De niño pasaba hambre y era obligado a pedir arroz a los vecinos
Tenía 13 años el día de primavera de 2004 en que se despertó hambriento, como siempre, y vio a su alrededor la deprimente escena familiar de todos los días: su madre y sus tres hermanos durmiendo en el suelo, rodeados de un montón de basura en una habitación de ocho tatamis.
«No quiero sufrir más”, pensó el niño, y decidió suicidarse. Tomó las pastillas para dormir de su madre, fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua y se tragó un puñado de un trago. Aturdido por las pastillas, acudió a la escuela, donde perdió el conocimiento. Lo recobró en un hospital.
11 años después, recuerda con claridad ese triste día en una entrevista que concede a Yomiuri Shimbun.
Alrededor de un mes después de su primer intento de quitarse la vida, el niño fue dado de alta. Cuando regresó al apartamento de su familia, en la región de Kanto, su madre y sus hermanos lo miraron un rato en silencio antes de volver a fijar su atención en la pantalla del televisor.
¿Le preguntaron cómo estaba o qué podían hacer por él? No. Todo lo contrario. Su madre lo llenó de insultos. “Muérete ya”, cosas así. Lo usual. El chico intentó suicidarse dos veces más en los seis meses siguientes.
De su padre no sabe nada. Recuerda que cuando era niño, su madre lo obligaba a tocar la puerta de los vecinos para pedirles arroz. Iba con su hermano y su hermana menor, que entonces era solo una bebé. Los vecinos, conmovidos, accedían. Sin embargo, los hermanos pasaban hambre. El protagonista de la historia contada por Yomiuri recuerda que tenía tanta hambre que comía césped y nueces que encontraba en un bosque cercano.
No decía nada a nadie, hasta que en secundaria se animó a escribir en un diario que compartía con su profesor cosas como “tengo hambre” o “mi mamá me pega”. No recibió ayuda.
La primera vez que desafió a su madre fue después de su tercer intento de suicidio, cuando estudiaba en segundo año de secundaria. Ella le gritó que era una “basura”. “¡Cállate!”, le gritó él.
La mujer, enfurecida, tomó un cuchillo de cocina y se abalanzó sobre él. Ambos forcejearon en el piso. Su madre le hizo un corte en la pierna, pero él logró zafarse y huir de su casa.
El chico retornó horas después. Encontró a su madre en el living, viendo televisión como si nada hubiera ocurrido. Fue el baño y se limpió la sangre. Estaba temblando. Ya no podía seguir viviendo en esa casa. Avisó a su escuela y se mudó a un albergue para niños.
El menor siguió estudiando y culminó la secundaria. Cuando ingresó a koko, empezó a soñar con estudiar en la universidad y cambiar su vida.
Necesitaba dinero, claro, así que comenzó a trabajar en un supermercado después de clases. Después del trabajo, estudiaba en su casa hasta tarde. Llegó a ser el primero durante los exámenes preliminares. El sueño de ser universitario parecía estar cada vez más cerca.
Sin embargo, necesitaba mucho dinero, cuatro millones de yenes (33.000 dólares), para cubrir sus cuatro años de estudio. Las escuelas técnicas también estaban fuera de su alcance. No tenía a quién recurrir y tuvo que renunciar a su sueño.
Desmotivado, sin metas en la vida, se pasaba los días en que no tenía clases viendo televisión. Por fortuna, no tiró la toalla. Tenía que seguir viviendo. Encontró trabajo en una fábrica de impresión que proporcionaba alojamiento a estudiantes.
El verano pasado se mudó a otra fábrica. Sigue ahí. Ahora tiene 24 años. Tras los impuestos le quedan 120.000 yenes (991 dólares) de ingresos netos mensuales. Los fines de semana sale con amigos. No tiene ningún contacto con su madre y sus hermanos.
Su vida no es la que él soñó, pero aún es joven y tiene mucho por adelante. Además, haber sobrevivido a la pobreza, a tres intentos de suicidio y, sobre todo, a una madre violenta que casi lo mata, para convertirse en un buen ciudadano ya es todo un logro.
Como buen superviviente, ha aprendido a disfrutar del milagro y el privilegio de estar vivo: «Yo sabía que mis sueños nunca se harían realidad. Mientras pueda disfrutar de los pequeños placeres de la vida, estoy bien».
POBREZA Y SUICIDIO
En 2014, 538 niños se suicidaron en Japón. La pobreza es una causa común de suicidio entre los niños. (International Press)
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