Me llamo Luis Alberto Sartor, nací en San Javier, Provincia de Santa Fe, República Argentina, el 3 de noviembre de 1952, o sea que acabo de cumplir 64 años.
Les cuento que desde muy pequeño me gustaba la música, pero en realidad soñaba con ser jugador de fútbol y aunque mi físico no me ayudaba, quería ser arquero, parece que Dios tenía destinado otro camino impensado para mí.
Como mi familia era muy católica (tenemos dos monjas y mi papá estudió en el Seminario para cura) yo desde muy temprana edad fui monaguillo, o sea que ayudaba en la misa y participaba en el coro en esos tiempos cuando había que cantar en latín, lengua que me encantaba.
Un día mi abuela Regina le dijo a mi papá cuando volvía de la iglesia: “Cheee, me parece que el Albertito tiene buena voz!”. Así fue que pronto me encontré estudiando piano y haciendo solfeo con la profesora Amelia Traverso, con piezas clásicas. Pero con los amigos nos juntábamos a tocar y cantar los temas de «The Beatles» que al parecer tenían más que ver conmigo que Bach y Beethoven.
Cuando llegaban las vacaciones de verano siempre visitaba a mi otra abuelita, Zunilda (por parte de mamá) en la ciudad de Santa Fe. Estando allí, una tardecita llegó de visita mi tío abuelo, Antonio Fernández, el personaje de la familia, vestido de traje blanco y sombrero Panamá, que hacía poco que había regresado de gira artística por Europa y Japón.
Después de saludarnos me dijo: “Cheee Guri (muchacho), cuando seas grande vos tenés que ir a Japón a cantar folclore y tango como tu tío!!”.
Yo no tenía idea que dónde quedaba Japón, pero eso el episodio se me borró de la mente por largos años hasta que en la adolescencia me obsesioné con el rock y me fui a Buenos Aires para tocar el bajo y a ganar unos pesos extras haciendo sandwiches hasta que empecé a trabajar en la sección internacional de un banco.
“Cheee Guri (muchacho), cuando seas grande vos tenés que ir a Japón a cantar folclore y tango como tu tío!!”.
Ocurrió la casualidad que arrendé una habitación en casa de Don Antonio Pantoja, un famoso maestro peruano de folclore que una tarde tocó mi puerta para ofrecerme a precio de amigo un charango.
Decliné cortésmente la oferta y seguí durmiendo la siesta segurísimo de estar espiritualmente más cerca de The Beatles y los Rolling Stones que de los nostálgicos sonidos del Ande.
Meses después el maestro Pantoja me regaló un charango y su hija me invitó a un concierto en el que un músico boliviano, que tocaba charango con acento de jazz, me dejó tan maravillado que decidí aprender a tocarlo.
El destino empezó retomar el camino del que quizá me aparté por el rock cuando Pantoja se quedó sin charanguero en su grupo justo cuando llegaba a Buenos Aires un empresario japonés para arreglar una posible gira nipona.
Me llamaron de urgencia para cubrir el hueco y debía aprenderme tres canciones para una demostración provisional mientras se buscaba al músico que debía viajar a Tokio en 1978. El japonés quedó a gusto con el grupo y firmó el contrato con la condición de que debían viajar los mismos músicos que había visto.
Tuve que renunciar al Banco y eso me afectó muchísimo porque ya estaba en carrera a pesar de mis 25 años. Ya tenía poder de firma en el Departamento de Importación, estaba becado para estudiar inglés en la Cultural de Londres en Buenos Aires y un curso de Comercio Exterior en el Forex Club.
Además, tocaba el bajo en grupos de rock y música afro-tropical todas las semanas, de jueves a domingos, en hoteles, dance club, etc, pero bueno… ya con un pie en el avión me olvidé de todo y recordando el consejo premonitorio del tío Antonio me dije: Japón allá vamos!!.
(*) Músico argentino en Japón. Autor del libro “Charango máster” y miembro del trío Los Amigos.
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