«De nada sirve conocer bien tu trabajo si no clasificas. Es lo único que se le pide a un seleccionador”, dice Laurent Blanc, entrenador de la selección francesa.
Por Jorge Barraza*
“Con el talento no basta”, dice Laurent Blanc, aquel exquisito zaguero centro francés devenido hoy en entrenador de su selección nacional. El Blanc campeón mundial de 1998 al que Francia le debe una porción sustancial de ese título que lo situó definitivamente entre los zares del fútbol. Cuando corrían 114 minutos de La Batalla de Lens (el célebre choque ante un Paraguay que resistió todo) y el 0 a 0 parecía indestructible, con Francia desesperada, David Trezeguet bajó con plasticidad, de cabeza, una bola “a la sudamericana” para la entrada de Blanc, ya volcado al ataque. Y Blanc, con su inmensa clase, definió suave a un costado de Chilavert. Gol. Fue el partido más difícil de los Bleus en aquella Copa. A Brasil, en la final, le ganó por demolición: 3 a 0 y con chachachá.
En una interesantísima entrevista con FIFA.com, Blanc desliza algunas reflexiones que valen la pena compartir. El cronista le pregunta si después de un año en el banquillo nacional ya conoce las claves del oficio de seleccionador. “Desde luego que no”, responde. “Tampoco creo que eso sea posible, la estabilidad de un seleccionador nunca es muy larga. Es cierto que hay entrenadores con más experiencia que yo, pero lo que a mí me interesa no es conocer el oficio al dedillo, ¡sino clasificar a la Eurocopa…! De nada sirve conocer bien tu trabajo si no clasificas. Es lo único que se le pide a un seleccionador”.
Enorme verdad. A la inmensa mayoría de la gente lo único que le interesa es ganar, clasificar. No le importa el cómo. Si el Real Madrid le hubiese ganado la reciente Supercopa al Barcelona, el público habría omitido las patadas a mansalva de Pepe y Marcelo, las actitudes despreciables de Mourinho y el fútbol feroz, casi salvaje que emplea el cuadro merengue en sus vanos intentos por vencer al mejor equipo de la historia. Dirían: “¡Qué astuto es Mourinho…!”
Toda Sudamérica alaba el magnífico proceso llevado a cabo por Óscar Tábarez en Uruguay desde 2006 en adelante. Pero, hete aquí que, con semejante equipazo, clasificó ajustadamente en el repechaje ante Costa Rica. Y tuvo su dosis de milagro. En el minuto 88 de la revancha, en Montevideo, estando 1 a 1, tras buena acción individual, el costarricense Álvaro Saborío quedó mano a mano con Muslera, remató al gol y cuando al Uruguay entero se le había cortado la respiración, la bola rozó el poste y se fue afuera. Si entraba, adiós Mundial, adiós cuarto puesto, adiós Tabárez, adiós Copa América y adiós proceso. El fútbol es tan parejo y dinámico que todo es tan relativo…
Suponemos que conocerá a Neymar, a Ganso, a Lucas, descuenta el entrevistador. Blanc: “Desde luego, ¡No hacen más que hablar de ellos…! Son jóvenes con calidad, pero se puede apreciar que a Brasil le cuesta imponerse colectivamente a pesar de sus talentos individuales. No hay más que ver la pasada Copa América. Ahí está lo que decía: jugadores con un talento individual fuera de serie no necesariamente hacen un grandísimo equipo. Argentina y Brasil son la prueba. Con el talento sólo no basta, aunque se necesite para formar un gran equipo. Pero cuando gozas de talentos, o incluso de genios, no significa que automáticamente vayas a tener un gran equipo”.
El fútbol se ha tornado por completo colectivo. ¿Y cómo conformar un equipo? Con capacidad, sin duda. Pero esencialmente con tiempo. Por eso, las selecciones que más futbolistas tienen actuando en su país, con menos, son competitivas, se acercan a las otras. Por eso también son las que más crecieron: Venezuela, Ecuador, ahora Perú, Bolivia. La mayoría está en el mismo medio, se conocen de jugar juntos o de enfrentarse, pueden entrenar uno o dos días a la semana con la selección, como hacía Bielsa en Chile. Todo suma.
¿Puede comparar el puesto de seleccionador con el de entrenador de club?, le inquieren a Blanc. Responde: “No tienen nada que ver, son dos oficios distintos. En un club tienes a los jugadores todos los días. Puedes hacerlos progresar, comunicarte con ellos, hablarles, intercambiar impresiones, dialogar… Para un seleccionador eso es imposible. Un ejemplo concreto: en el reciente amistoso contra Chile, los jugadores llegaron el lunes a la 1 de la tarde, y jugábamos el miércoles a las 9 de la noche. ¿Qué puede uno poner en práctica en tan breve espacio de tiempo? Aparte de hacerlos recuperarse un poco e intentar dictarles una determinada filosofía de juego y de vida, no se puede hacer mucho más. Hace falta tener tiempo. El oficio de seleccionador es más difícil”.
Esto contesta una pregunta frecuente del público: “¿Por qué los jugadores rinden tan bien en su club y bajan cuando juegan en sus selecciones?”. Justamente por falta de tiempo para ensamblarse, para conocerse. Los jugadores actuales ni siquiera ven jugar a sus compañeros ya que casi todos están en países diferentes. El mejor ejemplo es Messi. En Barcelona es un maravilloso intérprete, pero rodeado de una orquesta fabulosa. El equipo lo ayuda y él potencia al equipo. No es que Iniesta le pone la pelotita para que haga el gol. Es al revés, Messi, además de todo lo que convierte, le sirve goles a Iniesta. Y a Villa. Y a Pedro. El Barsa es una máquina aceitadísima con una pieza totalmente desequilibrante.
En Argentina, un conglomerado anárquico de jugadores, nadie lleva la pelota ni lo busca para el toque asociado. Entonces Messi baja a mitad de cancha a pescarla. Y se aleja del arco. Y del gol. Y pierde influencia y eficacia. Pero no hay dos Messi, uno en Barcelona y otro en Argentina. Hay uno sólo. Que no siente la camiseta albiceleste o que no canta el himno son tonterías Si el equipo lo apoya, él hará ganar al equipo. No hay misterios.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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