Naoto Kan, un líder anegado por la tragedia

Naoto Kan

Perfil del primer ministro que tuvo que enfrentar el peor desastre de Japón desde la guerra


Naoto Kan, primer ministro japonés durante poco más de un año, dejó su puesto asediado por las críticas a su gestión de la catástrofe del 11 de marzo que desbordó a un líder centrado hasta entonces en sanear las finanzas de su país.

Kan, de 64 años, pasará a la historia como el jefe de Gobierno que tuvo que afrontar el mayor desastre en Japón desde la II Guerra Mundial, con un terremoto y un tsunami que dejaron 20.000 muertos o desaparecidos y la peor crisis nuclear en 25 años.


El que ha sido el quinto jefe del Gobierno de Japón en los últimos cinco años llegó al poder con la exorbitante deuda pública como su principal caballo de batalla, pero el devastador tsunami terminó de anegar el programa de un mandatario que ya antes de la tragedia tenía sus apoyos muy debilitados.

Su gestión de la crisis, tachada de nefasta por buena parte del electorado, arrastró su popularidad hasta niveles mínimos en los últimos meses, aunque Kan se resistió con uñas y dientes a dejar el poder hasta no ver aprobadas tres leyes claves para la reconstrucción, lo que finalmente ocurrió.

Nacido en 1946 el seno de una familia de asalariados de Ube (suroeste de Japón), Naoto Kan se graduó en 1970 en el prestigioso Instituto de Tecnología de Tokio, donde ya mostró su compromiso social al participar en movimientos civiles ecologistas y de apoyo a la mujer.


En esa misma década se inició en la política como parte de la Federación Socialista Demócrata, con la que consiguió un asiento en el Parlamento en 1980 después de tres intentos electorales fallidos.

Considerado un político todoterreno, temperamental y persistente, en 1996 fue nombrado ministro de Sanidad, una cartera desde la que se enfrentó a la pesada burocracia nipona para destapar un escándalo de contagios masivos de VIH a hemofílicos por transfusiones de sangre infectada.


La decisión con la que afrontó aquel caso le valió para ganar adeptos y una imagen de honestidad con la que participó, en 1998, en la fundación del hoy gobernante Partido Democrático (PD), del que fue elegido líder.

De ese puesto dimitió a los pocos meses por la polémica que levantó una supuesta relación extramatrimonial con una presentadora de televisión.

Los apoyos en el seno de su partido le permitieron volver a ocupar su liderazgo entre 2002 y 2004, pero ese año volvió a abandonar el puesto por un escándalo sobre el impago de sus aportaciones al sistema de pensiones.

Quizás abatido por esta nueva desafortunada intromisión de su vida personal en la política decidió, a modo de penitencia, raparse el pelo al cero e iniciar un peregrinaje por una ruta de templos budistas sagrados de Shikoku (sur de Japón).

La inestabilidad en sus cargos no impidió que continuase en el escenario político y escalase posiciones con el PD, consolidado ya como uno de los hombres fuertes del partido gracias a su habilidad innata para el debate y para capear las situaciones más complicadas.

En junio de 2010 la caída del entonces primer ministro, Yukio Hatoyama, y del secretario general del PD, Ichiro Ozawa, lo posicionaron como el sucesor al frente del Gobierno, que asumió el día 8 de ese mismo mes.

Kan se convertía así en uno de los pocos políticos en llegar a la cima sin apoyo familiar, gracias a su carisma y pese a esconder un carácter iracundo que le valió el apodo de «Ira-Kan» por sus inesperados arranques de ira.

Con una visión pragmática, el nuevo primer ministro impulsó un control exhaustivo sobre la política fiscal de Japón y hasta marzo trabajó por una reforma fiscal y de la seguridad social para sanear las finanzas públicas.

Su popularidad se tambaleaba y los rumores sobre un posible cambio de Gobierno se hacían cada vez más intensos cuando Japón se vio conmocionado por el cataclismo que sacudió el noreste del país el 11 de marzo.

La lenta y errática gestión de la crisis de Kan, superado por las circunstancias, lo dejó sin argumentos, sin capacidad de reacción y prácticamente sin apoyos.

Los últimos meses han sido un inexorable camino hacia el final de su mandato, al que se ha aferrado hasta el último momento en un gesto a medio camino entre el compromiso político y la desesperante cadencia de su toma de decisiones.

A principios de junio superó una moción de censura, pero solo con la promesa de dimitir en cuanto tuviera encauzada el proceso de reconstrucción del país.

Sus últimas semanas de mandato han sido un camino angosto entre peticiones de dimisión, críticas por su inconsistencia e intentos para paliar el impacto económico, humano y medioambiental del desastre del 11 de marzo. (Javier Picazo / EFE)

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