Coronavirus en Japón: mujeres y extranjeros reciben comida en iglesia

Bento (foto shashokuru.com)

«Esta es la primera vez que estoy en un lugar como este», dice una estudiante de posgrado de 34 años que está haciendo fila con su hija de tres para recibir comida en la iglesia San Ignacio en el barrio de Chiyoda, Tokio. Es el primer día del nuevo año.


La mujer forma parte de la legión de personas a quienes el coronavirus ha golpeado con dureza. Sin trabajo, sus ingresos se han desplomado.

En la fila también está una mujer de 44 años que trabajaba como recepcionista. Con el coronavirus, los eventos casi se han extinguido, así como sus ingresos.

En declaraciones a Mainichi Shimbun, revela que en un diciembre regular podía ganar entre 600.000 y 700.000 yenes (5.800-6.800 dólares). En diciembre de 2020 sus ingresos fueron casi cero. Tiene menos de 200.000 yenes (1.900 dólares) en ahorros. «Si las cosas siguen así durante uno o dos meses más, no tendré ningún lugar donde vivir. Lo digo en serio», añade.


También hay familias enteras y extranjeros esperando recibir los bentos (cajas de comida). El filipino Ferbie Toledo, un profesor de inglés de 37 años, su esposa de 35, su hijo de 5 años y su bebé de 6 meses están en la cola.

El profesor lleva diez años viviendo en Japón, pero se quedó sin la mayoría de clases que daba debido a la pandemia. Su esposa, también profesora, estuvo de baja por maternidad y tampoco tiene empleo.

Los ahorros de los Toledo se están agotando pese a sus esfuerzos por gastar lo menos posible. La familia espera aguantar hasta abril, cuando la esposa podría volver a trabajar.


Una mujer de Camerún de 31 años en la fila dice que no tiene comida, dinero ni trabajo. Llegó a Japón en febrero de 2020, presentó una solicitud de refugio y fue detenida. Liberada por las autoridades de inmigración en junio, no tenía adónde ir y ahora se aloja en una casa compartida en Tokio gracias al apoyo de una organización no gubernamental.

La mujer espera obtener el estatus de residente, pero el coronavirus ha demorado el proceso. En su país natal no tiene familia y quiere construir un hogar, un nueva vida, en Japón.


Otra extranjera en la fila, una iraní de 46 años, cuenta que el año pasado perdió el trabajo a tiempo parcial que tenía en una empresa procesadora de carne. Ahora gana 9.000 yenes (unos 87 dólares) al día como guardia de seguridad en obras de construcción durante la noche y sin casa donde vivir duerme en un restaurante de una persona amiga.

El trabajo que hacen las personas que donan alimentos a las personas vulnerables es, sin duda, loable, pero el alcance de su apoyo es limitado. Por ello, un vocero de la organización detrás de la ayuda pide que el Estado tienda una mano.

«Ahora es el momento del apoyo público. Queremos que el gobierno tome medidas para evitar que una ola de personas en situación de pobreza acabe en las calles», declara a Mainichi.

Las personas que hacen fila también reciben ropa si lo desean, así como asesoramiento sobre trabajo y problemas de la vida diaria.

La elaboración de los bentos corre por cuenta de la experta en cocina Nahomi Edamoto. Su equipo prepara 200 comidas que desaparecen en unas dos horas. Para atender la gran demanda, hacen unas cien más. (International Press)

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