A medida que se acerca la hora de cierre, los supermercados aplican mayores descuentos para que los clientes se animen a comprar los productos próximos a perecer.
En un súper en una zona rural en Japón, una empleada de 23 años, alrededor de las 6 p. m., comienza a colocar en ciertos artículos -pollo frito, croquetas de papa, etc.- una etiqueta para indicar un descuento de 20 %. Avanza la hora y entre 7 y 7:45 p. m., la mujer pone otro sticker para anunciar un descuento aún mayor, de 50 %.
Los clientes lo saben, así que andan al acecho, esperando que la chica ponga la etiqueta con el descuento de 50 % para llevarse el producto. Hasta ahí, todo bien. Los problemas comienzan cuando los usuarios se ponen pesados.
La empleada ha compartido en internet su experiencia con esta clase de clientes, a quienes se refiere como «mendigos de supermercados», revela el portal SoraNews24.
Estas personas no se limitan a esperar que ella coloque las pegatinas de 50 % de descuento. Antes de que lo haga, le piden, de manera grosera, que pegue de una vez las etiquetas. No quieren esperar.
Algunos no esperan: cogen los artículos que quieren llevar, los meten en sus canastas y cuando ven a la chica le exigen que coloque las pegatinas. Hay quienes, peores aún, ni siquiera hablan, simplemente le arriman el producto.
El supermercado tiene como política no colocar las etiquetas de descuento en los productos que los usuarios han tomado de manera anticipada y colocado en sus canastas. Sin embargo, para no tener problemas con los usuarios, por lo general la trabajadora les da las pegatinas de descuento. Cuando no lo hace, le gritan.
Un día tuvo una experiencia muy desagradable con un hombre de mediana edad. El sujeto se le acercó, le dio una palmada en el trasero y le dijo: «¡Oye, pégalo!», refiriéndose al sticker. La mujer se enfadó y señaló el letrero en el cual se indica que los clientes deben esperar que los artículos tengan los stickers de descuento antes de cogerlos.
El hombre no se disculpó. Chasqueó la lengua, en señal de disgusto, y lentamente comenzó a sacar los artículos de la canasta para que ella colocara los stickers. Lo hacía con tanta lentitud que la trabajadora se enfadó más aún y decidió atender a otros clientes, que también esperaban las pegatinas de descuento.
Cuando terminó de atenderlos, el hombre volvió con los artículos que aún no tenían las etiquetas. Esta vez ofreció disculpas y, con humildad -nada que ver con la prepotencia de antes-, le entregó los productos para que ella colocara los stickers.
Sin embargo, cuando la chica terminó, el sujeto se fue sin decir nada, ni siquiera “gracias”. (International Press)
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