Víctor Escribano / EFE
Los grandes fichajes y los salarios astronómicos, que han lanzado al fútbol chino al escenario mundial, son solo una muestra de su ambición de convertirse en potencia del balompié. Sin embargo, no es el primer país que lo intenta.
La rápida ascensión del fútbol en un país sin tradición -su liga profesional data de 1994 y fue refundada diez años después- recuerda a experiencias fallidas como la North American Soccer League (NASL) de los años 70 en EEUU.
Son evidentes los paralelismos entre aquella competición, que atrajo a astros como Pelé, Cruyff, Beckenbauer o George Best, y una Superliga china que desde 2015 no deja de reventar récords con fichajes como los de Tévez, Hulk y Oscar.
La lluvia de dinero llega de los multimillonarios dueños de los clubes, como las inmobiliarias Evergrande (propietaria del actual campeón Guangzhou) y Sinobo (que compró el Beijing Guoan por casi 500 millones de euros el pasado diciembre), o el grupo Suning, que controla el Jiangsu chino y el Inter italiano.
Las astronómicas cifras no solo son cosa de los clubes: en 2015 la compañía CMC adquirió los derechos de emisión de cinco temporadas de la Superliga por unos 1.150 millones de euros.
Sin embargo, la compañía tecnológica LeEco, que pagó unos 370 millones de euros a CMC por los derechos en exclusiva de las temporadas 2016 y 2017 (que arranca este viernes), quiere deshacerse de ellos ante las pérdidas causadas por la falta de interés de los aficionados, que también dejan los estadios medio vacíos.
El sueño estadounidense del «soccer» terminó de forma abrupta en 1984 tras 16 años de una expansión que no se correspondía con la realidad de una escasa base de aficionados y la falta de cultura futbolística. La pregunta es: ¿qué hace China para evitar esos errores?
El profesor de la universidad británica de Salford y experto en fútbol chino Simon Chadwick lo tiene claro: a diferencia del caso estadounidense, la expansión del fútbol chino está vinculada a una «política de Estado» que se traduce en «coordinación central», asegura en declaraciones a Efe.
Según Chadwick, EEUU «dejó su fútbol en manos del libre mercado. Los inversores no se involucraron a largo plazo, y cuando los beneficios a corto plazo no fueron los esperados» la liga desapareció.
Pero para China el fútbol es una cuestión política: el Gobierno presentó en 2016 un plan para desarrollarlo, que busca que el país sea una gran potencia balompédica hacia 2050.
«Ser uno de los principales 20 países en el mundo del fútbol en 2050 es un objetivo razonable», explica Chadwick, que cita a Japón como ejemplo a seguir: «Pasaron de no tener perfil ni éxito hace 25 años a clasificarse rutinariamente para el Mundial masculino y ganar el femenino en 2011».
El sueño chino es ganar un Mundial, pero a medio plazo parece más factible que lo organice. De hecho, China ya acogió el Mundial femenino en 1991 y 2007 y fue subcampeona en 1999.
La Copa del Mundo de 1994 sirvió a Estados Unidos para impulsar el fútbol local tras la desaparición de la NASL, naciendo así la actual MLS.
Sin embargo, el proyecto chino, que ya cuenta con una liga capaz de ocupar titulares -aunque solo sea por los fichajes- se asemeja más al catarí, que comenzó a atraer viejas glorias a mediados de los 2000 y consiguió adjudicarse, no sin polémica, la organización del Mundial de 2022.
«Las ambiciones, visiones y metas son muy similares entre China y Catar», apunta Chadwick. «Sin embargo, China es cien veces más grande en todos los sentidos».
Mientras que algunos expertos coinciden en que ‘los dragones’ no serán capaces de ganar el Mundial en 2050, otros aseguran que no es importante.
«Inglaterra solo ganó uno (1966) y eso no afecta a la influencia de la Premier», ejemplifica para Efe el profesor de la Universidad del Deporte de Pekín Wang Zipu.
Wang también resalta una de las principales diferencias con el proyecto estadounidense: «Es fácil que el fútbol se pierda entre otros deportes más importantes allí como el baloncesto o el béisbol».
Todos estos proyectos coinciden en atraer a estrellas internacionales para incrementar el interés del aficionado local, pero el gasto desaforado no gusta a las autoridades deportivas chinas, que planean implantar un tope salarial en el futuro.
Lo que sí aprobaron fue reducir a tres del número de jugadores extranjeros sobre el campo, algo que Chadwick cree que puede ser «demasiado estricto para esta etapa crucial» de crecimiento, en la que China «no debería dar la espalda al mundo».
La gran ambición de ser una potencia mundial marca el futuro del fútbol chino, que debe tener muy presente los fracasos de otros proyectos similares si quiere cumplir su gran sueño.
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