ingresos y podrían pronto sepultar los votos propios y prestados.
Con calculada prudencia proselitista, Petro se declaró un “revolucionario obstinado y progresista” antes que izquierdista, evitando que su pasado lo derrote. Su triunfo en segunda vuelta lo sitúa en una situación muy parecida a la del gobernante que padecemos los peruanos porque en el Senado obtuvo 17 de 108 curules y en la Cámara de Representantes alcanzó 25 de 188 asientos, también con un Congreso fracturado.
Colombia es el segundo país más desigual de América Latina, según el Banco Mundial. El 12,5% de su población vive en condiciones por debajo de la pobreza, el 46,7% de sus hogares oficialmente se considera pobre y el índice de percepción de corrupción es altísimo y creciente.
Su bello lema de campaña “cambio por la vida” se estrella con concreto armado. La fuga de capitales, la devaluación del peso y la inflación creciente licúan los ingresos y podrían pronto sepultar los votos propios y prestados.
Dado que para atender las esperanzas se necesita dinero, ergo, calmar los mercados y generar un concierto de voluntades, por razones de espacio subrayaré los que hasta ahora parecen ser los más inmediatos retos.
El exalcalde bogotano y exsenador ha anunciado un “diálogo nacional plural y multicolor”, pero, para que fructifique, las convergencias deben ser políticamente aceptables, técnicamente viables y financieramente sostenibles.
Petro postula sustituir las industrias extractivas, propuesta que sepulta a Ecopetrol con sus importantes ingresos; también anunció la revisión de los tratados de libre comercio.
Tras mucho batallar, Colombia es parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), sociedad compuesta por 38 países cuyo objetivo es coordinar sus políticas económicas y sociales para potenciar su desarrollo. La OCDE le abrió la puerta para que, cumpliendo progresivamente con sus reglas, regulaciones y controles, se beneficie de sus altos estándares.
Colombia ha implementado la consulta previa generando cientos de acuerdos por miles de millones de dólares anuales. El acuerdo es ley exigible judicialmente. ¿Podría tumbarse una minera canadiense sin perforar las reglas de la OCDE y de un acuerdo producto de consultas? No. Más bien, por lo ya mencionado, debería optar por un referente de la ortodoxia económica como ministro de Hacienda.
Los conflictos no desaparecen cerrando los ojos. ¿Cómo generar confianza en las fuerzas armadas si al menos nueve jefes guerrilleros regionales no acataron la paz y siguen en concubinato poligámico con el narcotráfico y otros delitos en montes que Petro bien conoce por años combatiendo y sobreviviendo bien apertrechado?
Hasta ahora, los ruidosos anuncios no emanan de una dulce flauta. La zozobra aumenta porque habiendo estado de amoríos con Hugo Chávez, el electo presidente ahora dialoga con el narco dictador bolivariano para abrir las fronteras, estulticia a la que añade un afiebrado deseo de liberar jóvenes presos por violencia contumaz, acompasado por la grita de su portátil por ahora rosada.
Con heridas abiertas y retos de magnitudes, los acuerdos de la presidencia Petro deben ser más que suficientes y ejecutarse eficazmente. Si así ocurre, la productiva, bella y musical Colombia dará una lección sin fronteras. Caso contrario, el mandato presidencial será, como en “Cien años de soledad”, el padecimiento de mujeres tristes que no pudieron amamantar a su hija Colombia.