Los deshijados de Japón. Por Kike Ponze*

 

La ley natural de la vida es que los hijos entierren a sus padres, pero ¿qué pasa cuando se pierde a los hijos primero? No verlos crecer, no poder cuidarlos, protegerlos, engreírlos, reír y llorar con ellos en los avatares de la vida mientras se hacen adultos. Algo similar ocurre en muchos divorcios. Los hijos menores terminan siendo las armas de venganza o trofeos a disputar cuando por la razón que fuese se decide terminar con la relación.


Las leyes japonesas dan todos los derechos a la madre (Patria potestad o shinken) y al padre solo obligaciones, por eso acá es muy común hacerlo de manera directa con mutuo acuerdo en el municipio que se casaron y dejar a voluntad de la madre el contacto con los hijos menores.

Cuando un matrimonio de extranjeros no llega a un común acuerdo para su divorcio a veces es posible hacerlo dentro del sistema judicial japonés. Primero se va al chotei, que es la sección del juzgado de familia donde se intenta que el pleito finalice por conciliación y se dé el divorcio. De no resolver se pasa al katei saibancho, donde es un juez quien toma la decisión.

Son contados con los dedos de la mano los japoneses que optan por buscar que un juez tome la decisión la madre gana el 99% de los casos y el juez determina tres puntos: el divorcio en sí, quién se queda con la patria potestad y la manutención a pagar. Existe una tabla ya estipulada según ingresos y estas mensualidades son hasta los 20 años cumplidos por el menor, ya que a esa edad se convierten en adultos.


El régimen de visitas no existe en el código civil japonés, es la generosidad de la madre la que determina. Leí un caso de un divorcio entre una japonesa y un extranjero en que, ante la petición formal del padre de querer seguir en contacto con su hija, el juez le concedió permiso para verla treinta minutos cada seis meses si la madre lo permitía.

No, no soy abogado, solo parece que tengo el récord en el juicio de divorcio más largo en Japón según el abogado que llevó mi caso. Duró cuatro años e igual finalizó como ese 99% de casos favorables a la madre, igual perdí el contacto con mi hijo, igual como si hubiese fallecido, con el agravante que hoy mi hijo me odia, pues en esos cuatro años, tuvo la influencia de la madre y sus medio hermanos de lo que se conoce como SAP o síndrome de alienación parental. Esto último también poco conocido y sin importancia en el ámbito legal japonés.

Sería ocioso y de mal gusto entrar en detalles, solo diré que la abogada que asesoró a la madre tenía igual o mayor deseo de desaparecer mi presencia para siempre de la vida de mi menor hijo, intentaba conseguir el divorcio, pero como causal, una supuesta violencia física y emocional ante la madre e hijos para enviarme a la cárcel con su posterior deportación. Mi abogado me recomendaba no hacer caso, sin pruebas el juez no aceptaría esa causal, igual decidí defenderme en esos cuatro años desmintiendo cada acusación que hicieron.


El no poder ver a mi hijo, sentir que está siendo manipulado, que no debería estar involucrado, que está dejando de quererme, que el tiempo pasa y no se recupera, solo se resume en esa frase popular: “No se lo deseo ni a mi peor enemigo”

kike ponze

El agotamiento mental y económico es extremo, pues hay que faltar al trabajo en cada audiencia, tener abogados, acá y en el extranjero, documentos debidamente firmados por los abogados extranjeros y traducidos de manera oficial para su aceptación en el juzgado japonés. El no poder ver a mi hijo, sentir que está siendo manipulado, que no debería estar involucrado, que está dejando de quererme, que el tiempo pasa y no se recupera, solo se resume en esa frase popular: “No se lo deseo ni a mi peor enemigo”.

En la actualidad mi hijo está a menos del año de ser adulto, no sé nada de su vida, pasó a ser un extraño y solo vive en los imborrables recuerdos de nuestros años juntos en su infancia e inicios de pubertad. Lo pude tener hasta cumplidos los 13 años, inculcarle algo de mí y darle algunos ejemplos para que sea una persona de bien.


Tampoco sé si ese placer de la madre de quitármelo se haya transformado en felicidad. Lo que estoy seguro es que la real víctima de mi divorcio,fue mi hijo ya que perdió a su padre. El amor de una pareja puede llegar a su fin, pero el amor de padres a hijos, nunca.

Un feliz día del padre a los hombres con familia que llegaron hasta aquí en la lectura y en especial a todos y cada uno de los que al igual que mi persona fuimos despojados de nuestra paternidad y hemos (o siguen) luchando por no perder a sus hijos.

A las madres que se encuentran en situación similar recordarles que, como inmigrantes, es doblemente duro para los menores porque no hay muchos familiares cerca.

Nos seguimos leyendo.

 

(*) Kike Ponze, periodista, inmigrante en Japón.

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