Los asiáticos que no salen en las películas de la II Guerra Mundial

El ferrocarril de la muerte

 

Ejército japonés explotó a entre 180.000 y 260.000 asiáticos para construir el «ferrocarril de la muerte»


El ferrocarril de la muerte
El ferrocarril de la muerte

Gaspar Ruiz-Canela / EFE

Los trabajadores asiáticos padecieron la peores condiciones en el «ferrocarril de la muerte» entre Tailandia y Birmania construido durante la Segunda Guerra Mundial, pero apenas existen monumentos o películas que honren su memoria.


Multitudes de turistas y familiares visitan todos los años los cementerios y monumentos dedicados a los prisioneros de guerra británicos, australianos u holandeses enterrados en la provincia de Kanchanaburi, en el oeste de Tailandia.

Algunos murieron ejecutados y torturados por los soldados japoneses, pero la mayoría a causa de la malnutrición, enfermedades y las duras condiciones durante la construcción a marchas forzadas de más de 400 kilómetros de vías que entre 1942 y 1943 unieron Birmania y Tailandia.

En total, el Ejército japonés empleó unos 60.000 prisioneros de guerra, de los que murieron más de 12.300, mientras que había entre 180.000 y 260.000 asiáticos, en su mayoría malayos, tamiles y javaneses embaucados con falsas promesas o empleados a la fuerza.


Se calcula que murieron más de 90.000 asiáticos, conocidos como «romusha» («trabajador» en japonés), aunque es sólo un cálculo y la cifra podría ser mayor.

«Los prisioneros militares tenían una organización militar, pero no los trabajadores asiáticos, que padecían unas condiciones insalubres tremendas», explica a Efe Rod Beattie, director del Centro del Ferrocarril Thailand-Burma.


A costa de un enorme coste humano, el Ejército japonés finalizó en un tiempo récord de 17 meses el ferrocarril entre Tailandia y Birmania, construido con picos y palas por impenetrables selvas tropicales y escarpadas colinas.

Los romusha, en su mayoría analfabetos, no dejaron testimonios escritos y casi no existe documentación sobre los que yacen en fosas comunes a lo largo del trazado del ferrocarril.

«Algunos familiares de trabajadores asiáticos nos piden información, pero no podemos ayudarles. No hay información sobre el paradero de sus familiares muertos», reconoce Beattie, quien lleva más de 15 años investigando sobre el ferrocarril y la Segunda Guerra Mundial.

Sapaka fue uno de los miles de malayos obligados a viajar hasta Kanchanaburi para trabajar en el ferrocarril.

«Los guardias podían ser muy fieros. Incluso si tenías que orinar, debías pedir permiso. Si no lo hacías, te ataban las manos detrás de tu espalda y te golpeaban con palos con hormigas rojas. Te picaban por todo el cuerpo», dijo el malayo, según el testimonio recogido por el historiador David Boggett.

«Los soldados británicos que vinieron al finalizar la guerra nunca me ayudaron; nunca preguntaron o trataron de averiguar nada sobre nosotros, los trabajadores», relató.

Sapaka consiguió escapar y fue acogido por una comunidad local, donde adoptó el nombre tailandés Thongyu Chalawankumphi, se casó y llegó a tener seis hijos.

Algunos ancianos de Kanchanaburi cuentan cómo los trabajadores asiáticos muertos por el cólera o el agotamiento eran arrojados a las fosas comunes, algunos de ellos moribundos pero aún con vida.

Eric Lomax, el prisionero británico retratado en la reciente película «Un largo viaje», describió en sus memorias a los trabajadores asiáticos como «una marea de hombres infelices» que iban a convertirse «en las mayores víctimas del ferrocarril».

Los romusha no aparecen retratados en esta película ni en la conocida «El puente sobre el río Kwai», basada en una novela del francés Pierre Boulle con algunas imprecisiones históricas.

Tras la guerra, Holanda y el Reino Unido se desentendieron de los romusha javaneses, malayos o tamiles procedentes de sus colonias.

Paradójicamente, el único reconocimiento a los romusha fue realizado por los japoneses, que levantaron en Kanchanaburi un monumento de homenaje a todos los trabajadores muertos en las obras del ferrocarril que aún conserva placas conmemorativas en japonés, chino, inglés, tamil, malayo y vietnamita.

En 1990, una ONG desenterró restos de unos 500 romusha de una fosa común cerca del ferrocarril, pero nadie se interesó por ellos y la mayoría terminaron siendo enterrados en el recinto de un antiguo templo cerca de Kanchanaburi.

Un empresario local, Prythong Chansiri, compró unos 140 esqueletos y expuso dos de ellos vestidos con uniformes australianos en su estrambótico The World War II and JEATH Museum cerca del popular puente del tren en Kanchanaburi.

Finalmente tuvo que desvestirlos, debido a las quejas porque no eran restos de australianos sino asiáticos, y ahora están expuestos en una urna. Un sombrío panteón comparado con los cuidados cementerios dedicados a los militares occidentales que perecieron junto a los romusha.

 

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