Ser pobre en Japón: cuando cada yen cuenta

Cuando eres pobre cada yen cuenta. Nunca se ahorra lo suficiente. La revista Spa! ha entrevistado a diversas personas -identificando a cada una con un seudónimo- en Japón para conocer cómo sobreviven a la pobreza. Japan Today publica pasajes del reportaje.


La Sra. Maeda no tiene agua. Se la cortaron porque no tiene el dinero suficiente para pagarla. Cuando la necesita, acude a un parque cercano (a dos minutos a pie de su vivienda) con un balde, abre el caño y lo llena de agua. Los fines de semana va con sus hijos de 11 y 8 años. Para el menor, es como un juego. El mayor, en cambio, se siente avergonzado.

El esposo de la Sra. Maeda trabaja, pero aunque sus ingresos están por encima de la línea de la pobreza, según los estándares del gobierno de Japón, el hombre es un adicto al juego y debe cinco millones de yenes (44.900 dólares). Para ahorrar electricidad, toda la familia vive en una sola habitación.

El Sr. Yoshida tiene 33 años, es soltero, trabaja en una fábrica y su salario neto mensual asciende a aproximadamente 140.000 yenes (1.257 dólares). Su salud no es buena. Para gastar menos, adquiere onigiri y pan cerca de su fecha de vencimiento o cuando esta ha expirado. Sin embargo, se las arregla para comer tres veces al día.


La Sra. Takada tiene 42 años y solo come dos veces al día. Debido a su precaria salud, tuvo que dejar su trabajo. “¡No hay problema!”, dice con jovialidad. La mujer asegura que una vez que te acostumbras, vivir con poco es extrañamente satisfactorio: «Prefiero ahorrar unos pocos yenes que tener una gran comida. Ya ni siquiera siento la necesidad comer carne o pescado”. Para ella, dos rebanadas de pan dos veces al día son suficientes. En una rebanada echa mayonesa; en la otra, mantequilla de maní.

La Sra. Furusawa es una madre soltera de 42 años. Tiene una hija pequeña. Posee una vivienda propia, así que al menos se ahorra el pago de alquiler. Al mes recibe 40.000 yenes (359 dólares) del padre de su hija. Igual, hay que ajustarse el cinturón.

En este intenso verano, para no prender el aire acondicionado y ahorrar luz, madre e hija tienen dos opciones: pasar varias horas al día en una biblioteca pública o en un centro comercial. En la biblioteca, ambas cargan sus smartphones.


En el mall hay una clínica de donantes de sangre. Los donantes pueden comer todos los snacks y beber todo el jugo, té o café que puedan. Una vez cada dos semanas, el máximo permitido, la Sra. Furusawa dona sangre.

A casa madre e hija solo van a dormir.


La mayoría de personas entrevistadas por la revista no están amargadas por su situación. Parecen acostumbradas a la escasez. Incluso convierten cada yen ahorrado en un logro. (International Press)

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