Una vez más Argentina hizo fracasar a Messi, que desde luego asumirá todas las culpas.
¡Campeones…! Un siglo le llevó a Chile poder pronunciar la palabra mágica. Y en casa, con fiesta, con vuelta olímpica merecida. Chile se graduó de grande en el fútbol levantando la Copa América frente a la Argentina de Messi nada menos. Medel, Vidal, Aránguiz, Valdivia, Marcelo Díaz, Eduardo Vargas, Alexis Sánchez, Claudio Bravo, Mauricio Isla… La mejor generación del fútbol chileno en su historia se ganó también ese título junto con la Copa América. Y Jorge Sampaoli, que le dio una lección táctica a Gerardo Martino, encontró la consagración definitiva como entrenador de envergadura, de nivel internacional.
Que haya tenido que esperar la tanda de penales no minimiza el triunfo de Chile. Fue mejor desde el minuto uno al 120. Y en los tiros penales, más todavía. Es edificante cuando se corona el mejor. Y Chile lo ha sido desde el partido inaugural hasta el final. El más regular. Argentina había tenido pasajes brillantes, pero nunca terminó de redondear una imagen verdaderamente sólida. Y Chile lo superó con solvencia en la final. No en goles, sí en táctica, en dominio, en ideas, en convencimiento de cómo conseguirlo. Y en presencia anímica.
El clima fue impresionante, y como es absolutamente lógico jugó para el local. Jamás el pueblo de Chile tuvo tanta ilusión. El millonario chileno Leonardo Farkas (magnate del acero) regaló 40.000 banderas nacionales para que cada simpatizante local tenga un símbolo que agitar en todo momento. “Tenemos la mejor afición del mundo, pero desgraciadamente nunca he visto a un aficionado anotar un gol”, decía Jock Stein, el famoso técnico escocés del Celtic campeón de Europa. Muy buena. Sin embargo imaginamos el impulso que recibe el jugador local frente a ese mar de banderas rojas, blancas y azules, y lo que debe ser para un futbolista visitante sobreponerse al ambiente del estadio Nacional, por más experiencia que tenga.
Sampaoli mostró de arranque respeto por Argentina: paró una línea de cinco defensores con Isla-Silva-Medel-Díaz-Beausejour y no la movió en toda la tarde. Pero eso no le impidió a Chile tomar la iniciativa. Se adueñó de campo y pelota ya en los primeros minutos. Mandó de entrada en el partido. Porque al excelente Charles Aránguiz se sumaba Marcelo Díaz en el medio, dos jugadores duros y grandes estrategas. Toda la final la manejaron ellos. Notables, precisos en los pases, sabios en la conducción, serenos, templados. Al principio esperaron; cuando advirtieron que Argentina era menos de que lo ellos pensaban, se adelantaron quince metros y comenzaron a establecer supremacía. A partir de ellos Chile fue un colectivo en todo sentido.
Argentina correspondió a esa prudencia manteniéndose muy numerosa de media cancha hacia atrás. Apenas Pastore, Messi y Agüero para las aventuras ofensivas, pero contra mucha gente por delante. Di María, que despertó en parte ante Paraguay, volvió a su normalidad: errático, perdiendo muchos balones, intentando carreras solitarias y alocadas sin ningún porvenir. Un jugador absolutamente sobredimensionado. Se fue lesionado a los 22 minutos. Agüero, manso, entregado, fue absorbido por completo por los centrales rivales y Pastore intentó jugar, aunque muy blandito y sin conexión con Messi. Un jugador sin rebeldía Pastore. Sólo por derecha, sin nadie cerca para tocar, Messi se las ingenió para hacer amonestar a Gary Medel y Marcelo Díaz en el primer tiempo, dejándolos en libertad condicional para el segundo. Una vez más Argentina hizo fracasar a Messi, que desde luego asumirá todas las culpas. Salvo algún avance aislado, Argentina no tenía cómo hilvanar juego.
Siempre decimos que Argentina convoca jugadores por lo que hicieron hace cinco años, no hace cinco meses.
Las acciones de peligro fueron contadísimas. Hubo un tiro libre de Messi a ras que sacó muy apremiado Claudio Bravo y, antes de que se fuera esa primera parte, Lavezzi le quemó las manos al excelente golero chileno con un remate de derecha que fue lo más peligroso visto hasta ahí. Puramente casual, esas dos llegadas no se correspondían con el desarrollo. Chile estaba mejor parado. Y lo ratificó en la segunda etapa adueñándose con autoridad del control del juego. Al gran partido de Aranguiz y Marcelo Díaz se sumaron Valdivia y Arturo Vidal, como ejes de la final. También impecable Medel atrás, omnipresente. Sampaoli ganó con amplitud el duelo táctico. Chile no sufrió grandes contratiempos y mandó siempre. En los 90’ y en el alargue. Un equipo mejor fundamentado tácticamente y con varios jugadores capaces de manejar la pelota. Antes de irse al alargue, Alexis Sánchez hizo temblar a Argentina con una media vuelta furibunda que se fue rozando el palo derecho de Romero.
La tardía entrada de Banega en Argentina (minuto 80) resultó importante, pero no un acierto de Martino, fue un error suyo no poner de entrada al volante de mejor dominio de pelota y con mayor claridad conceptual que tiene en el plantel. El único que sabe, quiere y puede juntarse con Messi. Al final del tiempo reglamentario Messi lideró un contraataque velocísimo, le sirvió la pelota abierta a Lavezzi y este la cruzó para Higuaín. Podía ser el gol del campeonato; Higuaín no llegó. No hubiese sido justo.
Siempre decimos que Argentina convoca jugadores por lo que hicieron hace cinco años, no hace cinco meses. El caso de Higuaín es paradigmático en tal sentido. Hace tiempo está fuera de nivel, pero sigue siendo convocado por hábito, no por mérito. En su lugar pudo entrar Tevez y aportar un poco de agresividad, de asociación con Messi. Convocatorias discutibles, cambios tardíos, desacertados, un sistema de juego que no se advierte cuál es y una actitud general que no convence. Es el saldo atribuible al técnico Gerardo Martino. Y no vislumbramos que sea cuestión de tiempo, sino de capacidad. Nunca creímos en un equipo timorato con técnico valiente. Ni al revés. Por los técnicos hablan sus equipos. La apatía general remite a su entrenador. Martino viene de una Copa América de espanto con Paraguay (2011), de una temporada en blanco con el Barcelona (que además coincidió con el año más bajo de Messi) y ahora esta Argentina que se va de la final con una imagen muy pobre, un conjunto de individualidades dispersas.
Finalmente, en un acto de arrojo, el presidente de la Conmebol, Juan Ángel Napout, llegó a Chile el domingo al mediodía para entregar la Copa. Un héroe… Conociendo a Napout sabíamos que esa foto no se la perdería ni aunque lo siguieran la Gestapo, el Mossad y la KGB. En su estructura mental, primero está entregar la copa, luego todo lo demás.
* Columnista de International Press desde 2002. Ex jefe de redacción de la revista El Gráfico.
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