Por Jorge Barraza*
Brasil empezó la carrera hacia el título mundial. Y picó en punta. Todas las dudas que inquietaban a la torcida, a la prensa y al propio Luiz Felipe Scolari se disiparon en esta Copa Confederaciones. A falta de Eliminatoria, nada le pudo venir mejor que este jerarquizado torneo donde debió enfrentar a España, Italia, Uruguay, México y Japón, cinco adversarios que van desde lo temible a lo respetable. Y a los cinco los mandó a la lona. Alguno, como Uruguay, se levantó y siguió peleando, al resto los dejó groggy. A España, el más pintado, le contaron diez. Y atención: no fue un torneíto amistoso. Se jugó en serio. Y se jugó bien, en alto nivel. Una copa magnífica, más allá de las manifestaciones sociales que la empañaron con graves disturbios y cinco muertes.
Campeonísimo Brasil, rotundo, a la altura de sus mejores tiempos, aunque con un fútbol distinto, menos rutilante. Se nota la marca de Scolari en el orillo de este equipo. Todos luchan, presionan, raspan abajo, de atrás (cometió 26 faltas en un juego que le fue ampliamente favorable). Privilegia asfixiar al rival y hacerse fuerte atrás antes que dominar la pelota. “Que la tengan ellos”, parece decir. Como que prefiere la posesión para el rival, que se venga para luego clavarle el puñal de contra, con espacios, aprovechando la velocidad y habilidad de Neymar, la potencia y movilidad de Fred, la sutileza y dinámica de Oscar, la subida sorpresiva y punzante de Paulinho, un volante completo, utilísimo, que quita, juega y llega al gol con la misma eficacia.
En apenas 7 meses (asumió el 29 de noviembre último), Scolari revirtió la progresiva declinación de Brasil, que se había transformado en una selección común, cayendo incluso al actual puesto 22 del Ranking Mundial. El notable entrenador gaúcho le devolvió la confianza, la mística ganadora a la verdeamarilla. La instaló nuevamente como favorita (gran) al título del mundo. Ahora, sólo Alemania y la propia España comparten el escalón con Brasil en el podio de candidatos. Los otros vienen bastante más más abajo.
Encontró el equipo Felipao en esta Confederaciones. Tiene un año para hacer los retoques que considere conveniente, para darle acaso mayor ensamble y encontrar un par de jugadores más, tal vez uno para alternar con Hulk; o para desplazarlo. Pero tiene al arquero (ha vuelto el gran Julio César), la defensa (nos animamos a aventurar que Dani Alves-David Luiz-Thiago Silva-Marcelo será el cuarteto que arranque el Mundial dentro de un año); tiene dos severos funcionarios de aduana en el medio (Paulinho-Luiz Gustavo) por donde será muy complicado pasar libre. Cuenta con el volante mixto perfecto -Oscar- que le asegura colaboración en toda la cancha y toque fino en la búsqueda de los atacantes. Arriba, el tanque Fred, un goleador de área, de olfato, de estar ahí…
…Y Neymar. Lo hemos puntualizado varias veces pero no es redundante refrescarlo: su brillantísima pegada, con ambas piernas, le permite estar en el gol siempre. Cuando él la despide, la bola va inevitablemente al arco, con dirección y cierta potencia, por lo general lejos del arquero. Todo lo que a Iniesta le cuesta hallar el gol, él lo encuentra en cualquier situación. Y aunque a veces interviene poco en el juego, todas sus acciones tienen olor a gol. Eso es patrimonio de los grandes cracks.
Se recibió de estrella de selección Neymar en esta Confederaciones. Si había cierto resquemor en tal sentido, lo derribó. El Fútbol Club Barcelona se debe estar felicitando por haber cerrado la contratación de Neymar antes de esta Copa. Si esperaba a que se jugara, iba a tener que pagar 30 ó 40 millones más.
Además, estableció un idilio con su gente, Brasil. Se la ganó. Y jugando con esta actitud va a ser muy, muy difícil quitarle la corona. La unión de un grupo se advierte cuando festeja un gol, todos apretados y felices; cuando se hacen los relevos defensivos, es decir cuando la alegría del otro nos alegra, cuando hay abnegación y solidaridad. La unidad del plantel es el 50 por ciento del éxito de un equipo.
A España se la vio sin frescura física, lejos de su mejor versión (el excepcional primer tiempo ante Uruguay). También pareció que Del Bosque equivocó algunos nombres: Mata y Torres no estaban para esta exigencia. Y aparte le dieron tres golpes terribles en momentos cruciales. Uno al minuto y 35 segundos de juego. Es como si suena la campana, da comienzo la pelea, un púgil va a chocar guantes con su rival a manera de saludo y recibe un devastador cross en la pera. Cae y le cuentan 8. Se pone en pie y cuando está empezando a tomarle la mano al combate, en el minuto 44, ¡pum! otro terrible impacto en el rostro. Y al minuto del segundo tiempo, cuando rearma sus ilusiones, cuando todavía los muchachos se están diciendo “vamos, eh… vamos que podemos”, un terrible gancho al hígado que lo deja doblado, sentido, sin piernas y sin claridad mental para intentar nada más.
Fue una final de corte mundial. La FIFA debe estar feliz, en adelante venderá a precio de oro esta Confederaciones. Brasil es el gran triunfador más allá de haber conquistado la Copa. España debe plantearse un gran descanso antes del Mundial cuando termine la temporada 2013-2014, pues todos sus jugadores son de Barcelona o Real Madrid, que tienen año tras año una agenda cargadísima. Italia ratificó el rumbo que le ha impreso Cesare Prandelli (muy atinado, habrá que reparar más en él). Uruguay bien, dando batalla, mostrando su nunca puesto en duda espíritu de lucha. Eran los cuatro campeones mundiales que jerarquizaban el torneo. Jugaron como tales.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.