Clientes juegan con conejos, cabras, perros o tortugas mientras consumen
Javier Picazo Feliú / EFE
Compartir mesa y café con un conejo, un gato o incluso una cabra forma parte de la variopinta oferta de ocio en Japón, un país en el que los bares con animales se abren paso para satisfacer a los devotos de esta excéntrica afición.
En los últimos años los establecimientos de este tipo han ganado mucha popularidad en la capital nipona, empujados por la gran acogida de las pioneras «cafeterías de gatos» o «neko café», convertidas en toda una sensación desde que abriera la primera en 2004.
Pensados para los amantes de los animales, estos negocios tienen como norma cobrar una entrada, cuya cuantía depende del tiempo que el cliente quiera permanecer en el local acompañado de una o varias de estas mascotas «temporales».
A ese precio se suman extras como bebidas, dulces o alimentos para los animales que, por lo general, deambulan en libertad por el local para regocijo de los clientes.
En pocos años, a los bares de felinos se han ido sumando todo tipo de mascotas como perros, pájaros e incluso un «reptil café» en la ciudad de Yokohama, vecina a Tokio, con serpientes, tortugas o lagartos con los que «jugar» mientras se disfruta un delicioso bollo acompañado de café.
El éxito de estos lugares se explica por las estrictas normas, sobre todo en Tokio, que impiden tener animales en los apartamentos alquilados, por lo que muchos aficionados acuden a estas cafeterías para acariciar a estas mascotas por horas.
Pese a las quejas de asociaciones de animales contrarias a esta práctica y la rigurosa legislación nipona para garantizar la sanidad y el bienestar de las mascotas, en los últimos años han nacido, del ilimitado imaginario japonés, varios nuevos y extravagantes locales.
Uno de ellos es el «Sakuragaoka Café», un coqueto restaurante con terraza situado en el concurrido barrio tokiota de Shibuya con dos particulares inquilinos, «Sakura» y «Chocolat», dos hermosos ejemplares de cabra que se han convertido en todo un fenómeno social.
Poseedoras de su propia cuenta de Ttwitter (@shibuyagi_sc), tienen además una línea de bolsos con su imagen, un libro de fotografías a la venta en el portal ‘online’ Amazon y un blog donde «comentan» sus vivencias e inquietudes (ameblo.jp/shibuyagiblog).
Además de tomar algo en la terraza contigua a la «vivienda» habilitada para las cabras, los clientes pueden también reservar hora para dar un paseo con ellas, como si de perros se tratara.
A una media hora a pie, al lado de «Neko dori», una de las calles más sugerentes y modernas de Tokio, se encuentra «Ra.a.g.f», un café con 20 conejos, todas hembras, que abrió sus puertas en abril del año pasado.
En este diminuto y recóndito establecimiento de apenas tres mesas se puede, por unos 600 yenes (unos 6 euros o 7,6 dólares), disfrutar de media hora rodeado de conejos de todos los tamaños, colores y razas.
«El negocio va bien gracias al boca a boca y al interés que ha despertado en los medios de comunicación», aseguró a Efe Ryoka Sasaki, la risueña encargada del establecimiento.
Al lugar acuden cada día una media de 30 personas entre semana y un centenar los fines de semana y festivos, con clientes de todas las edades, de los que muchos llevan a la tienda sus propios conejos para que se relacionen y correteen por el local con los de su misma raza.
La clave del éxito, según Sasaki, radica en el «tsun dere», un concepto nipón que destapa la naturaleza distante, pero a la vez cariñosa, de los conejos, algo que atrae a los visitantes.
Al margen del café y la compañía animal, el establecimiento también se dedica a la venta de los conejos (por unos 250 euros o 318 dólares) la pieza, y jaulas, camisetas, comida e incluso trajes para vestirlos de colegial, princesa o marinero.
Entre los ocupantes de la cafetería destaca Mitsu, una coneja de raza francesa de más de seis kilos que nació el trágico 11 de marzo de 2011, día en que Japón sufrió el devastador terremoto y tsunami en el noreste del país.
Señorial, ruidosa y mimosa, es de las pocas en la tienda a las que no se le permite, por su exagerado tamaño, salir de la jaula para engatusar a los clientes. Aunque confinada tras sus barrotes, pierda la cabeza, como el resto, por un cachito de manzana.