
Tokomi Tokuyama, de 37 años, fue asesinada por su exesposo el 25 de marzo en un bar de la ciudad de Nishitokyo, Tokio, pese a haber advertido varias veces a la policía que su vida corría peligro. La mujer había sido víctima de violencia doméstica, acoso persistente y amenazas directas. Aun así, ninguna institución logró evitar el crimen.
El autor, Onchul Kang, un hombre de nacionalidad surcoreana de 41 años, tenía antecedentes de violencia contra Tokuyama. En mayo del año pasado embistió con su coche el edificio donde ella trabajaba y la golpeó. Fue arrestado en el acto y condenado a cuatro años de prisión en suspenso con libertad vigilada. La pareja se divorció en agosto, y Tokuyama se mudó con sus hijos a otro barrio para protegerse.
Pero en marzo de este año, Kang fue liberado y se instaló a solo tres minutos a pie de su antiguo hogar familiar. Cuatro días después, intentó suicidarse tras ver a uno de sus hijos por la calle. En medio de esa crisis, declaró a conocidos que pensaba matar a su familia y luego quitarse la vida.
Tokuyama, aterrada, pidió ayuda a la policía tres veces en tres días consecutivos. El 21 de marzo denunció que videos íntimos suyos habían sido publicados en redes sociales por su exmarido. El 22 dijo haber recibido mensajes y llamadas. Y el 23 advirtió que él había dicho a otros que “mataría a su familia y luego se suicidaría”. Nadie actuó a tiempo.
En la madrugada del 25 de marzo, Kang apareció en el bar donde trabajaba Tokuyama. La apuñaló en el rostro, el pecho y otras partes del cuerpo. Fue detenido poco después. Permaneció bajo observación psiquiátrica y fue acusado formalmente de asesinato el 23 de junio.
Aunque la policía había recomendado que Tokuyama no fuera a trabajar y cambiara su rutina, ella era madre soltera de dos hijos y no tenía condiciones económicas para dejar de trabajar o ingresar en un refugio. La falta de respuestas eficaces selló su destino.
Chisato Kitanaka, representante de la red nacional de refugios para mujeres, advirtió que “cuando el agresor está en un estado autodestructivo, lo único que puede hacer la víctima es escapar”. Pero refugiarse implica abandonar la vida cotidiana, y para muchas madres, eso no es viable.
Un alto funcionario policial admitió: “Es absurdo que la víctima tenga que sacrificarlo todo para sobrevivir. El problema es qué hacemos con el agresor. Sabemos que algo hay que hacer, pero no tenemos una solución”. (RI/AG/IP/)
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