Por Jorge Barraza
El acero del casco era de mala calidad, faltaban botes salvavidas, se desoyeron los alertas de icebergs, la arrogancia por batir un récord hizo que se aumentara la velocidad de crucero cuando la prudencia aconsejaba reducirla, se enviaron tardíamente los pedidos de auxilio (también por soberbia), la evacuación fue torpe… El destino no tuvo nada que ver con la tragedia del Titanic, fue una sucesión de calamidades humanas que comenzaron en la construcción del barco, siguieron en la vanidad del propietario de la White Star Line y culminaron con el reblandecido capitán Smith.
El destino puede decir lo mismo en el caso del Chapecoense: a mí que me revisen… Destino es que un rayo parta en dos el avión. En este caso fue un collar de graves decisiones las que determinaron la muerte de 71 personas y las severas heridas de otras 5. Fallas que segaron la vida de 19 futbolistas, 18 miembros de su cuerpo técnico y 7 dirigentes de un club que iba al encuentro de su primera cita con la gloria. Y toda una ciudad, que flotaba en una nube de ilusión y orgullo, quedó destrozada, hundida en un mar de llanto. Con ellos murieron 20 periodistas que acompañaban la aventura y la mayor parte de la tripulación.
Estamos en Sudamérica. Allí arranca todo, es la primera y triste explicación de sucesos inexplicables. La corrupción y la desorganización nos tornan siempre más vulnerables. ¿En Europa, se caería por falta de combustible el avión del Real Madrid que va a disputar la final de la Champions…? Seguramente hay menos posibilidades. Inexplicable es que un equipo brasileño, que a pesar de ser pequeño (no pobre) maneja un presupuesto alto y percibiría una suma significativa por protagonizar el desenlace de la Copa Sudamericana, busque precio de ganga en un rubro tan sensible como es un traslado aéreo. Que terminó pagando con sangre. Y además no fue tan chárter, pues primero debió ir de San Pablo a Santa Cruz de la Sierra en avión comercial. Es decir, ni el precio ni la comodidad ni el tiempo ni la reputación de la “empresa” justificaban la elección. Y estamos hablando de un periplo importante: de San Pablo a Medellín son 5 horas 42 minutos. Si salían de Chapecó rondaba las 6 horas. Pero alguien empujó al Chape hacia la ya tristemente célebre LaMia…
Inexplicable que una “empresa” cuya flota es un avión (los otros dos sin condiciones de volar no cuentan), sin predicamento y de oscuros orígenes haya ganado de golpe el mercado del fútbol continental y se autotitule “la línea áerea oficial de la Copa Sudamericana”. El infausto piloto Miguel Quiroga así lo promocionó en un video al pie de la máquina, antes del fatídico último viaje.
Estamos en Sudamérica. Allí arranca todo, es la primera y triste explicación de sucesos inexplicables. La corrupción y la desorganización nos tornan siempre más vulnerables.
Absurdo que selecciones como Argentina y Bolivia, clubes del porte de Atlético Nacional, Cerro Porteño, Olimpia, Sol de América, Blooming, The Strongest y varios más se arriesgaran a hacer viajes de largo recorrido en un avión que no están en condiciones de revisar, con un plan de vuelo que no saben controlar, con un piloto del que se ignora su idoneidad y sin saber incluso si tiene lo elemental: el combustible necesario. Las grandes compañías de aviación, suponemos, hacen un exhaustivo mantenimiento de sus naves, fiscalizan a su personal y cumplen escrupulosamente el protocolo de seguridad. Pero ¿qué es LaMia como para subirse tan alegremente a un vuelo de 3.000 kilómetros…?
Este último viernes se realizó en Buenos Aires el simposio anual de la ANAC (Administración Nacional de Aviación Civil) y el tema excluyente entre pilotos, controladores aéreos y expertos en la materia fue el accidente del Chapecoense. El presidente de la Asociación de Controladores de Tránsito Aéreo, Eduardo Keledjian, señaló que el desastre “pudo aún ser mayor si el avión de LaMia colisionaba con algunos de los dos aviones que estaban por debajo de su nivel en el transcurso de la espera. El avión de LaMia volaba en un tercer nivel de espera a 21.000 pies y debajo suyo había otras dos aeronaves, una a 19.000 y otra a 17.000 pies. Cuando el comandante de la nave se quedó sin combustible se tiró hacia abajo tratando de planear para llegar a la pista y pasar entre los dos aviones que estaban por debajo de su nivel a ciegas. Podría haber chocado con cualquiera de los dos”.
Peor que ello, durante el simposio se exhibió el plan de vuelo LaMia, un desatino hasta para quienes somos legos en aeronáutica: el tiempo de vuelo dice “4 horas con 22 minutos”, mientras que la autonomía de combustible prevista consignaba el mismo valor: “4 horas con 22 minutos”. «Es imposible que un Plan de Vuelo así pueda ser aprobado», dijo a la agencia Télam Norma Márquez, jefa de Seguridad Operacional de la EANA (Empresa Argentina de Navegación Aérea Sociedad del Estado). “No obstante pasó por cuatro controles: el comandante de la nave, el primer oficial, el despachante del vuelo y el control de vuelo. No puede ser que ninguno haya advertido semejante error. No sólo no tenía combustible para un eventual aeropuerto de alternativa, sino que mucho menos para volar durante 45 minutos más, según lo establecen las normas de seguridad internacionales», explicó Márquez.
Ajenos a estas graves anomalías que atentaban contra sus vidas, los futbolistas reían en la cabina, como lo muestra el mismo video donde habla Quiroga, felices y absolutamente ignorantes de la irresponsabilidad a que estaban sometidos.
El 9 de febrero pasado, la delegación de Huracán casi se mató en Caracas porque el bus que la trasladaba al aeropuerto se quedó sin frenos en una interminable bajada. En una maniobra casi heroica, el chofer esquivó durante varios kilómetros a otros autos y se subió exprofeso a una rampa elevada para poner fin a la alocada carrera. El bus volcó y hubo 25 heridos, un jugador se fracturó una pierna, otro perdió dos dedos de un pie… Sólo Dios quiso que no fuese una desgracia mayor. Nadie, en el fútbol sudamericano, tomó nota de cómo son los traslados de los equipos. Se anuncian pomposamente copas y partidos “imperdibles”, pero detrás de la escena reina la improvisación..
No sabemos quién, pero no existe ninguna duda: alguien estuvo cabildeando para promover a LaMia y hacer un buen negocio con sus vuelos chárters. Hasta suceder lo que la lógica, no la fatalidad, marcaba que sucedería: una catástrofe. La congoja va a durar, los homenajes continúan. Es la parte más noble y conmovedora de este monstruoso suceso. Ahora llegó el momento de investigar.
(*) Columnista de International Press desde 2002. Ex jefe de redacción de la revista El Gráfico.
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