Por Jorge Barraza*
Pasó menos de lo que esperábamos, pero las finales son habitualmente así: tensas, estudiadas, cautelosas, cerradas. “No podemos cometer el mínimo error”, arengan los técnicos en la charla previa; y el jugador, que sabe que lo está observando el mundo, almacena en su cabeza todas las prevenciones que le han sido recomendadas, que son muchas: “Cuidemos la subida del lateral…”, “Ojo con las pelotas paradas…”, “Que no te ganen la espalda…”, “Anticipa, mira que son fuertes en el uno contra uno…”, “No dejen rematar de afuera al 9 de ellos porque le pega bien…”
Es comprensible, el DT quiere reducir al mínimo las posibilidades del adversario. Pero recorta las alas del futbolista y este se convierte en un maestro de ajedrez, que anticipa las próximas veinte jugadas posibles. Y enjaula su propia creatividad. Sólo los muy grandes pueden tomar las debidas precauciones y además jugar sueltos, libres de ese pesado lastre mental. Arturo Mina sabía que no podía dejar sin custodia a Borja porque te factura, que debía cerrar los centros de Berrío cuando desbordaba y estar atento a cualquier desparramo que pudiera generar Marlos Moreno por izquierda; y aún con todas esas responsabilidades, subió para marcar el gol del empate porque entrevió que ya nadie lo metía. Es la diferencia entre los buenos y los muy buenos.
Las finales de todos los torneos son austeras en espectáculo. El espectáculo es la tensión, el pulso nervioso entre dos titanes que buscan herirse sin regalarse. Alejandro, el más grande capitán de la historia, nunca perdió una batalla, no obstante era más ponderada su prudencia que su arrojo. El genio macedonio tomaba todas las providencias antes de decidir el asalto a una ciudad, a una fortaleza. Primero la rodeaba, le cortaba los suministros, la desgastaba y recién entonces daba la orden de ataque masivo.
Las finales son muy comedidas. Repasemos los últimos Mundiales: 1-1 Italia-Francia (2006); 1-0 España a Holanda (2010); 1-0 Alemania a Argentina (2014). Las recientes Copas América arrojaron dos 0-0 entre Chile y Argentina. La aún tibia Eurocopa: Francia 0 – Portugal 1. La Champions: Real Madrid 1 – Atlético de Madrid 1. Contamos 7 goles en 7 finales. ¡Las siete con tiempo extra y cuatro con penales…! La Libertadores no escapa a la tónica. No es que impere la falta de gol sino el temor de perder el objetivo y la sobrecarga de obligaciones tácticas. Hoy la información es absoluta. Los dos bandos saben todo del otro. Esto, sin dudas, quita frescura. Más conocimiento = menos errores = menos goles. Incluso si hay penales, se sabe la tendencia de cada ejecutor; ya lo tienen estudiado.
La primera topada, en el Atahualpa de Quito, confirmó dos conceptos: 1) Que Nacional es más equipo en líneas generales que Independiente, con mayores recursos técnicos y una ventaja también en individualidades. 2) Que Independiente da siempre la sensación de estar muerto… pero está vivo. Tan vital que entre el minuto 87 en que logró el gol del empate y el 95 subió con toda la fe a buscar el segundo. Y arrimó peligro. No se le puede dar confianza.
El del miércoles puede ser el último acto para Nacional e Independiente, no sólo de la presente Libertadores, sino de los equipos actuales de ambos.
Le faltó a Independiente lo que suele sobrarle a Nacional: toque corto, juego asociado, llegada en bloque. Incurrió en los pelotazos aislados. Fue un equipo muy espaciado entre hombre y hombre y por ello de careció precisión colectiva. Tuvo su acostumbrada rebeldía. Nacional fue menos Nacional que otras veces. Le costó armonizar, hasta que su gol le dio serenidad y empezó a mostrar algo más de su fútbol. Un gol notable por las dificultades que presentó la maniobra más que por la belleza de la misma. Berrío recibió con Mina a sus espaldas, lo aguantó mientras controlaba, le ganó una trabada, esquivó el asedio de Rizotto mientras giraba y buscó su perfil en tanto se sumaba Caicedo para obstruirlo. Entre tal grado de obstáculo logró proteger el balón para sacar el zapatazo bajo que se coló en la ratonera. Fantástico aprovechamiento de la nada, porque ni siquiera era situación de gol. Él la fabricó caminando entre las piedras. Y logró un gol que puede ser fundamental para la revancha.
El empate fue justo, los dos tuvieron tres llegadas y algunos lapsos favorables. A Nacional le parece que lo tenía porque fue el que abrió el marcador y le empataron al final. Si era a la inversa también le hubiese quedado esa sensación a Independiente. Un detalle que también puede ser fundamental es si José Angulo llega a jugar en Medellín. Recibió una entrada durísima de Elkin Blanco (no recibió amarilla) y le quedó el tobillo maltrecho. Un delantero tremendo, no es anecdótico que pueda jugar o no.
El del miércoles puede ser el último acto para Nacional e Independiente, no sólo de la presente Libertadores, sino de los equipos actuales de ambos. Seguro vendrán de todos lados a llevarse jugadores. Incluso es posible que se queden sin técnicos. Reinaldo Rueda tiene dos ofertas tentadoras, suculentas y concretísimas. Su contrato vence el 31 de diciembre, no obstante hay que ver si no terminan convenciéndolo. Y Pablo Repetto se ganó un nombre como para que lo requieran de muchos países. Nacional tiene 11 ó 12 futbolistas que podrían emigrar; Independiente 7 u 8. El éxodo se ha vuelto más brutal porque ahora hay decenas de mercados ávidos de llevar jugadores sudamericanos, la materia prima de máxima calidad.
Y cada vez hay más dinero en el fútbol. A un futbolista que cobra 100.000 dólares por año y le ofrecen 600.000 u 800.000 no hace falta seducirlo, se va nadando si es preciso. Y está en pleno derecho, ha esperado toda su vida por una oportunidad así. De hecho, Davinson Sánchez ya está fichado por el Ajax y Arturo Mina por River Plate. Los seguirán varios más y los clubes deberán empezar de nuevo a armar un proceso competitivo desde cero. Es la cruenta realidad de nuestro fútbol continental. El éxito nunca puede ser un problema, pero acá parece serlo: desarma todo.
Estamos viviendo la primera final de Libertadores entre dos equipos del Pacífico, algo que hace cuarenta o cincuenta años hubiese sonado inconcebible, tanto como que Islandia eliminaría a Inglaterra en los octavos de final de una Eurocopa. Y no sólo dos equipos del Pacífico sino los dos mejores de la Copa. Debemos tomarlo como un gran avance. Es la belleza del fútbol actual: la paridad. Todos tienen posibilidades. También es hora de acabar con la falacia de que el fútbol se igualó para abajo. Nada que ver: estos evolucionaron y se pusieron a la par de los de arriba. Es para celebrarlo.
(*) Columnista de International Press desde 2002. Ex jefe de redacción de la revista El Gráfico.
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