Jorge Barraza: «Orsai en el Paraíso»

Jorge Barraza

Por Jorge Barraza*

Tal es el título, muy sugerente por cierto, de un diminuto librillo de 11 centímetros de ancho por 17 de alto de José Sasía, el Pepe, legendario centroforward uruguayo de las décadas del 50 y 60. Rebelde, valiente, provocador, fuerte, técnico, pero, ante todo, personaje singular, producto de la calle, pésimo alumno en la escuela, eximio billarista en el café, capo de la barra en la esquina, peleador en los entreveros y crack en la cancha.


A Pepe le han escrito poesías, canciones. Inspiraba mucho. Este es suyo. Imaginamos que relató su vida y Joselo González, transcriptor de alto mérito, pasó al papel de manera brillante las mejoras anécdotas del gran narigón surgido en Defensor, de paso breve por Boca Juniors y consagratorio en Peñarol. El libro es chiquito, pasa raspando las 100 páginas, pero es antológico y obliga a releerlo cada tanto. En una noche se lo devora uno.

Arranca en la escuela: «Llegué a hacerme la rabona (faltar a clases sin permiso) quince días seguidos sin que el director se diera cuenta. Me veía entrar y me veía salir, pero yo había encontrado la forma de subir y me iba por las azoteas a cazar palomas. Hasta que el maestro preguntó qué pasaba conmigo, que no estaba yendo. -Pero si yo lo veo entrar y salir-. dijo el Patasanta (apodo que le daban al director). -¡Pero si nosotros lo mandamos todos los días!-, exclamó el padre. Sigue Pepe: «!Uy, mi Dios! Mi padre tenía un rebenque con mango de plata y oro y tres nudos en el cuero, que le había regalado mi abuelo. Con eso nos daba cuando nos portábamos mal. Una vez yo me empeciné en no llorar y el Vasco se calentó tanto que me entró a dar con el mango. Igual no lloré».
 
El librito (¡librazo!) fue editado en el ’92. Casi no se consigue, por lo que sería un egoísmo no compartir un trozo de esas anécdotas colosales del Pepe.
«En la escuela, mi mejor maestro fue el de sexto año. Era de apellido Fraga. Tenía un hijo en la clase nuestra y no hacía diferencias. Lo trataba como a todos. Me aconsejaba bien. -Vos sos un niño inteligente -me decía-. No podés desaprovechar tu capacidad como lo estás haciendo. Tenés que desarrollarte en algo-. Otro que me daba buenos consejos era el Bataraz, un veterano del barrio. Cada vez que me veía en la esquina, me decía: -¿Vos qué hacés acá? Vos tenés que dedicarte al fútbol-. Fue el que después, cuando empecé en las inferiores de Defensor, me daba la plata para ir a practicar».
 
Y llegó el fútbol en serio.
 
«Un domingo de mañana, cuando tenía 16 años y jugaba en la cuarta de Defensor, entré al vestuario y el técnico me dijo: -Pepe, vos no te cambiés que no jugás-. ¿Qué macana habré hecho?, pensé, y después me empaqué. Fuera lo que fuera, yo pensaba que tenía mi puesto asegurado; me creía un poco figura en esa cuarta. -Vos no jugás, juega Fulano (otro botija). Miré al preparador físico y vi que la cosa iba en serio. Estaban como calientes conmigo. Les habrían ido con algún cuento, porque afuera estaban dos dirigentes que habían hablado con ellos. Pero más me calenté cuando me dijeron que era por bajo rendimiento. ¡¿Lo qué?! Se van la m… Agarré el bolso y ya me iba, cuando el técnico, al ver que me las tomaba, se asustó y dejó de cargarme: -¿No te das cuenta, gil, que te estamos cargando? Andá a la concentración que hoy jugás en el primero-.
 
Esa tarde de 1950, Defensor le ganó de visita a Rampla Juniors 2 a 1 y debutó Sasía en el fútbol grande. «Agarré la titularidad en el primero de Defensor, pero seguía jugando barrio contra barrio, en la calle, de callado en la Liga Peñarol y Sayago, en el Ipiranga y en todos lados. Un sábado estábamos jugando un partido de veinte contra veinte en la calle, cuando un coche me toca bocina como hacían habitualmente para que los dejáramos pasar. Me puse la pelota bajo el brazo. Interrumpimos el partido y le grité que pasara. Como el auto quedó estacionado en el medio de la calle fui a increparlo: ¡Dale, pasá!. -Pasá, ¿eh? ¡Todavía me decís que pase! Subí que vos tendrías que estar concentrado para el partido de mañana-. Era el tesorero de Defensor».
 
A los 18 jugó la Copa América en Buenos Aires y protagonizó una batalla campal frente a Brasil. Lo ralearon del plantel, pero volvió y fue campeón del Sudamericano de Guayaquil.
 
«Tras el Sudamericano llegaron ofertas desde el extranjero por el Cholo Demarco y por mí. Defensor nos transfirió. Demarco a la Fiorentina, yo a Boca Juniors. La cifra de mi pase era astronómica. En Defensor estaban agradecidos. Yo, de lo que me tocó a mí, colaboré con 8.000 pesos para la casa que es sede del Ipiranga y compré diez corderos que hicimos a las brasas en la calle, para todo el barrio. Fue una fiesta inolvidable». El Ipiranga es un clubcito de barrio que fundó con un hermano y amigos.
 
En la final de la Libertadores de 1961, en el Pacaembú, le marcó el gol del empate al Palmeiras, el que significó el título. Fue un remate tan furibundo que ni se vio. «Spencer se elevó y la bajó hacia atrás, al semicírculo del área. La tomé como venía, a la carrera y de volea. Se incrustó en el ángulo rompiendo la red. Los brasileños se le fueron encima al juez protestando que había caído afuera del arco. El árbitro argentino Nai Foino, que estaba de línea, los sacó corriendo: -¿Gol…? No… ¡golazo!-, les dijo. Y señaló de nuevo el centro del campo.»
 
La última es formidable y lo retrata entero.
 
«Con Juan Joya (el formidable puntero peruano) vivíamos en el mismo hotel de Buenos Aires, el Royal, y ya éramos muy amigos, aunque él jugaba en River y yo en Boca. Cuando nos contrataron a ambos para venir a Peñarol, Juan estaba medio preocupado, porque en Montevideo había que tener fama de guapo, si no la quedabas. -Pepe, en Montevideo hay que ser medio boxeador, dicen que son bravos, ¿no?-, me preguntaba el Negro. Yo le decía: no te preocupés, Juan. Vos meté pechera que no pasa nada. -Decime Pepe: ¿y si tú dices que yo fui sparring de Mauro Mina (famoso boxeador peruano de la época)?. Bueno, si vos querés, yo te doy cartel. Incluso vos, en alguna oportunidad que tengamos, me parás el carro.
 
«En cuanto llegamos a Montevideo empecé a hacerle cartel, y el Negro en las prácticas salía a correr haciendo fintas y poses de boxeador. Una tarde estábamos en la concentración y yo le hice una broma pesada a Juan para que me parara el carro. -¡¿Qué te pasa a ti…?!-, me gritó Juan. Y le digo: pará, Juan, no te calentés, yo no dije nada… Los que estaban en la rueda hicieron un silencio que se cortaba con yilé. Pero después empezaron los líos en serio, líos de partidos inolvidables, Aquellos de la Libertadores de los ’60».
Pepe se fue en el ’96. ¿Seguirá en Orsai allá en el Paraíso…?
 
En la foto Pepe Sasía, el fabuloso Alberto Spencer y el gran puntero peruano Juan Joya.

 

Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.



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