Que un argentino llegue a Papa es extremadamente inusual. Que un argentino no sea hincha de fútbol es tal vez más extraño. Aquí la gente vive, come y piensa fútbol. Monseñor Bergoglio no es la excepción. De muy niño se apasionó con los colores de San Lorenzo y seguramente los domingos, allá en Roma, cuando acabe la misa y sus funciones papales den paso al hombre común que es, va a preguntar: “¿Cómo salió el Ciclón…?” Le dirán que si no gana puede acecharlo nuevamente el descenso y repreguntará “¿Cómo estamos con el promedio…?”
De hecho, Bergoglio (a secas, así como se lo conoce en la Argentina), es un ciudadano más, de perfil bajísimo y hábitos comunes y austeros, que viaja en subte y camina las calles de Buenos Aires. Por eso no extrañó que apenas minutos después de su nombramiento circulara por los medios una foto del flamante pontífice exhibiendo un banderín del club de sus amores. E instantes después la reproducción de su carnet de socio con el número 88.235.
La noticia nos impactó por su dimensión, aunque también por lo inesperada. Bergoglio ya había “llegado a la final” en la elección anterior, cuando se impuso el cardenal Ratzinger ocho años atrás. Pero ahora no se hablaba de un posible triunfo suyo. Se daba como favorito a un obispo brasileño, se mencionaba a un canadiense y un italiano. La información sorprendió a la nación entera, que reaccionó con perplejidad y alegría.
Francisco I abrazó el sacerdocio recién a los 21 años, de modo que ya era futbolero. Pero seguro habitaba en su interior el hombre de fe. Acaso por ello lo atrapó San Lorenzo. Este club fue fundado 1908 por un cura: el padre Lorenzo Massa, un gran entusiasta de la pelota. Él armó el primer equipo, que se llamaba “Los Forzosos de Almagro”; en el patio de su parroquia jugaron los primeros sanlorencistas y luego gestionó ante un convento los terrenos donde se edificaría el gran estadio “santo”: el Gasómetro. Por eso los muchachos cambiaron el nombre del club y lo rebautizaron San Lorenzo.
El Gasómetro fue denominado también “el Wembley porteño”, por su similitud con el coloso inglés. Era un templo de madera y chapa en el que se jugaron los Sudamericanos de 1929, 1937 y 1946. Un orgullo del Ciclón, que lo perdió en 1982 agobiado por las deudas.
Bergoglio apoyó la lucha del club por la recuperación de los terrenos, que continúa incesante y el club lo homenajeó en los fastos de su centenario. El Ciclón tiene la parcialidad más graciosa y bullanguera, pero los contrarios le hunden el pulgar siempre en la misma herida: “Ustedes nunca ganaron la Libertadores”.
Hoy, los hinchas azulgranas exultan su alegría y han hecho explotar las redes sociales: “¡El Papa es del Ciclón…! Pero la mordacidad y el humor de los rivales no se hizo esperar. Abajo de la noticia que habla de su simpatía azulgrana, apareció una frase genial: “San Lorenzo tiene más Papas que Copas Libertadores…”