Por Jorge Barraza*
Que Barcelona y Real Madrid son los clubes más poderosos del mundo, lo sabe hasta un crítico de arte. Que son, además, los mejores equipos actuales y los de planteles más caros, también. No obstante, animan un carrusel de gestiones por nuevas y millonarias contrataciones. El Madrid ha fichado a los volantes turco-germanos Hamit Altintop, del Bayern Munich, y Nuri Sahin, del Borussia Dortmund, este último por la bagatela de 10 millones de euros (los paga el portero de su billetera, luego se lo reintegran…)
Está a la caza del Kun Agüero (le costaría 78 millones con impuestos, y a eso sumarle el contrato del jugador) y ya tiene casi en el bolso al lateral izquierdo portugués Coentrao con la vieja táctica madridista, consistente en enloquecer (ya no seducir) primero al futbolista y hablar después con el club, en este caso el Benfica, al que luego no le queda otra que negociar bajo presión. Pero Mourinho exige más: un cinco de quite y un lateral derecho.
La de Barcelona es una plantilla diferente. Sus 11 titulares son mejores que los del Madrid, pero no tiene riqueza en cantidad: el banco es discreto. Guardiola no puede hacer la mentada rotación porque los suplentes son decididamente inferiores a los que juegan. Por eso pretende varios refuerzos también: las prioridades son Cesc Fábregas (en el orden de los 40 millones), el italiano Rossi (Villarreal), el chileno Alexis Sánchez (Udinese), Kiko Femenía (Espanyol) y algunos más que mantiene en secreto. Todo ello pese a que el vicepresidente económico del Barsa, Javier Faus, anunció diez días atrás que la deuda de arrastre del club con entidades financieras y otros es de 550 millones de euros. “Pero para seguir siendo los mejores del mundo, no podemos dejar de invertir en fichajes”, aseguró.
El Barsa, y esto se le reconoce universalmente, trabaja con excelencia en juveniles, apoya como pocos su semillero de La Masía y se nutre bastante de él (Xavi, Messi, Iniesta, Valdés, Puyol, Busquets, etc.). Pero esto no es plantar árboles, no todos florecen. Entonces sale al mercado. Y lo sacude. Y vuelve con la bolsa llena todos los años. Villa, Mascherano, Abidal, Keita, Maxwell, Dani Alves, Adriano, Milito, Pinto, Afellay son una prueba de ello. Y los que se fueron, como Eto’o, Ibrahimovic, Chigrinsky…
A nivel de selecciones, el fútbol se ha ido equilibrando afortunadamente. Ya no existen las absurdas diferencias de otros tiempos. (¡Enhorabuena…! Pocas cosas más ridículas como que una selección derrote a otra por 9 a 0 ó 10 a 1; ha pasado en la Copa del Mundo). En torneos de clubes, el dinero está destrozando la competitividad. Y no sólo en la relación Europa-Sudamérica, también en la ecuación Europa-Europa. Los clubes alemanes, por caso, no tienen la capacidad económica del Barcelona o el Madrid.
A nivel intercontinental, las equivalencias son aún menores. Son muy escasas las posibilidades de que Peñarol o Santos, cualquiera sea campeón de la Libertadores, puedan vencer al Barsa en el Mundial de Clubes. Por bien que se trabaje, por mística que haya y corazón que se ponga, de un lado estarán Martinuccio o Danilo, del otro Messi. Uno jugará con Freitas o Elano, el otro con Xavi. Así, puesto por puesto. Es tal la diferencia de calidad que sería como enfrentar un peso pesado contra un liviano. Y no estamos diciendo que el fútbol europeo sea superior al sudamericano. De hecho, sin el aporte de miles de sudamericanos, el nivel del otro lado del océano decaería sensiblemente. Pero si se concentra a los mejores a golpes de dinero, indudablemente aparecen diferencias.
Siempre hubo poderosos y modestos, pero no tan así. De este modo, la gloria queda circunscripta a los ricos. La FIFA dice estar empeñada en hacer más equitativo el fútbol. Debería profundizarlo, tiene herramientas para democratizar. Una vía sería poner un tope de contrataciones por año; digamos tres. Y el que mejor trabaje en inferiores y más tarde en Primera División, podrá competir ante estos monstruos mano a mano. Caso contrario, España, Europa y el mundo seguirán siendo un duelo Barsa-Madrid.
Y no sólo por méritos, que los tienen, claro. Será por chequera. Uno de los máximos atractivos de este juego es que con inteligencia, preparación, sacrificio y corazón se puede equilibrar la mayor calidad de un adversario. No obstante, cuando la jerarquía individual es tan disímil, se pierde equivalencia. Y se desvirtúa la competencia. El ejemplo perfecto de esto es el Manchester United. Un club poderosísimo, con historia, ambición, formidable plantel y el entrenador más ganador del fútbol, fue borrado de la final europea por un equipo que, sencillamente, es muy superior. Contra esto nadie puede luchar. Ni Ferguson.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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