Con el aforo completo, 10.000 personas según Universal Music, aires de gran acontecimiento social y gritos de «Isabel, Isabel», el calvario social de «la Pantoja» parece haber quedado hoy finiquitado en su reaparición en los escenarios y ella restituida a los altares en un concierto en el que se ha vaciado.
«Os quiero un montón, más de lo que podéis imaginar», ha dicho en un breve discurso en el que ha dado las gracias «a todos los que han podido venir» tras «este compás de espera», entre ellos a su familia, que la ha arropado «al completo» en la velada, a su equipo y a su discográfica, «porque gracias a ellos Isabel Pantoja ha podido subir a este escenario».
Ha sido en el primero de los conciertos de su gira, en el multitudinario WiZink Center, más expuesta que ante el selecto público que llenó en noviembre el recoleto Teatro Real Carlos III de Aranjuez en la breve presentación del disco que la ha devuelto a la acción, «Hasta que se apague el sol».
Al antiguo Palacio de Deportes de Madrid ha llegado cinco años después de que pisara por última vez este recinto
Al antiguo Palacio de Deportes de Madrid ha llegado cinco años después de que pisara por última vez este recinto, en la que fue también su última actuación en la capital, cuando su popularidad discurría libre de comentarios reprobatorios por su posterior currículo carcelario, al permitir el blanqueo de los beneficios ilícitos obtenidos por su expareja Julián Muñoz.
Su única aparición en un medio de comunicación registró hace dos semanas una audiencia de 4,8 millones de personas que lo convirtió en el espacio más visto del año. Quedó demostrado que el personaje seguía teniendo tirón, pero, ¿y la artista?
Pues grande ha sido la respuesta del público pese a los precios (de 33,50 a 93,50 euros) y grande y muy largo (más de 3 horas) ha resultado este concierto, empezando por las dimensiones del escenario y de la orquesta sinfónica que la ha acompañado, dirigida por el maestro Carlos Checa, con más de 80 músicos y un coro de 25 personas.
Aunque sin lugar a dudas, lo mejor ha vuelto a ser su arrolladora presencia escénica y su voz, intensa y entregada, enfatizando por igual la fuerza dramática y el registro vocal, del susurro al lamento desgarrado, incluso hasta el rugido.
Tres han sido las partes del show, además de los bises, con un primer segmento en el que se ha apropiado del infalible cancionero de Juan Gabriel que puebla «Hasta que se apague el sol», emotiva en piezas como la que le da título o «Del olvido al no me acuerdo».
Con ella se ha alzado el telón, diez minutos después de la hora fijada, Pantoja aparentemente serena y sentada sobre un diván, vestida de negro por Eduardo Ladrón de Guevara y ante un telón de estrellas, la mano en el pecho frente a los vítores del público enfebrecido, al que ha respondido con un largo sostenido final en el que se le han visto la excitación y las ganas de epatar.
En el graderío, entre sus habituales e incondicionales, se palpaba la conversión de Pantoja en icono «gay» y se distinguían además multitud de rostros célebres, como la empresaria Carmen Lomana, la cantante Soraya, la actriz Hiba Abouk, la galerista Topacio Fresh o el torero Miguel Abellán.
Además de las canciones de su nuevo álbum, de las cuales ha dedicado «Te lo pido por favor» a su madre, la tonadillera no ha querido olvidar en la primera parte temas históricos como «Hay días» o «Buenos días tristeza», si bien el clímax ha llegado cuando ha pasado como un huracán por «Marinero de luces» y «Hoy quiero confesar».
«Por si hay alguna pregunta en el aire / por si hay alguna duda sobre mí / hoy quiero confesarme», ha cantado con visos de expiación, antes de abordar con derroche y apoteosis musical otros imprescindibles como «Se me enamora el alma» (repetida dos veces por un despiste de la orquesta) y «Así fue», que ha brindado a la memoria de Juan Gabriel («te quedaste esperándome», ha dicho).
Tras un receso, Pantoja ha reaparecido en escena con un traje blanco de flamenca para abordar el repertorio más folclórico de la velada, primero coplas como «Antonio Vargas Heredia», «Francisco Alegre», «La niña y el marinero», «Ojos verdes» o el «Tengo miedo» que popularizara Marifé de Triana.
«¡Un poquito de agua!», ha pedido la cantante, ignorante de que la lluvia empapaba Madrid ahí fuera, mientras dentro del palacio ella hacía brillar Andalucía con los compases ligados al cante jondo, donde más floja se la ha percibido, y con sevillanas, como «Algo se muere en el alma».
Con «El moreno» ha llegado el tramo final, muy festivo gracias a uno de los pocos inéditos de su último disco, la controvertida «Debo hacerlo», un cruce musical con el Caribe en el que esta noche no ha rapeado su hijo Kiko Rivera, pero que ha resultado cuando menos sorprendente por contraste.
La gira de la tonadillera en suelo español continúa el 18 de febrero en el Palau Sant Jordi de Barcelona y el 24 de junio en el estadio de La Cartuja de su Sevilla natal. EFE
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