Por Jorge Barraza*
Casi a diario conversamos con ex futbolistas. Todos los que jugaron hace 30, 40 ó 50 años manifiestan exactamente lo mismo: “¡Qué lindo es jugar ahora!, ¡Y qué fácil…! los campos son mejores, la organización, la indumentaria también, el reglamento protege más al habilidoso, por cualquier falta se amonesta, no te pueden hacer trampa porque la televisión fiscaliza todo…”
Desde luego, por una lógica de vida, el desarrollo, la transferencia de conocimientos y la acumulación de experiencias hacen que toda actividad se supere. Tal vez Usain Bolt no sea el ser humano más veloz que haya existido en la historia. Acaso en el pasado hubo algún atleta genéticamente más rápido, pero nunca lo sabremos. El entrenamiento actual, la alimentación, el cuidado y el profesionalismo de esta época que le permite dedicarse a pleno, han posibilitado a Bolt explotar al máximo sus fabulosas virtudes locomotivas y marcar el tiempo más corto en los 100 metros planos. Porque en atletismo es todo muy simple: se mide quién es más veloz y punto. Y se mide con reloj. No hay discusión posible. Por eso, Bolt es el sujeto más ligero de todos los tiempos.
En fútbol es muy diferente, más complejo. Hay una suma de factores. Desde el punto de los aspectos externos (reglamento, canchas, calzado, preparación, ingresos, nutrición, información sobre los rivales, tratamiento de las lesiones, etc), todo ha evolucionado en forma notable.
Sin embargo, existe una confusión entre lindo y fácil. Sí es más bonito desarrollar la carrera ahora que hace cuatro décadas, pero de ninguna manera es más fácil. Hay tres elementos que han cambiado y complican la vida de quien lleva la pelota, del que tiene que armar juego o encabezar un ataque: 1) La mayor velocidad del juego. 2) La evolución de los arqueros. 3) Lo más importante: la presión sobre el adversario y sobre la pelota.
La velocidad quita precisión. Un jugador al que se ve elegante jugando a 3 kilómetros por hora podría aparecer hasta torpe a 20. También quita lucidez mental. No es igual tener 3 ó 4 segundos para decidir, que disponer de uno. Decenas de avances y de goles se pierden por pequeñas imprecisiones generadas por el vértigo de la jugada.
Hasta el peor guardameta de los actuales hubiese sido visto como muy bueno en el pasado. Son todos altísimos, lucen una condición física excepcional, tienen entrenador de arqueros (antes no había), han heredado todos los secretos del puesto, saben jugar con los pies, atajan penales, marcan goles, ordenan la defensa, son un jugador más para descargar la pelota cuando el rival aprieta, inician avances con sus saques. Dominan el área chica. Pero, básicamente, es muchísimo más complicado hacerles goles.
Por último, la oposición, la acción defensiva rival. Hemos escuchado hasta el hartazgo la frase “¿Quién dijo que antes no se marcaba…? los defensas pegaban como locos…” He aquí una confusión con los verbos. Pegar no es marcar, y marcar es diferente a presionar, que es el mayor obstáculo que presenta el fútbol hoy para quien intenta atacar.
Antes se permitía recibir el balón y encarar. Recién ahí el adversario se aprestaba a marcar, lo que daba grandes facilidades al atacante. Si este era habilidoso, hacía estragos. Por eso, muchos defensores no tenían otro recurso que pegar. Pero pegar no es la receta más eficaz para detener al contrario. Y además es antirreglamentario. Pero, antaño, los jueces eran grotescamente permisivos.
Marcar es enfrentar mano a mano al oponente, pero cuando este ya dominó la pelota. Había zagueros y laterales muy buenos en la marca, aquellos marcadores de punta uruguayos que apretaban al puntero contra la raya y no le dejaban espacios para la acción. No obstante, ninguna marca es más efectiva que la presión. Que desluce el juego y lo corta permanentemente, es cierto, aunque no existe fórmula mejor para desarmar al equipo de enfrente. Como bien dijo Chilavert días atrás, “hacer goles ahora tiene más mérito porque antes no existía la presión”.
No existe dificultad mayor para quien tiene la pelota que la presión. Presionar es la acción de obstruir, encimar, hostigar, perseguir al adversario. Impedirle recibir la pelota. Y, si recibe, impedir que domine con comodidad, no dar tiempo a pensar la jugada, obligar al error, quitarle espacios, o sea complicarle la vida, no permitirle nunca vertebrar una jugada de ataque. No existe un equipo exitoso que no ejerza la presión como método primordial. El número del mundo en esto es el Barcelona. Corinthians es otro buen ejemplo.
Que pueda ser más lindo jugar ahora por los factores colaterales, estamos de acuerdo. Pero más fácil no es. Todo lo contrario.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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