Huérfano por la bomba y solo en Corea, hibakusha comparte su historia con jóvenes

Tsunehiro Tomoda (NHK)

Tsunehiro Tomoda tenía 9 años cuando perdió a su madre. Era 6 de agosto de 1945 y la ciudad donde vivía, Hiroshima, había sido destruida por una bomba atómica.

78 años después, relata su historia a un grupo de alrededor de 20 estudiantes de preparatoria de Hiroshima y Osaka, revela Mainichi Shimbun.


Tomoda se estaba quitando los zapatos en el sótano de su escuela cuando la bomba cayó a unos 460 metros de distancia.

El hibakusha recuerda el estruendo que originó y que por el impacto su cuerpo salió despedido hasta chocar contra una columna.

Fragmentos de vidrio le produjeron cortes en los pies.


Si bien el choque con la columna le lastimó la espalda, cree que si no hubiera estado allí habría muerto.

Tomoda salió de la escuela y se dio de bruces con el horror: unos 150 niños, carbonizados por la explosión. Entre ellos, su hermano menor.

“Sabía que era mi hermano menor por un zapato que decía ‘Tomoda’ con la letra de nuestra madre”, dice.


Estaba muerto.

“Lo siento”, le dijo y se despidió de él.


Tomoda caminó durante horas entre escombros y cuerpos quemados hasta llegar a un refugio situado en una colina.

Había unas 15 personas allí. Él era el único niño. Pasó tres días sin comida ni agua.

Al tercer día, un soldado le dio pan y agua.

Eso le proporcionó un poco de fuerza y abandonó el refugio para buscar a su mamá.

De su casa solo quedaban ruinas.

Fue al municipio en busca de su madre. Nunca la encontró.

A quien halló fue a un zapatero coreano que vivía como inquilino en el segundo piso de su casa.

El coreano, a quien conocía como “Kanayama-san”, lo tomó bajo su cuidado.

Ambos se refugiaron en una choza junto a un río hasta que un tifón azotó la ciudad al mes siguiente.

Tras el desastre, Kanayama llevó a Tomoda a Corea, donde lo cuidó durante un tiempo.

Tomoda se quedó solo en la península coreana y como si eso no fuera suficiente desgracia, estalló la Guerra de Corea en 1950.

El japonés se salvó muchas veces de morir en medio del fuego fruzado.

Finalmente, pudo regresar a Japón. Para entonces ya era un joven de 24 años. De vuelta en su país, rehizo su vida.

Hoy, a los 87 años, es un superviviente que relata su historia y transmite un mensaje de paz para que nadie sufra lo que él sufrió.

Al final de su intervención, ante los estudiantes que lo siguen con atención, dice: “Estoy feliz de que me hayan escuchado. Ya sea la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Corea, los niños siempre son víctimas de la guerra. Tampoco es que los soldados quieran pelear”.

“La guerra nunca debe volver a ocurrir”, concluye. (International Press)

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