Sobrevivió al tsunami del 11 de marzo de 2011, pero no pudo con la culpa y se suicidó. Era una estudiante de preparatoria y tenía solo 17 años.
Mainichi Shimbun relata la triste historia de la adolescente que cuando se produjo el desastre era una estudiante de primer grado de primaria en la ciudad de Ishinomaki, prefectura de Miyagi.
Vivía con su madre, su hermano mayor, su hermana de 2 años y un hombre, la pareja de su mamá, quien estaba embarazada.
La niña estudiaba en la misma escuela que su hermano mayor.
Cuando ocurrió el terremoto, la niña caminó desde la escuela hasta su casa. Sin embargo, como su casa estaba más cerca del mar que la escuela, sus vecinos le dijeron que era peligroso que se quedara y la pequeña retornó al colegio.
Mientras tanto, su madre (llevando a su hermanita de 2 años en brazos) había ido a la escuela para recogerlos a su hermano y a ella. Encontró al niño, pero no a la chica, así que regresó a la casa.
Al llegar a su vivienda, hecha un caos por el terremoto, la madre encontró la mochila de su hija, pero no a ella (la niña había regresado a la escuela tras la advertencia de los vecinos).
Mientras la buscaban en casa, llegó el tsunami. Su madre y su hermanita murieron. Su hermano sobrevivió tras ser arrastrado por las olas hasta una fábrica cercana.
La niña y su hermano quedaron bajo el cuidado de la pareja de su madre. Con ellos vivía la madre del hombre, que cuidaba a los chicos como si fuera su abuela de sangre. En 2012, el hombre adoptó a la chica y a su hermano.
Las cosas parecían ir bien, pero todo cambió cuando la madre de su padre adoptivo se mudó a una residencia para ancianos.
El hombre obligaba a los chicos a realizar todas las tareas del hogar (cocinar, lavar la ropa y los platos, limpiar la casa, etc.) después de la escuela.
Más adelante su padre adoptivo se casó. Los hermanos creyeron que con su madrastra su vida mejoraría, pero no fue así.
Además de ocuparse de las labores domésticas, la pareja obligaba a la chica a cuidar a los hijos que tuvo.
Después de la escuela y sus prácticas en una banda de música, la chica regresaba a casa y, sin contar las tareas que ya realizaba, tenía que bañar a sus hermanitos y acostarlos.
Para su hermano mayor la situación también era dura. Su padre adoptivo comenzó a pegarle. Si lo veía en su habitación descansando, lo pateaba y lo rezongaba por no hacer las labores de casa.
El chico, además de sus estudios en la preparatoria, hacía prácticas de béisbol. Solía llegar a su casa alrededor de las 10:30 de la noche, pero recién se acostaba a la 1:30 a. m., ocupado hasta esa hora en las tareas domésticas. A las 5 a. m. tenía que levantarse para ir a la escuela. Esa era su vida.
La vida era difícil para él, sí, pero para su hermana era peor. El chico, hoy un joven de 19 años, declara a Mainichi que como ella regresaba antes a casa que él, tenía más trabajo, lo que incluía el cuidado de los hijos de su padre adoptivo y su madrastra.
La chica fue encontrada muerta en su habitación el 16 de enero de 2021. 5 días antes había cumplido 17 años.
En su nota de suicidio, escribió lo que anhelaba desde hacía tiempo: “Ir a donde está mi mamá”.
La adolescente también dejó escrito que ya no podía soportar las tareas domésticas y que no tenía a nadie a quien pedir ayuda. “¿Por qué no me lo dijo?”, se lamenta su hermano entre lágrimas.
El joven recuerda la última conversación que tuvo con su hermana, un día antes de que muriera. Ambos se dirigían a la estación de tren en su camino a la preparatoria, cuando él le preguntó a su hermana qué pensaba de su nueva chaqueta. “Creo que es bonita, pero tu cara no se ve tan bien”. Esas fueron las últimas palabras que escuchó de ella.
Si hoy se sabe que la chica vivía atormentada por la culpa es porque una vez, varios años después del tsunami, le confió a una persona que trabaja en la escuela donde estudiaba algo que jamás le había dicho a nadie:
“Mi mamá murió porque no estaba caminando por mi ruta escolar habitual… Ni siquiera puedo decirle esto a mi hermano. Yo soy la razón por la que mi mamá está muerta. Le quité a nuestra mamá a mi hermano”.
La chica creía que si hubiera caminado por donde solía hacerlo, su madre la habría encontrado y no habría muerto.
La persona de la escuela con la que se confesó informó del caso a profesores así como a la junta educativa local, y le aconsejó a la chica que hablara con un consejero escolar. Ella no quería que nadie de su familia supiera por lo que estaba pasando.
La persona que trabaja en la escuela lamenta no haber hecho más por la chica.
Su hermano terminó la preparatoria y ahora trabaja. Ya no vive con su padre adoptivo. Tiene 19 años y toda la vida por delante. (International Press)