Misaki Katayama tenía 18 años cuando murió el 11 de marzo de 2011. Había culminado sus estudios de koko y se preparaba para ingresar a una escuela de cocina el 1 de abril de ese año.
El día en que un terremoto y un tsunami devastaron la región de Tohoku, ella estaba en una escuela de manejo en la prefectura de Miyagi. Quería sacar su licencia de conducir.
Cuando se produjo el terremoto, su madre, Reiko, le escribió por teléfono para preguntarle si estaba bien. La joven contestó que sí. Fue la última vez que Reiko tuvo contacto con su hija.
Diez días después, el cuerpo de Misaki fue encontrado debajo de unos escombros cerca de la escuela de manejo.
Mainichi Shimbun cuenta cómo ha sido la vida de la mujer desde que perdió a la mayor de sus hijas.
A Reiko le resultaba doloroso ver a chicas de la edad de Misaki. Cuando estaba conduciendo y en la radio ponían la canción “Eiko no Kakehashi”, del dúo Yuzu, que se tocó en la ceremonia de graduación de Misaki, la madre recordaba la cara sonriente de su hija y se echaba a llorar.
Justo antes del primer aniversario del desastre, hubo un punto de inflexión de su vida. La pérdida de una hija es irreparable, pero es posible encontrar cierto consuelo.
Reiko se enteró por una persona conocida que había una tienda de flores cercana con muchas rosas hermosas. Fue a curiosear con su esposo y estaba viendo las flores cuando de pronto encontró una que llevaba el nombre de su hija. La mujer sintió de inmediato la conexión con su hija, como si la hubiera vuelto a ver y se llevó un tallo a casa.
Lo plantó en su jardín y comenzó a cuidarlo. «Al cuidar (la planta), sentí una razón para vivir», dice. Ese verano produjo su primera flor rosa pálido. Reiko cortó la flor y la colocó frente al butsudan de su casa. Juntó sus manos y dijo: «Mira, ha florecido bellamente».
Misaki, la flor, ocupa una esquina del jardín de su casa. Disfruta ver cómo crece, fuerte y bella. Es como si Misaki, su hija, floreciera.
«Las flores tienen varias capas de pétalos cuando florecen, y son realmente hermosas. Tienen un bonito tono de rosa, que a Misaki le gustaba», dice.
Las rosas no eran un elemento extraño en la relación entre madre e hija. Cuando Reiko retornó a su casa tras asistir a la ceremonia de graduación de su hija, encontró una rosa amarilla en una maceta en un tocador. Al lado, había una nota escrita por la hija dirigida a su mamá: “Lamento haberte causado tantos problemas a lo largo de los años. Muchas gracias por criarme”.
Reiko siente que el día en que Misaki murió el tiempo se detuvo para su familia.
Todos los días, coloca el desayuno favorito de Misaki (pan, yogur y café) delante del retrato de su hija y le dice: “Nos estás cuidando a todos, ¿no? Junto con la rosa Misaki en nuestro jardín”. (International Press)
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