Okinawenses de padres estadounidenses: discriminación y problemas de identidad

Base militar de Kadena (foto sitio web oficial)

 

Okinawa estuvo ocupada por Estados Unidos durante 27 años tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este año se cumple el 50 aniversario de la devolución del archipiélago okinawense a Japón.


De la interacción cotidiana entre japoneses y estadounidenses durante la ocupación (1945-72) nacieron muchos niños mestizos. Tres de ellos, personas de mediana edad o ancianas, comparten sus experiencias con Mainichi Shimbun.

Una mujer cuya identidad se mantiene en reserva, hija de un soldado estadounidense y una japonesa, recuerda con nitidez el día en que Okinawa retornó a Japón.

Fue un día de celebración para los okinawenses, pero duro para ella. En 1972 era una estudiante de primaria. Su profesora recorrió el salón repartiendo dulces japoneses y medallas conmemorativas.


Cuando la maestra pasó por su carpeta, sin embargo, no le dio nada. Para hacer más ostensible la discriminación, le dijo a la sorprendida niña: “Tú no tienes nada que ver con esto, ¿verdad?”.

La niña no entendía nada. ¿Por qué la profesora la había discriminado? Después supo que el hecho de que su padre fuera un soldado de EEUU era un estigma.

Nunca conoció a su padre. Antes de que naciera, fue destinado a una zona de combate, en otro país, y no regresó.


La mujer no creció cerca de bases militares estadounidenses, motivo por el cual casi no tenía contacto con mestizos como ella.

Pelirroja y de piel clara, los otros niños se burlaban de ella y la pateaban.


Una vez, durante su adolescencia, estaba en un mercado de alimentos con su madre cuando les gritaron: “¡Americker, vete a casa!”. Americker era un término despectivo con el cual se referían a los mestizos.

Madre e hija, vilipendiadas, abandonaron el mercado para regresar a casa.

Incómoda con su sangre estadounidense, llegó a teñirse el pelo de negro para evitar llamar la atención.

La okinawense conserva una foto de su padre en su teléfono. Supo que murió hace unos siete años. Antes se solía preguntar por qué nunca regresó para buscarla.

Eso quedó atrás. “Gracias a esta persona (en alusión a su padre), nací. También tengo una familia. Ahora soy feliz”, dice.

Eiji Uchima, un hombre de 74 años, es hijo de una okinawense que trabajaba en un restaurante de una base militar de EEUU y un soldado estadounidense.

Su padre fue enviado de vuelta a Estados Unidos antes de saber que su madre estaba embarazada.

Su mamá mantuvo en secreto su embarazo de algunos parientes, preocupada de que no la dejaran tener al bebé si lo sabían.

Uchima era juzgado por su apariencia y eso le molestaba. Recuerda que una vez, siendo un veinteañero, la policía, que estaba en busca de un hombre aparentemente extranjero que había cometido un delito, lo interceptó para interrogarlo.

El okinawense cree que como la policía no podía meterse con los soldados de EEUU, se metía con gente como él.

Uchima, que alguna vez fue guardia de seguridad en una base estadounidense, alberga sentimientos contradictorios sobre su condición de mestizo.

En la disputa por la reubicación de la base militar de Futenma, que impulsa el gobierno de Japón pese a la oposición de la mayoría de los okinawenses, Uchima prefiere reservarse su opinión y mantener su neutralidad en público.

Menos difícil ha sido la vida para Sadao Oshiro, un hombre de 71 años, hijo de un ingeniero estadounidense que trabajó en la construcción de bases militares.

Por suerte para él, creció cerca de la base de Kadena, en un barrio donde la presencia de soldados y niños mestizos era habitual. Por ello, recuerda pocos episodios en los que fue blanco de ijime (maltrato).

Oshiro parece haber conciliado sus dos raíces: “Tanto la bandera japonesa como la estadounidense tienen un lugar en mi corazón. No puedo elegir solo un lado”. (International Press)

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