Argentina y Colombia, en ese orden, serán los escollos que Perú tendrá que superar durante una semana para alcanzar la gloria y volver a una cita mundialista después de 35 años, desde la ya casi mítica campaña para España 82, a donde fue con una constelación de figuras lideradas por Teófilo Cubillas.
No hay mal que dure cien años, decían los viejos cuando el tiempo era otra cosa, sin la velocidad del ciberespacio que el martes hizo que las más de 40.000 entradas puestas a la venta por internet para el choque final contra Colombia, del 10 de octubre, se agotaran en tan solo tres horas.
Es tal el entusiasmo y la euforia de los peruanos, ya repuestos de la sorpresa ante los resultados que catapultaron a su selección al cuarto lugar de estas eliminatorias, que cientos de miles se colgaron de la red durante la madrugada del martes para buscar una entrada.
Al final, la mayoría no consiguió su objetivo, pero se confirmó que el fútbol, «la cosa más importante de las cosas sin importancia», como la definió el uruguayo Eduardo Galeano, sigue reinando en un pueblo que nunca se rindió al dictado adverso de los resultados.
Porque, bien se ironiza en Perú, es fácil ser hincha si eres argentino o brasileño, porque siempre ganas todo, porque sumas títulos y trofeos, y tienes, es innegable, a los mejores del mundo.
El verdadero hincha, dicen los peruanos, es, precisamente, uno como ellos, de los que han visto pasar los años sumando sinsabores y fracasos y, sin embargo, nunca han dejado de desgastar la garganta en las tribunas a pesar de las múltiples esperanzas frustradas.
Y nunca han desmayado. Siguen ahí, adelante, de abuelo a padre, de padre a hijo, sumando, con la Blanquirroja en el pecho, siempre soñando que llegará otro día mejor y las esperanzas renacerán de algo, a veces, tan intrascendente como el correr de once muchachos tras un balón.
Pero en estas horas entre los peruanos también hay nervios y tensión, soterrados y casi no mencionados en voz alta, ante la posibilidad de que, otra vez, el sueño de conquistar el viaje a la lejana Rusia se esfume y se convierta en pesadilla.
Hace 20 años pasó algo similar. Perú llegó al 12 de octubre de 1997 a la penúltima jornada clasificatoria para Francia 98 en el cuarto lugar y con tres puntos de ventaja sobre Chile y en ese momento, cuando tenía todo en sus manos, vio que el castillo de sus esperanzas era de arena.
Chile venció por 4 a 0 en un partido que los peruanos quisieran dejar en el olvido y, finalmente, se clasificó al obtener una mejor diferencia de goles.
Frustrado quedó el sueño de ver en Francia a un equipo en el que brillaban jugadores como Roberto Palacios, Flavio Maestri o Nolberto Solano.
Dos décadas después ha sido el entrenador argentino Ricardo Gareca quien ha logrado consolidar una propuesta que basa su eficacia en el juego colectivo, sin olvidar la esencia preciosista de un fútbol que hasta los años 80 del siglo pasado se había ganado el respeto en América.
Ahora el futuro se muestra alentador, porque ‘el Tigre’ ha depositado su apuesta en los pies de jugadores jóvenes, que todos saben que tendrán por delante un par de eliminatorias más para crecer y mostrar su madurez futbolística.
Quien simboliza el proceso es, precisamente, el media punta Edison Flores, un muchacho humilde, talentoso pero, sobre todo, trabajador y oportunista en el juego, cualidades que lo han convertido en el símbolo que todos los peruanos respetan, admiran y quieren emular.
Tras décadas sumergido en una crisis de resultados futbolísticos, tras ser golpeado por una profunda crisis económica, por el terrorismo y por los embates de la naturaleza, Perú ve como las primeras décadas de este siglo le ofrecen, en todos los aspectos, un panorama nuevo y plagado de esperanza.
Y espera que sea el fútbol, aquel deporte sin importancia que tanto importa a todos, el que confirme que el país renace de sus cenizas y que los viejos sí tenían razón: no hay mal que dure cien años y que, si se resiste, siempre llegarán tiempos mejores. EFE
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