Así pues, nos acercamos al final de una carrera inaudita en la historia de los Estados Unidos en la que ninguno de los candidatos a la presidencia está a la altura de los ideales republicanos o democráticos que dicen representar. Trump parece candidato de un partido nacionalista y Clinton ha hecho una carrera digna para liderar al partido plutócrata, si éste existiera.
Él es un magnate de los bienes raíces y el espectáculo, epítome del capitalismo salvaje y el mal gusto. Ignorante y xenófobo, a los problemas de su país propone rabietas de mocoso malcriado. Apoya la reactivación de la explotación del carbón.
Ella es esposa de un expresidente con quien dirigen la Fundación Clinton donde se intercambia multimillonaria “ayuda internacional” a cambio de lobby. Ella hace promesas a los afectados por la crisis económica, pero recibe millonarios contratos de Wall Street. Es responsable por la muerte de cuatro diplomáticos norteamericanos en Benghazi cuando era Secretaria de Estado y es culpable de haber borrado “por error” información pertinente al caso. Apoya el fracking. Él es defensor de los intereses corporativos y ella de la banca.
En materia de relaciones exteriores ambos candidatos parecen dispuestos a intensificar la confrontación geopolítica. La Clinton quiere hacerlo militarmente contra Moscú y Trump económicamente contra Pekín a quien culpa de que la economía manufacturera del pasado se haya ido a China.
Trump quiere llevar la economía del pasado de vuelta a EE UU, mientras que la Clinton está detenida en el presente, en mantener el estatus quo, en continuar el imperialismo democrático con el que la plutocracia puede hacerse más rica, en intensificar la guerra en Siria creando zonas de exclusión aérea para que el régimen de Assad no pueda defenderse de los rebeldes ni del Estado Islámico, inspirado y financiado por los mismos donantes de la Clinton Foundation.
“El destino de la democracia es la plutocracia”, el poder de los ricos. Si la frase no la dijo Platón, debió haberla dicho.
Ninguno de los dos apunta al futuro: a la economía del conocimiento, la nanotecnología, la genética, la robótica, a nuevas formas de energía o a la exploración del espacio. Ninguno de los dos tiene en su agenda la paz mundial, la creación de un mundo multipolar o balanceado, la co-existencia de civilizaciones, sin armas nucleares, la búsqueda de un modelo de desarrollo sostenible, actualizado y justo o a tratar de detener la exportación de wahabismo saudí.
Si él es elegido, pareciera, América va a implosionar; y si ella es elegida, el mundo va a continuar implosionando (Irak, Libia, Siria, miles de refugiados en Europa, destrucción del planeta…)
EL RUMBO DE LA DEMOCRACIA
El capital, dice la economía, si no es regulado se acumula. Y cuando el capital se acumula le dicta el rumbo a cualquier sistema económico. Congresistas, jueces y medios de comunicación trabajan para los intereses del capital. La banca, nos dice el director de Wikileaks, sugería a la mitad de los miembros del gabinete presidencial de Obama.
“El destino de la democracia es la plutocracia”, el poder de los ricos. Si la frase no la dijo Platón, debió haberla dicho. Y si no la enunció el académico Antonio Negri, pues debió haberla escrito el economista Thomas Piketty. Al menos, ésto es lo que nos dicen las circunstancias que llevan a enfrentar en las urnas a dos candidatos plutócratas.
Ya no esperamos que el candidato que gane pueda ser un líder mundial que ayude a atajar los problemas del mundo: el acelerado calentamiento del planeta, la rápida destrucción del medio ambiente, la injusta distribución del bienestar y la riqueza, la expansión del fundamentalismo religioso, la imprescindible modernización del islam, etc.
Ambas campañas han estado entregadas a convencer a los electores no con argumentos políticos como lo hubiera hecho Bernie Sanders, sino con acusaciones y calumnias que han venido aumentando su tono de tal forma que, a diferencia de lo que se dice antes de una sana competencia, esta vez sólo podemos decir:
– ¡Que gane el peor!
(*) Héctor Sierra, es un escritor y docente colombiano radicado en Tokio.
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