La opinión, para los que no opinan. Por Jorge Barraza

Jorge Barraza

Por Jorge Barraza*

Las recientes Copa América de Chile y Copa de Oro en Estados Unidos evidenciaron como nunca la invasión de exfutbolistas en los medios de comunicación, sobre todo en TV. En ocasiones, por cada un periodista aparecían cuatro ex. Sin duda, una desproporción. Acoplar una figura del deporte al comentario deportivo es una fórmula atractiva. Y antigua. Ernesto Lazzatti, El Pibe de Oro, figura mítica del mediocampo boquense, escribía en El Gráfico y actuaba en radio ya en los años 50. Y como él, varios más. Claro, Lazzatti era un hombre de buena formación, muy centrado, veía bien el juego.


Hemos visto en la televisión chilena a Patricio Yáñez, Iván Zamorano, Rodrigo Goldberg, escribir en La Tercera a Leonardo Véliz, e incursionar en cadenas internacionales a cantidades de figuras futbolísticas como Enrique Wolff, Mario Kempes, Marcelo Espina, Diego Latorre, Jorge Bermúdez, Faryd Mondragón, Eduardo Bennet, etcéteras varios. Hacen un aporte: su conocimiento técnico y táctico. Agregan a la transmisión el peso de sus nombres, y está el cariño que mucha gente les tiene. Algunos lo hacen bien, otros no tanto, pero en general, no definen. Tienen la opinión blanda por aquello del espíritu de cuerpo. Mantienen los códigos del vestuario. Que no es respeto, es otra cosa: atadura, compromiso. El fútbol es un gigantesco entramado que une, por acá o por allá, a muchos protagonistas. A la hora de opinar, el exfutbolista sabe que con Lombardi fue compañero, a Sánchez lo entrenó en tal club, de Menéndez es amigo del padre porque compartieron equipo… O, de última, se pueden encontrar en otra curva de la rueda del fútbol. “Opino desde el respeto”, se atajan. No se habla de ser irreverentes, sino de decir lo que se ve sin limitaciones, es lo que el público pide. El jugador es un artista que, en el alto nivel, cobra sumas millonarias para actuar y está expuesto al elogio o al reproche.

Opinar es justamente comprometerse. “No me importa si dicen que jugué mal, pero que no se metan con mi vida privada”, reclama el jugador. Miente: sí le importa, sí le duele; de hecho, en muchísimos casos corta su relación con el periodista tras una crítica. Por eso vemos a diario al cronista de campo de juego en el chichoneo con los jugadores. Es bastante penoso, por cierto; acontece que si no incurren en el amiguismo, los jugadores luego no se paran para hablarles ante las cámaras. Y de eso vive el cronista de campo, como el de camerinos.

Guillermo Salatino, magnífico periodista de tenis, contó una anécdota deliciosa sobre Gastón Gaudio, campeón de Roland Garrós, un exquisito de la raqueta, aunque muy poco profesional: “Varias veces lo maté, porque hacía todo para que lo matara, pero es el único deportista que vino un día y me dijo: ‘Vos estás haciendo tu trabajo. Yo era un desastre adentro de la cancha, ¿qué vas a decir…? Si la gente lo está viendo’. Un fenómeno”. El problema, hay pocos Gaudios.


A la hora de opinar, el exfutbolista sabe que con Lombardi fue compañero, a Sánchez lo entrenó en tal club, de Menéndez es amigo del padre porque compartieron equipo…

Existe un pre concepto: el periodista dice “Pérez jugó mal” y de inmediato surge un coro “¡Uuuuuyyy, lo mató…!” No lo mató, dijo lo que vio; es la tarea del analista, para eso lo contratan. Pero sobrevuela una amplia nube de hipocresía que cubre todo el ambiente. Se lo toma como una traición. Si se van a dedicar a esto, los exjugadores deben mentalizarse que desde ese lugar se deben al público, no a Pérez ni al gremio. Así se pierde calidad en el juicio, se evapora la profundidad. Porque se da justamente la opinión a los que no opinan. Por eso, salvo alguna honrosa excepción como Valdano, nunca salió del fútbol una estrella del comentario.

Jorge Valdano, una honrosa excepción.
Jorge Valdano, una honrosa excepción.

“Faltaron los interiores… El 4-3-3… las pelotas cruzadas… el doble cinco… Las coberturas… Fru, fru, fru…” Abunda el palabreo técnico. Hubiésemos gustado escuchar análisis concretos: “Argentina planteó mal el partido… No lo fue a buscar… Careció de actitud para una final… No tuvo presencia anímica… Sampaoli le dio una muestra gratis a Martino… El entrenador argentino no tuvo luces para encarar el partido que podía darle el título…” Las cosas que esos mismos exfutbolistas confían detrás de cámaras. Luego, en la rueda de prensa, Martino declara: “Voy a morir con estos veintitrés jugadores”. Tampoco escuchamos a ningún exfutbolista preguntarse ¿para qué morir…? ¿por qué no vivir, mejor…? ¿para qué con estos veintitrés…? Si es el técnico y tiene la potestad para cambiar a placer… ¿Compromiso con Higuaín, con Lavezzi, con Gago, con Di María…? El único compromiso del técnico es hacia el público y hacia el fútbol que representa. Uno entiende que Pekerman tenga un gesto de gratitud con Falcao, que lo ayudó con tantos goles a clasificar al Mundial. Lo incomprensible es la deuda moral de Martino, que acaba de disputar su primer torneo con Argentina, con jugadores que hace tiempo no rinden. O nunca han rendido. Se cambia al presidente de General Motors si bajan las ventas, ¿por qué no se va a poder cambiar al wing izquierdo…?

Es facultad y obligación del comandante tomar decisiones. En tal sentido, es fantástico el compromiso de Van Gaal con su profesión. Pidió que le vendan a Di María. “Pero Louis, acabamos de comprarlo en 80 millones de euros…”, le habrán puesto como reparo. “Sí, pero a mí no me sirve, véndanlo”. Y a otra cosa.


No se trata de ser lapidarios o irrespetuosos, sino críticos, objetivos, veraces. Es lo que uno reclama como consumidor cuando compra el diario o enciende el televisor. El problema es que el futbolista, como sostiene Enrique Wolff, nunca deja de serlo. “Yo soy futbolista. No hay exmédicos ni exabogados, siguen siendo médicos y abogados, aunque estén retirados de la profesión”, enfatiza Quique.

Cuando Arturo Vidal chocó su Ferrari queríamos escuchar la opinión de los exfutbolistas. No aparecieron. Cuando Di María corre cuarenta metros de manera alocada con la pelota hasta chocar o caerse no dicen la palabra “alocada”. Es el toque de la opinión. No es que falte pimienta, falta lo evidente. En el caso Messi, ninguno salió a decir que lo dejan solo y nadie le devuelve un pase. Ponerse un traje y tomar el micrófono está bien, pero hay que decir cosas. Además, cuando el exfutbolista interviene y su veredicto es tibio, contagia al periodista que tiene al lado. Si aquel no fue crítico, este se cuida de serlo.


Cuando el periodista tiene condiciones resulta insuperable, porque aporta una formación académica, pero sobre todo el rigor que exige esta profesión. El periodismo ejercido sin firmeza es apenas un caldo inconsistente.

(*) Columnista de International Press desde 2002. Ex jefe de redacción de la revista El Gráfico.


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