Los “gaijin invisibles”, los extranjeros que parecen japoneses

Testimonio sobre lo confuso que puede ser (y sus ventajas y desventajas)

 

 


La escritora Joyce Wan vivió dos años en Japón, periodo durante la cual fue –según sus palabras– una “gaijin invisible”, una persona de origen asiático no japonesa (por ejemplo, una china) que por su apariencia es confundida con una japonesa (aquí también podríamos incluir a los nikkei latinoamericanos).

Joyce, una canadiense de origen chino, explica que ser una gaijin invisible en Japón tiene sus ventajas y desventajas, y de ellas da cuenta en un post publicado en el sitio Gaijinpot.

A los pocos días de llegar a Japón para trabajar en Hokkaido como parte de un programa de intercambio cultural, Joyce se dio cuenta de algo: si no abría la boca, era vista y tratada como una japonesa.


Primera ventaja de la invisibilidad: mezclarse con la población japonesa sin llamar la atención, ahorrándose la incomodidad de ser observada como puede ocurrirles a otros extranjeros. Joyce cuenta que un amigo blanco le dijo una vez que prefería viajar con ella porque así evitaba miradas de desconfianza.

Ahora bien, una desventaja de ser extranjero y parecer japonés es que no puedes gozar de la “celebridad” que tienen otros extranjeros en sitios donde estos son una rareza (pueblos lejos de las grandes ciudades, por ejemplo), pues su apariencia distinta llama la atención. Los japoneses, atraídos por el extranjero recién llegado, le prodigan atenciones, le regalan cosas, buscan hacerse sus amigos.

Sin embargo, a los japoneses fascinados con los extranjeros no parecen interesarles los extranjeros que parecen japoneses.


Por lo visto, llamar la atención en Japón por no parecer japonés puede ser tanto bueno como malo.

Volviendo a Joyce, ella cuenta que a medida que transcurría el tiempo, se iba japonizando: aprendía japonés, se amoldaba a las costumbres locales…


En Japón, una sociedad “que valora la conformidad”, como dice ella, Joyce sintió la presión de amoldarse, de encajar, de ser “japonesa”, de actuar y lucir como los demás. Y eso, paradójicamente, reforzó en ella estereotipos asignados a las mujeres asiáticas (sumisión, delicadeza, silenciosa timidez, etc.) de las que quería desprenderse.

“Sentí que me estaba convirtiendo en una versión más pasiva de mí misma”, recuerda. Su fallido intento por ser más japonesa ayudó poco a que ella experimentara un mayor sentido de pertenencia.

 

Joyce vivió una paradójica situación en Japón: ser una extranjera, pero a la vez formar parte, por primera vez en su vida, de “la abrumadora mayoría racial”.

 

Y mientras los japoneses a su alrededor esperaban que ella fuera un tipo de extranjera “más interesante”, ella se esforzaba por imitar su comportamiento para encajar.

Más ironías: sus compañeros de trabajo elogiaban su habilidad para manejar los palillos (cuando prácticamente nació con ellos), y las personas que recién conocía y se enteraban de que era canadiense le comentaban sorprendidas que parecía asiática.

Todas esas cosas la desorientaban. Como aquella vez en Vancouver en que un hombre, para agradecerle que le sostuviera la puerta, le dijo “arigato”, lo que le hizo sentir por un momento que ella no era ella.

Joyce dice que incluso antes de estar en Japón había sido confundida varias veces con una japonesa. Una vez, una mujer se quejó con ella del incremento de la población china en un barrio y le preguntó su opinión como “japonesa” (sin imaginar que ella tiene ancestros chinos).

La escritora canadiense nació y creció en una ciudad multiétnica donde no sufrió discriminación. Sin embargo, a veces ciertas situaciones le recordaban su “apariencia distinta”, como cuando le preguntaban de dónde era o extraños la saludaban diciéndole “hola” en algún idioma asiático.

De su texto se desprende que Japón fue una experiencia positiva.

“Vivir en Japón añadió una nueva dimensión de complejidad a mi relación con la raza y la identidad, pero a su vez me ha ayudado a comprender mejor mi propia identidad como una mujer asiático-canadiense”, escribe.

Por su experiencia tanto en Japón como en Canadá, dice que “esforzarse mucho por encajar en una cultura solo puede llevar a sentirse como un impostor”.

Mejor ser tú mismo.

¿Con cuánto de lo que escribe Joyce se podrá sentir identificado un nikkei latinoamericano?

En todo caso, quizá habría que dejar de pensar en la identidad como si tuviera que ser un bloque de concreto, una estructura inflexible, como si necesariamente hubiera que definirse en un sentido u otro, colgarse una etiqueta. Cada uno construye su propia identidad. (International Press)

 

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