Se aseguró que el libro impreso era un moribundo que dejaba paso a las obras digitales, pero hete aquí que al parecer la literatura digital no triunfó…
Seguramente los dos primeros actos conscientes de mi vida después de levantarme son encender la computadora y, a falta de mayordomo, bajar del piso 9 a planta baja a recoger los diarios; dos, La Nación y Olé. Ya en el ascensor, mientras subo, leo los titulares. Luego de entrar en comunión con la noticia, recién allí, comienzo formalmente el día. No acudo a la televisión ni a la radio: al diario.
El diario impreso me sigue pareciendo una rutina fantástica, un producto elaborado, pensado, barruntado diría. Creo que todos compartimos una sensación: que la TV y la radio pueden equivocarse, el diario no. “Salió en el diario” es una frase que empuñamos como si se tratara de algo bíblico, infalible. Aunque no sea así, lo sentimos. Salvo los escritos a velocidad cuando aprieta el cierre, los artículos del periódico tienen un acabado y una argumentación que la rapidez que exigen los medios audiovisuales no permiten. Una columna de opinión en radio o TV no sólo es válida sino que tiene el agregado de la entonación, el énfasis y hasta la gestualidad; pero en el diario dispone del tiempo para la brillantez, el enriquecimiento.
Un mes atrás, el 26 de marzo, salió a la calle la última edición en papel de The Independent, un diario londinense con 40 años en el mercado. Una pena. Siempre que desaparece un medio gráfico es una pérdida. The Independent continúa en Internet, aunque no es igual. El papel tiene la constatación física, la contemplación gráfica. Cuando vamos a una biblioteca y accedemos a una colección de diarios o revistas de hace un siglo nos maravillamos. Lo tocamos como si estuviésemos acariciando la carcasa del Titanic, nos remite a la historia, al simple aunque siempre misterioso transcurrir de la vida. La palabra escrita sobre el papel tiene, además, una poderosa fuerza oculta.
Los augurios sobre el futuro del diario impreso son unánimemente sombríos. El dictamen general es que desaparecerán en un futuro muy cercano. Estamos en la era digital; de los medios en línea o audiovisuales. Hay una realidad: no hay un joven de 30 años para abajo que se acerque a un quiosco y compre el diario. Ellos ya no están habituados a leerlo de ese modo. Lo hojean en la casa familiar si allí se compra. Se venden muchos menos. Roberto, dueño del principal puesto de diarios, revistas y libros del aeropuerto, en Buenos Aires, nos decía: “Hasta hace diez o quince años, nos dejaban 1.350 ejemplares de Clarín por día. Y se vendían todos. Hoy traen 350 y hay devolución”. Dato indiscutible.
También debe apuntarse que los jóvenes de 30 años para abajo tampoco son grandes lectores. Ni medianos. No leen o lo hacen muy poco. Tienen avidez comunicacional, están en Facebook, Twitter, se informan por Internet (donde hay mucho material de lectura), pero van a lo rápido, a lo sucinto. Hay que disfrazarse de Borges para ser cada día más concisos en la noticia, en el titulado. Nos preguntamos: si se va el papel, ¿no se va también en buena medida la lectura…? Hay una inclinación humana por leer lo que está en un papel y mirar lo que muestra una pantalla.
Es inquietante porque la lectura nos cambia la vida, nos instruye, nos educa, nos abre horizontes, nos activa el ingenio y hasta la iniciativa. Nos hace personas más completas y libres. “Una persona que lee vive mil vidas antes de morir, una que no lee tiene una sola”, dice una frase cuya autoría es imprecisa.
Es inquietante porque la lectura nos cambia la vida, nos instruye, nos educa, nos abre horizontes, nos activa el ingenio y hasta la iniciativa.
No obstante, nos permitimos abrigar algunas dudas sobre la agonía del diario en papel. También se aseguró que el libro impreso era un moribundo que dejaba paso a las obras digitales, pero hete aquí que al parecer la literatura digital no triunfó, es incómoda o no tiene el encanto de la impresa. Sus ventas no son significativas o al menos no las que se presagiaban, por ello las editoriales han redoblado la apuesta y, en conjunto, lanzan cientos, miles de títulos todos los años. Las imprentas trabajan a destajo. Y las ferias del libro son un éxito en el mundo. El libro es hermoso tocarlo, palparlo, subrayarlo, hacerle anotaciones, tenerlo en la mochila o en la mesa de luz. Y regalarlo. ¿Quién regala un libro digital…?
Se ha dicho que la desaparición del diario impreso traerá beneficios medioambientales, sin embargo el papel se recicla. Y se puede ahorrar celulosa evitando emitir boletos, facturas y todo tipo de formularios electrónicos.
Lo curioso es que los grandes portales en línea, en general, siguen siendo los diarios, como El La Razón en Bolivia, El Universo en Ecuador, El Tiempo en Colombia, El Comercio en Perú, La Nación o Clarín en Buenos Aires, El País en Madrid, etcétera. Estos mismos medios se devanan los sesos pensando en nuevas plataformas digitales y contenidos multimedias, pero Internet tiene, por ahora, un serio problema comercial: no monetiza. La publicidad en la red es aún bastante pobre. Y molesta. Nosotros entramos diariamente en Marca, de Madrid, y para llegar a la información hay que descorrer una serie de velos publicitarios, como quien entra en un salón y debe atravesar primero una sucesión de pesados cortinados. El usuario, cuando entra en Internet, no quiere ver publicidad, va directo al contenido. Que una publicidad se interponga entre su avidez y la nota, lo fastidia.
Al mismo tiempo, persiste aún la idea de que lo que aparece en Internet es algo “que hace alguien”, que viene del aire o que es obra del Espíritu Santo. Error: lo hacen los periodistas. Montar un sitio en red que sea atractivo requiere de mucho personal y tiene mil veces más competencia que el diario impreso. Diarios hay pocos, páginas de Internet, miles. Hace ya once años, el secretario de redacción de Clarín.com nos dio que, en ese momento, tenían 80 redactores. ¡En 2005…!
Pero no produce dinero. O monetiza poco. La Nación del sábado último, en su edición impresa (pesaba más de un kilo) contenía 86 páginas de publicidad. La Nación, como El Comercio, tiene tamaño sábana. Esa publicidad, más visible y de alta facturación (además no disgusta), es lo que la sostiene como medio de comunicación, la que paga el sueldo del impreso y del digital.
¿Hacia dónde va el periodismo…? No se sabe exactamente. Está en una transición. Muy apasionante, por cierto. Lo que vende, se extingue (profetizan) y lo que no vende es el futuro que llega. Hay nuevas formas de periodismo, pero aún no queda claro cómo va a ser en definitiva (y si habrá algo definitivo), porque la velocidad con que aparecen nuevas tecnologías genera nuevas aplicaciones y estas determinan otras formas de hacer periodismo. Twitter se transformó en un nuevo género en sí mismo. Posee la brevedad que exige el tiempo que vivimos. Sin embargo, es posible que quede superado rápidamente por otra innovación. Recordemos que hasta hace diez años el blog era la vanguardia total, hoy para muchos es anacrónico.
Lo que debe preocuparnos, en cualquier caso, es la supervivencia de la lectura. El periodismo durará lo que dure la especie humana.
(*) Columnista de International Press desde 2002. Ex jefe de redacción de la revista El Gráfico.
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