Marta O. Craviotto / EFE
Una fresa a 436 dólares, mangos y melones a 218, o manzanas a 15 son algunos de los caprichos que pueden encontrarse en las «boutiques» de fruta en Japón, país donde este alimento se considera más un objeto de deseo que una fuente de nutrientes.
Los impecables escaparates y vitrinas de la frutería Sembikiya, situada en la planta baja de la lujosa torre Nihonbashi Mitsui, protegen estos exclusivos productos, que no están al alcance de todos los bolsillos.
«Buscamos las mejores frutas de Japón y de todo el mundo para venderlas», afirma orgulloso Ushio Oshima, responsable de la división de planificación y desarrollo de Sembikiya, mientras sostiene la joya de la corona -y pieza más cara-, un pequeño «musk melon» o melón cantalupo de 27.000 yenes (unos 253 dólares).
Oshima pertenece a la sexta generación de fruteros de Sembikiya, fundada en 1834 por su ancestro, un samurái, y que pasó de vender fruta barata en Tokio a expandirse por todo el país y convertirse en la mayor proveedora de fruta de lujo de Japón.
Ninguno de los treinta empleados de la tienda principal de Sembikiya pasa un minuto de brazos cruzados.
Con música clásica de fondo, algunos dependientes reciben a clientes, otros colocan frutas en mallas de protección -no sin antes añadir un colorido papel de seda-, o revisan que las ya situadas en los expositores luzcan perfectas, sin ninguna marca o golpe.
«Los japoneses son minuciosos y se preocupan por el aspecto exterior (…) y por eso sale caro», defiende Oshima.
Sembikiya, que ostenta el título de frutería más antigua de Japón, es tan solo un ejemplo que prueba la importancia de la fruta de lujo en el país del sol naciente.
Hasta 36.000 yenes (327 dólares) por uva, o 1,1 millones de yenes (10.060 dólares) por racimo se han llegado a pagar por la variedad «Ruby roman», que se cultiva únicamente en la prefectura de Ishikawa (oeste de Japón) y que se ha convertido en poco tiempo en la más cara del mundo.
Esta variedad, producida desde 2008, genera únicamente 2.400 racimos al año: lo más «asequibles» pueden comprarse por unos 100.000 yenes (917 dólares).
La fresa «Bijin Hime» («bella princesa» en español) es similar en tamaño a una pelota de tenis, aunque sus dimensiones no son lo único que rozan lo imposible: para saborear una unidad se deben desembolsar unos exorbitantes 50.000 yenes (458 dólares).
La producción de fruta es muy selecta en Japón, debido a que su particular orografía -en la que predominan las montañas y la costa- permite que solo un 15 por ciento de su superficie total esté cultivada.
Además, en el país asiático, donde llueve con abundancia y hay múltiples verduras y plantas comestibles de donde se pueden obtener nutrientes y vitaminas, la fruta nunca ha sido considerada un «alimento esencial», explica Shigeyuki Sasaki, investigador del grupo Takasago, uno de los líderes mundiales en sabores y aromas.
«La fruta siempre se ha considerado un artículo de lujo, un artículo para regalo», escribió Sasaki en una investigación de Takasago.
La fruta abandona su papel como alimento y se convierte en regalo estrella, especialmente en dos momentos especiales -en verano y en final de año-, elegidos por los japoneses para expresar gratitud a la gente que los rodea.
No todo es fruta de «lujo» en Japón, pero el bajo consumo diario de fruta -el Ministerio nipón de agricultura afirma que el consumo por persona en el país es la mitad del de la Unión Europea- hace que los precios, en cualquier caso, sorprendan a muchos extranjeros que visitan el país.
Y es que no hace falta perderse en una de estas «joyerías» de frutas para sorprenderse; basta con acercarse a cualquier supermercado para ver melones a 3.000 yenes (27 dólares) o mangos a 5.000 yenes (45 dólares).
Ja
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