Kuriles, una herida abierta que impide a Japón y Rusia firmar la paz

"Si pudiera volver ahora mismo, iría de cabeza con mi barco”

Islas Kuriles (foto Wikipedia)

 

 


Andrés Sánchez Braun / EFE

«Kuriles del Sur», «Territorios del Norte»… El nombre es lo de menos. Lo importante es la profunda brecha que subyace bajo estas islas, una herida que data de la II Guerra Mundial y que aún hoy impide a Japón y Rusia firmar un tratado de paz.

Apenas 5.800 metros separan el cabo Nosappu, el punto más al este del país del sol naciente, del inhóspito islote de Moemoshiri, el más occidental de este archipiélago situado en el umbral del Pacífico Norte y administrado desde 1945 por la Unión Soviética y -tras su disolución- por Rusia.


Esta distancia podría cubrirse en una motora en apenas unos minutos, pero se antoja casi infinita en el imaginario de aquellos japoneses que 71 años después del desembarco del ejército rojo -que comenzó a invadir las islas tres días después de que Tokio anunciara su rendición- siguen sin poder retornar con normalidad al sitio que les vio nacer.

Hiroshi Tokuno, de 82 años, es uno de ellos. Para él los «Territorios del Norte» o «Mil Islas del Sur», como se las conoce en Japón, son algo más que un espinoso asunto diplomático.

Cuesta imaginarse por qué alguien quiera volver a un sitio bañado por un mar tan gélido y furioso y barrido incesantemente por unos fortísimas vientos que parecen anunciar el fin de los tiempos.


Sin embargo, a Tokuno se le ilumina el rostro cuando habla de su añorada Shikotan, una de las tres grandes islas que, sumada a los islotes Habomai (donde se incluye Moemoshiri), integra el controvertido grupo de las «Kuriles del Sur», como Moscú las llama.

Tokuno habla de montes, praderas o viejos faros de madera. Y de pesca, sobre todo de pesca, el sector en el que estaba involucrado toda su familia, al igual que la práctica totalidad de los antiguos habitantes de este archipiélago.


«Si pudiera volver ahora mismo, iría de cabeza con mi barco a pescar a los mismos sitios en los que mi abuelo me decía siempre que aguardaban las mejores capturas», dice sin dudarlo.

Él ha tenido la suerte de volver a pisar Shikotan dentro de un programa del Gobierno ruso que permite visitas temporales con exención de visados para antiguos residentes.

La primera vez fue en 1991, 43 años después de que los soviéticos lo hacinaran junto a su familia y otros centenares de isleños en un barco que los llevaría primero a Sajalín y después a la isla japonesa de Hokkaido en una travesía inhumana que se cobró la vida de los tripulantes más débiles, entre ellos su sobrino de dos años.

El férreo apego por estas tierras hizo que la aplastante mayoría de los que fueron expulsados de las islas -algo más de 17.000 personas- decidieran irse a vivir a Nemuro, municipio de Hokkaido desde el que pueden divisarlas en la lejanía apostados en el cabo Nosappu.

Casi todos los que aún viven -unos 6.500- han podido retornar durante unas horas al lugar que fue su hogar gracias al programa de exención de visas, aunque el proceso para ser seleccionado es largo y complejo y las ocasiones para realizar las visitas, escasas.

Las Kuriles y el ansiado tratado de paz serán sin duda el principal foco de atención cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, visite Japón a mediados de diciembre para reunirse con el primer ministro nipón, Shinzo Abe.

La cumbre vendrá marcada por un cambio en la postura que Tokio ha sostenido en las últimas décadas y que pasaba por reclamar la devolución de las tres islas y las Habomai como paso previo a la firma de un tratado de paz.

La inamovilidad de Moscú, que considera que arrebató legítimamente los territorios al término de la II Guerra Mundial, ha llevado al Gobierno Abe a plantearse aceptar lo que ambos países preacordaron en una declaración conjunta de 1956 que estipulaba el traspaso a Japón de tan solo Shikotan y las Habomai.

Tokio baraja proponer además la administración conjunta de las otras dos grandes islas, Etorofu y Kunashiri, una idea que la asociación de exresidentes a la que pertenece Tokuno o el propio municipio de Nemuro, de cuyo ayuntamiento dependía el archipiélago hasta 1945, parecen ya resignados a aceptar.

Esta nueva postura contrasta en todo caso con toda la cartelería que aún inunda cada rincón de este pueblo reclamando, con signos de exclamación y tanto en japonés como en ruso, la inmediata devolución de los «Territorios del Norte».

Y es que las islas son un elemento económico clave para esta localidad de 27.000 habitantes que también está volcada en la pesca.

Solo la devolución de las Habomai y Shikotan supondría el retorno a Japón del 40 por ciento de las aguas territoriales que se perdieron con la invasión soviética, subraya el vicealcalde de Nemuro, Masatoshi Ishigaki, que como tantos en el pueblo es hijo de exresidentes de las islas.

Entretanto, los pescadores de Nemuro se ven obligados a pagar cada año unos 460 millones de yenes (casi 4 millones de euros) a las autoridades rusas para poder faenar a apenas tres kilómetros del pueblo.

Todo con tal de tener acceso a estas aguas ricas en cangrejos o bacalao e idóneas para el cultivo de algas.

La mayoría de exresidentes (cuya media de edad es de 81 años) creen que a estas alturas ya cualquier opción es buena teniendo en cuenta que el tiempo se les agota.

Es el caso de Tokuno, que vio como sus padres fallecieron sin poder regresar jamás a su isla y que solo piensa a todas horas en una cosa: poder volver a fondear a orillas de su amada Shikotan.

 

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