Una vez resuelta la vacancia de Alberto Fujimori y habiendo cumplido el presidente Valentín Paniagua su compromiso con el Gobierno de Transición, iniciamos en el Perú un relativo largo período de casi 20 años donde, se decía, el modelo de desarrollo nadie lo tocaba y la economía quedaba “en piloto automático”: a ese nivel todo seguía igual, controlados por el todopoderoso Ministerio de Economía y Finanzas, donde el equipo ministerial encontró la manera de sucederse a sí mismo, ganara quien ganara las elecciones generales, nombrando ministro de Economía a quien era viceministro del gobierno que terminaba sus funcione, todo iba muy bien, sin darse cuenta de que no solo la economía seguía siempre igual. En realidad, todo se estaba estancando.
Los partidos políticos, de todos los ámbitos e ideologías, no se modernizaban sino que aparecían nuevos engendros que duraban un año, justo para participar en las elecciones siguientes; los congresistas, por no decir el Congreso de la República en su totalidad, felices en su curul, aprovechaban al máximo sus cinco años como padres y madres de la Patria, conscientes de que no serían reelectos ni recordados por sus electores, seguían en lo suyo, mientras la corrupción continuaba también con modo automático en la misma ruta vergonzosa llevando cómodamente a presidente tras presidente, a empresarios, gobernadores, alcaldes y a todo aquél que alegremente se subía a ese avión.
Las instituciones del Estado se iban debilitando una a una, dejando de lado las normas para andar a su aire de manera absolutamente irresponsable, como ocurrió en el poder judicial, policía, Fuerzas Armadas y los ministerios despreocupándose de la salud, la educación, la alimentación y el medio ambiente.
Las organizaciones sociales y gremiales, tanto a nivel ciudadano como empresarial, se dividieron y pelearon al interior y exterior de ellas, intentando aprovecharse del gobierno de turno, contentándose con escuchar algunas promesas o recibiendo algunas migajas… y todo ello con el aplauso adulón y con el aprovechamiento irresponsable de la mayoría de medios de comunicación que ya no se dedican a formar e informar sino a resaltar todo lo negativo aumentando, no la conciencia ciudadana sino generalizando la indiferencia. El Perú, decían, seguía con piloto automático.
Pero parece que se acabaron las pilas y el avión está a la deriva. Sin piloto al mando el desastre está cerca. No hay guía de vuelo, no hay aeropuerto seguro donde aterrizar, se acercan tormentas mayores, hay nubarrones a la vista cada vez más oscuros que casi no dejan ver unos metros más allá. La luz de alarma se ha encendido.
Estamos a la deriva en todos los niveles y sectores. Hubo Elecciones Generales con un resultado sin auténticos vencedores en la primera vuelta y con una gran división nacional en la segunda vuelta lo que obligaba a hacer un esfuerzo para concertar objetivos mínimos comunes entre todos los peruanos, objetivos que sí existen en todos los campos de la vida nacional.
Pero la miopía, el cortoplacismo, los celos y envidias infantiles, los ánimos y estilos de gobierno, la ambición por copar puestos de trabajo del Estado, la ignorancia ante los problemas reales de las mayorías nacionales junto con la demagogia populista de unos y otros, hace que peligre el futuro inmediato del Perú.
Hay que actuar antes del desastre final. Se necesita piloto, se necesita limpiar el avión de todo lastre, se necesita serenidad y sinceridad, se necesitan decisiones para llegar al mejor aeropuerto, se necesita, en fin, liderazgo democrático. Pongámonos de acuerdo sobre objetivos mínimos comunes a todos los peruanos y trabajemos juntos para alcanzarlos con visión de mediano y largo plazo. Por el bien del Perú.
(*) Exalcalde de Villa El Salvador