Si hubiera manera de perfeccionar la justicia, habría que entregar dos Balones de Oro. Uno para Lío y otro para Xavi Hernández.
Por Jorge Barraza*
La Casa Blanca (el Real Madrid) acaba de comunicar oficialmente a la FIFA que ni Mourinho ni Cristiano Ronaldo podrán asistir mañana lunes, en Zurich, a la gala del Balón de Oro, por tener un compromiso (solucionable con un vuelo charter), el martes por la Copa del Rey. Síntoma de que ni el delantero ni el entrenador recibirán el premio gordo de cada año. Si saben que lo ganan, van.
El lunes pasado, Messi volvió a España de sus vacaciones. Viajaron con él su madre y su padre, que salen contadas veces de Rosario. Es muy posible que fueran con la intención de acompañarlo a Suiza. Otro indicio de que por ahí puede estar el ganador. Si Messi volviera a alzarse con el oro estaría perfecto. Es, sin atisbo de duda, el mejor futbolista de este tiempo y lo ratifica cada año con una catarata de goles, de títulos, de actuaciones deslumbrantes.
Ahora bien, si hubiera manera de perfeccionar la justicia, habría que entregar dos Balones de Oro. Uno para Lío y otro para Xavi Hernández, el fantástico artesano de la mediacancha que es la esencia misma de este Barcelona ya convertido en leyenda. Claro, Xavi marca pocos goles, no hace publicidades de calzoncillos, no usa tatuajes, su aspecto semeja más al de un mecánico o al de un cantinero que al de una estrella deportiva, no se le escuchan declaraciones altisonantes, tiene poca prensa y cero márketing. Es la imagen simétrica del antihéroe.
Pero de noche, al apoyar la cabeza en la almohada, él podría pensar con todo derecho: “A la pelota, nadie ha jugado mejor que yo”. Igual sí, mejor nadie. Podemos citar a otros estrepitosos organizadores de juego cuyo recorrido partía también desde el círculo central: Paulo Roberto Falcao, Franz Beckenbauer, ambos quizás más elegantes que el catalán, pero no más geniales, no más extraordinarios ni sutiles. Estamos ante uno de los más esclarecidos pensadores del juego. Tiene todo el mapa del fútbol en la cabeza y procesa cada jugada como un GPS. Un toque corto, dos, tres, cinco, vamos hacia adelante, retrocedemos, a derecha, a izquierda, muévanse, muévanse todos… venga de nuevo, suban, bajen y de pronto, pum, la bola al área, lista para que un pie camarada la empuje al gol. El gran titiritero de la pelota se llama Xavi Hernández Creus, futbolista de raza (su padre Joaquín militó en el Sabadell).
El mariscal azulgrana es todo lo que un técnico puede pretender de un jugador: técnicamente perfecto, con una maravillosa convicción de juego asociado y de ataque, ganador, valiente en las citas difíciles (en esas guerras medievales, feroces que propone el Madrid, él y Messi son las figuras renuentes). Y además, generoso con los compañeros, solidario, cerebral, profundísimo en su juego. Imaginamos su arenga sensata en el camarín: “Vamos a jugar fútbol, a tocar la bola y a ganar este partido”. Palabras luego refrendadas en el rectángulo.
El Bocha Maschio, viejo campeón que triunfó en las canchas de América y de Italia, evocaba a Pipo Rossi: “Pipo no sólo te daba la pelota en el pie, además te la ponía adelante y te buscaba el perfil, uno venía corriendo y se encontraba con la bola, lo único que tenía que hacer era seguir derecho”. Xavi es un Pipo del nuevo milenio. Tal cual.
El próximo día 25 llegará a los 32 años. Se lo ve impecable, pero ya comenzamos a calcular temerosos: ¿llegará bien a los 35…? No hay que ser un iluminado para saber que esta piedra preciosa llamada Barcelona se asienta en tres mentes fantásticas: la de Pep Guardiola, su creador y director; la de Xavi, el líder que plasma sobre el verde la idea de apabullar tocando; y la de Messi, el verdugo implacable que abre los caminos. Cuando empiecen a marchitarse las piernas de Xavi comenzará a apagarse este Barsa de ensueño. Luego gastarán millonadas en reemplazos, no encontrarán otro igual.
“Jamás un equipo ha jugado así”, reconoció Marcello Lippi, el notable estratega de la Italia campeona del mundo en 2006. Buena porción de este milagro moderno se debe a Xavi.
Y están los valores. El hombre del jopo colegial encarna la idea del mérito, del deportivismo a rajatabla, nunca una actitud descomedida ni una falta grosera o violenta. Desde luego siempre estará el escéptico, el avinagrado que nos alecciona con el consabido “para qué discuten, si el fútbol ya no es un deporte, es todo negocio, ¿no se dan cuenta… los únicos vivos son los futbolistas, que se llevan toda la plata…” Xavi es la desmentida rotunda, el que nos hace creer que aún es un deporte maravilloso que se juega para ganar y para agradar.
Si la tarjeta dice “Balón de Oro: Lionel Messi”, lo celebraremos. Si dice “Xavi Hernández” lo festejará el fútbol, la pelota, el césped, los arcos, las tribunas… Pero, quién sabe… Xavi no recibe Balones de Oro, los entrega en cada jugada profunda, en cada pase al corazón del área. Messi, Cesc, Villa, Pedro, Iniesta pueden testificarlo.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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