Kamikaze, entre los que condenan al Ejército Imperial y los que buscan legitimarlo

Pilotos suicidas dividen la memoria de Japón


Andrés Sánchez Braun / EFE

La conservación de la memoria de los kamikaze, los míticos pilotos suicidas, han generado disputas entre los que condenan y los que legitiman los «ataques especiales» del Ejército Imperial.

Los kamikaze son protagonistas de películas de éxito, series de televisión y en los últimos años se han impulsado iniciativas para recuperar el rastro de estos pilotos, como la conservación de sus cartas o la restauración de los lugares donde se entrenaron y vivieron.


Resulta asombroso que los edificios de madera de la escuela militar de vuelo de Kumagaya sigan en pie en la localidad de Okegawa (30 kilómetros al noroeste de Tokio) 87 años después de su construcción.

La última promoción de doce aviadores que se entrenó en esta escuela fue enviada a la tristemente célebre base de Chiran (sur del país), donde se llevó a cabo la táctica extrema diseñada a la desesperada por el Ejército Imperial hacia el final de la guerra.

Los pilotos estampaban su avión contra navíos aliados para causar el mayor daño posible en un intento por evitar una invasión de Japón que se antojaba cada vez más inminente.


«Éramos todos unos niños y ninguno teníamos muy claro qué estábamos haciendo y por qué», respondió hace unos años Masanori Yanai, uno de los mecánicos que trabajaron en este centro de aprendizaje, al hacer memoria mientras contempla el cercano aeródromo Honda, donde aprendieron a volar los jóvenes pilotos del centro de Okegawa.

De regreso a los barracones, el hombre reconoció en todo caso el entusiasmo que muchos pilotos mostraban pese a saber que iban a morir y puso como ejemplo a uno que aún vivía cuando habló para tes reportaje y que residía en la cercana localidad de Omiya.


Fue uno de los doce kamikaze enviados a Chiran y tuvo que echar a suertes con otros miembros de su unidad quiénes subirían a los aviones y quiénes quedarían en tierra. «Perdió y se quedó muy desilusionado. El resto murió».

«En el fondo, creo que los pilotos debían tener miedo. Aunque eso no era algo de lo que se pudiera hablar», concluyó el ex mecánico.

El ayuntamiento de Okegawa ha decidido este año restaurar buena parte de la escuela, algo que alegra enormemente a los afectuosos voluntarios y a la ONG del municipio que trabaja para preservar este legado histórico.

Sin embargo, ésta y otras iniciativas similares generan cierta inquietud ante la posibilidad de que sean aprovechadas por los revisionistas nipones para dar una visión deformada del programa de «ataques aéreos especiales».

Según cuenta a Efe M.G. Sheftall, profesor estadounidense de historia cultural japonesa de la universidad pública de Shizuoka, esta versión alternativa de la historia «convierte a los pilotos en héroes en vez de en víctimas» y «busca borrar cualquier responsabilidad del Estado».

El académico añade que «se trata de convertir a los kamikaze en personajes que son dueños de su destino», tal y como hace «Eien no zero» («Eternal zero»), película basada en una novela homónima de Naoki Hyakuta que se convirtió en 2014 en la segunda más taquillera en Japón.

También es muy crítico con esta visión el maestro de la animación Hayao Miyazaki, que fue tajante al calificar el filme como un producto «basado en una historia de ficción sobre la guerra que no es más que un puñado de mentiras».

«Buena parte de la industria del entretenimiento nipona y de la derecha revisionista hace uso del sentimentalismo», cuenta Sheftall, autor del aplaudido libro «Blossoms in the wind: human legacies of the kamikaze» (2005), compuesto por entrevistas con pilotos suicidas que sobrevivieron a la guerra.

El propio Sheftall colabora con un proyecto de la ciudad de Minamikyushu (donde se enmarca Chiran) para que cientos de cartas de despedida de estos aviadores sean nombradas Patrimonio Mundial por la UNESCO, aunque ha tenido que insistir mucho en la necesidad de evitar el discurso «sentimental y heroico».

«Advertí que en Japón solo la mitad de la gente se tragaría eso y que fuera del archipiélago nadie lo haría», cuenta Sheftall.

De hecho, el Gobierno chino protestó nada más conocerse la iniciativa al considerar que busca «glorificar el pasado militarista del país».

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