Prostitución y explotación laboral, el drama de las adolescentes pobres en Japón

 

Menor se prostituía para poder comprarse útiles escolares


Escolares

Cuando uno piensa en Japón no tiende a pensar en pobreza. Sin embargo, como en cualquier país del mundo hay pobreza y sus víctimas más vulnerables son los menores de edad.


En un reportaje, el diario Asahi Shimbun expone el caso de dos menores a quienes la pobreza empujó a la prostitución y la explotación laboral.

Una de ellas es una chica que cuando tenía 15 años, desesperada por la falta de recursos, sin apoyo de ningún adulto, se prostituyó porque necesitaba 5.000 yenes (45,5 dólares) para comprarse unos zapatos para usar en la escuela.

En aquel entonces, su madre se beneficiaba de la asistencia social y pasaba la mayor parte del tiempo con su novio. La menor tenía que aguantar golpes e insultos.


Sin dinero, la chica usaba los 10.000 yenes (91 dólares) que su abuela le daba en Año Nuevo para comprarse útiles escolares. ¿Trabajo? Siendo estudiante de secundaria era difícil encontrarlo.

La menor se prostituyó por primera vez en Shinjuku, Tokio. La segunda vez consiguió 10.000 yenes, dinero que usó para comprarse una mochila y cuadernos.


La chica no era consciente de su situación. Gracias a un grupo de apoyo a menores, que conoció a través de internet, supo que era víctima de prostitución infantil ilegal.

Conocer al grupo la ayudó mucho, pues ella, sintiéndose culpable y odiándose por lo que hacía, se infligía daño (por ejemplo, haciéndose cortes en las muñecas).

La habitación en la que vivía era un desastre, ni siquiera salía agua potable del grifo.

El otro caso de abuso infantil afecta a una chica de 18 años que debió salir de su casa cuando terminó la secundaria.

Para ser más exacto, su madrastra la echó. Le dio dos opciones que en la práctica significaban que tenía que salir de casa: si quería ir a koko, debía entrar a una institución para menores. Si no, entonces tenía que arreglárselas por su cuenta.

La chica decidió vivir por su cuenta pues era testigo de cómo vivir en un hogar de acogida había perjudicado a su hermana mayor.

La menor se mudó a un apato que su madrastra le encontró y comenzó a trabajar a tiempo parcial en un restaurante. Sin embargo, la mujer, no satisfecha con botar a la pobre chica, se quedaba con su sueldo y solo le dejaba 5.000 yenes mensuales para sus gastos.

Pese a su difícil situación, la menor nunca renunció a su aspiración de seguir estudiando. Sin embargo, para estudiar en koko necesitaba un garante, un adulto que se responsabilizara por ella. Ninguno de sus parientes la ayudó.

Finalmente, encontró un aval. El dueño de una empresa aceptó ser su garante si trabajaba para su fábrica de autopartes. Además, le dio alojamiento. En las noches asistía a la escuela.

¿Ahí acabó su drama? Para nada.

La estudiante trabajaba 30 horas semanales en la fábrica. Sin embargo, recibía menos de 20.000 yenes (182 dólares) mensuales. Restando lo que pagaba en pasajes, solo le quedaba dinero para comer una vez al día, normalmente fideos instantáneos.

La mayor parte de su salario era descontado por asuntos poco claros. La empresa le deducía 10.000 yenes mensuales supuestamente para pagar la escuela, pero normalmente no lo hacía.

Además, la habitación en la que vivía era un desastre, ni siquiera salía agua potable del grifo.

Felizmente, había gente que se preocupaba por ella. Un profesor de su escuela organizó una reunión para ayudarla, y propuso que la chica renunciara a la fábrica y encontrarle un nuevo lugar para vivir y un nuevo trabajo a medio tiempo.

Pese a que la menor se sentía en deuda con el dueño de la fábrica porque había aceptado ser su garante, dándole la oportunidad de estudiar, su situación era tan dura (explotación, mala alimentación, vivienda deplorable, etc.) que decidió huir.

La chica ahora vive en un cuarto alquilado a nombre de su novio de 24 años, hace arubaito en un supermercado y asiste a su último año en koko. Y come mejor.

Lamentablemente, las vivencias de estas chicas no son infrecuentes, revela Asahi Shimbun. No tener padres o tutores que velen por ellas y se preocupen por su educación puede empujarlas a situaciones terribles.

El profesor universitario Ryoichi Yamano hace hincapié en que los niños pobres son especialmente vulnerables a todo tipo de abuso. (International Press)

 

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