Masaji Fujioka tiene 96 años y vive solo en Hiroshima. Pese a ello, lleva una vida apacible que disfruta.
Su rutina es sencilla: trabaja en las mañanas en el cuidado de su jardín, donde cultiva las verduras que son el componente principal de su dieta. Por las tardes mira TV y dos veces a la semana juega shogi en un centro comunitario local, donde mantiene conversaciones ligeras y agradables.
Come huevos, natto (alimento derivado de la soja) y verduras. Todo simple. “A esta edad no tienes mucho apetito. No gasto casi nada en comida”, declara a la revista Shukan Gendai para un reportaje sobre nonagenarios en Japón que llevan una vida satisfactoria.
Su pensión es pequeña, pero sus necesidades y deseos también son pequeños, dice el artículo que recoge Japan Today.
Además, Masaji escribe poesía waka y haiku en un periódico de su ciudad. “Mantiene mi mente alerta. Se siente tan bien ver mis poemas impresos”, comenta.
Su salud es buena, salvo por una diabetes. Es independiente, no necesita a nadie que lo ayude en sus labores cotidianas, y una vez al mes acude a a una clínica para hacerse un análisis de sangre y tomar su medicación para la diabetes. El seguro cubre la mayor parte de los gastos médicos.
Masaji insiste en que gasta muy poco dinero. Necesitar poco, en su caso, es clave para llevar una buena vida. “Me siento bastante cómodo”, dice.
El nonagenario, que fue soldado durante la Segunda Guerra Mundial y enviudó hace 16 años, no exterioriza inquietudes o preocupaciones por la soledad o la muerte.
Una historia similar a la de él es la de Mumeko Shima, una mujer de 94 años que vive sola desde que perdió a su esposo hace seis. Peluquera jubilada, reside en Osaka.
Como Masaji, Mumeko realiza las labores cotidianas sin ayuda de nadie: limpia la casa, lava la ropa, cocina y cuida el jardín.
Una vez a la semana, una enfermera visita su casa para verificar su estado de salud.
Mumeko no tiene problemas de dinero, no porque sea rica, sino porque, como Masaji, necesita poco.
La anciana disfruta de las cosas simples de la vida, como las charlas semanales que mantiene con la persona que le lleva alimentos subsidiados por el municipio (“comidas sabrosas y bien balanceadas” por 300 yenes o 2,6 dólares cada una).
El municipio no solo la ayuda con la comida, también le entregó un subsidio para instalar una barandilla alrededor de su bañera, pues Mumeko tenía miedo de caerse mientras se bañaba, la única preocupación de una mujer que, como Masaji, ha aprendido a estar satisfecha con una vida sencilla. (International Press)
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