Los visitantes tienen que usar mascarilla y guantes
Teresa Cambril / EFE
La central japonesa de Fukushima Daiichi, escenario del desastre nuclear de 2011, se introduce tímidamente en la ruta turística de lugares marcados por la desgracia, como el edificio Dakota frente al que asesinaron a John Lennon o el campo de concentración nazi de Auschwitz.
Casi cinco años después de declarar el estado de emergencia en la central nipona y mientras unas 70.000 personas siguen desplazadas por la alta radiactividad, Fukushima Daiichi empieza a acoger a los primeros visitantes, especialmente estudiantes y población local.
A orillas del mar y rodeada de pinos, en la central de Fukushima trabajan a diario unas 7.000 personas para llevar a cabo la tarea de desmantelar la planta, una peligrosa y complicada labor que podría extenderse cuatro décadas.
Para luchar contra el olvido de la tragedia del 11 de marzo de 2011, la organización AFW (Appreciate Fukushima Workers) ha creado una ruta por la planta nuclear en la que ya han participado 140 japoneses desde que se pusieran en marcha en 2015.
Los participantes, armados con una mascarilla, unos guantes de algodón y una bolsa de plástico sobre sus zapatos, viajan en un autobús del que no pueden apearse durante su paso por las instalaciones de Fukushima para protegerse de la radiactividad.
Ningún extranjero ha participado hasta ahora en las siete visitas organizadas y la mayor parte de quienes lo hacen son locales: «No podemos llevar allí a muchas personas. Por eso, damos prioridad a los residentes de la zona o a quienes trabajan en la reconstrucción de la provincia», explica a Efe el organizador del tour, Akihiro Yoshikawa, un ex trabajador de la planta de 35 años.
La prefectura de Fukushima (noreste de Japón) sufrió especialmente la catástrofe de marzo de 2011, cuando se concatenaron en cuestión de días un terremoto de nueve grados en la escala de Richter, un tsunami y un accidente nuclear.
«Los ciudadanos deberían conocer la situación real de la central, ya que ellos son quienes han sufrido tras el accidente nuclear. Es un asunto público», sostiene Yoshikawa, quien defiende el acceso de la gente común a las instalaciones.
Desde el autobús, los visitantes pueden contemplar un lugar vedado para casi todos: «Los tanques de agua contaminada, la depuradora, varios reactores, el puerto y el centro de control de la central», detalla.
Además de esta visita al epicentro de la catástrofe, el Gobierno de la prefectura de Fukushima organizó el pasado mes de noviembre otra ruta para estudiantes japoneses a la localidad de Namie, evacuada en 2011.
Una experiencia piloto en la que participaron 19 jóvenes de entre 17 y 23 años e ideada para que éstos «difundieran» la situación de uno de los municipios que empieza a ser repoblado por trabajadores de la central, especificó el Gobierno de la región.
Tras el estallido de la crisis provocada por el terremoto y el tsunami, el Gobierno nipón ordenó evacuar total o parcialmente alrededor de una decena de localidades, entre ellas Namie, situadas a distancias de hasta 30 kilómetros de la central nuclear.
Algunos de ellas permanecen abandonadas e intactas desde entonces, en otras, sin embargo, los desplazados tras la catástrofe han comenzado a retornar y junto a ellos, los turistas.
Es el caso de Naraha, una localidad próxima a la central que intenta retomar la cotidianeidad previa al accidente nuclear y en donde la propietaria de un restaurante comenta el trasiego de turistas: «Cada vez vienen más visitantes que esperan encontrarse esto como si fuera Chernóbil», se lamenta.
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