Desfile para celebrar rendición de Japón se realizará en plaza donde mataron a estudiantes
El forzado olvido de China ante la matanza de Tiananmen, de la que este jueves se cumple el 26 aniversario, es paradójico en 2015, un año en el que Pekín aprovecha las siete décadas del final de la Segunda Guerra Mundial para exigir a Japón que deje de negar su historia de agresión.
Como cada año, China pasará de puntillas por el que para muchos es el acontecimiento más conocido de su turbulento siglo XX, la matanza de cientos de estudiantes -ni siquiera su número y nombres se han investigado- el 4 de junio de 1989, tras semanas de protestas pro democracia.
En 2015, este olvido contrasta con el gran esfuerzo gubernamental por recuperar otras imágenes de sufrimiento, las que generaron ocho años de guerra con Japón (1937-45) en las que el ejército nipón mató a cientos de miles de civiles, usó armas químicas y condenó a mujeres chinas a ser esclavas sexuales de sus soldados.
Mientras el aniversario de Tiananmen sólo se «recordará» con un aumento de las medidas de seguridad en la plaza que da nombre a la matanza y con un mayor control a activistas y disidentes incluso no relacionados con aquel hecho histórico, el de la guerra con Japón va acompañado de decenas de películas, exposiciones y conferencias.
La mayoría de los canales de televisión ofrecen estos meses series de tinte bélico en las que se cuenta la heroica resistencia del pueblo chino ante Japón, y el 3 de septiembre, fecha en la que Tokio firmó su rendición, se ha declarado festivo nacional y habrá un desfile militar, precisamente en la Plaza de Tiananmen.
No sólo los hechos de 1989 son sistemáticamente olvidados y están ausentes en las conversaciones, los medios o las manifestaciones culturales: lo mismo ocurre con errores del maoísmo como el Gran Salto Adelante (1958-61) o la Revolución Cultural (1966-76), en los que murieron decenas de millones de personas.
«El Gobierno chino dedica grandes esfuerzos por borrar la narrativa histórica de cualquier periodo doloroso, y desgraciadamente, han sido bastante efectivos, especialmente entre la generación más joven», explica a Efe el investigador de Amnistía Internacional William Nee.
«Es difícil saber cuán profunda es la amnesia cultural, porque no se permiten encuestas públicas en estos asuntos, pero la gran hambruna causada por el Gran Salto Adelante o la represión de Tiananmen apenas son conocidas por gente sin directo contacto con esos eventos», relata.
Sin embargo, matiza Nee, ante la Revolución Cultural (que al menos se juzgó, con el proceso a la Banda de los Cuatro) la situación es algo diferente, aunque no por deseo del régimen.
«Suprimir todos los recuerdos de ella es más complicado, porque fue directamente experimentada por la mayoría de la población que vivía en la época», señala este investigador, quien recuerda no obstante que no se permite un museo sobre aquel hecho histórico.
El estudioso de Ciencias Políticas Yan Xiaojun, de la Universidad de Hong Kong, es algo más moderado respecto a la actitud del Gobierno y la sociedad china hacia su historia reciente, y opina que no se trata de una cuestión represiva, sino cultural e inherente al carácter nacional, quizá de todo Oriente.
«Los ciudadanos chinos tienden a buscar consenso a la hora de conversar, y consideran que tratar un asunto en el que hay opiniones muy diferentes no es conveniente», destaca el experto.
«Otra cuestión es que la mentalidad china intenta mirar al futuro y no al pasado, o a utilizar hechos históricos que sirvan para su futuro», señala Yan a Efe.
El profesor niega que asuntos como Tiananmen o la Revolución Cultural estén totalmente silenciados -«aparecen en libros de texto y son discutidos en discursos oficiales», defiende- pero también reconoce que «el poder estatal controla el pasado con el objetivo de controlar el futuro».
Ambos expertos coinciden en que China no hace mal recordando lo ocurrido durante la invasión japonesa, aunque para Nee ese duro ejercicio de la memoria debe extenderse a acontecimientos posteriores.
«China fue agredida en la Segunda Guerra Mundial, y víctimas de la guerra como las ‘esclavas sexuales’ forzadas a acostarse con el Ejército japonés aún buscan justicia, mientras algunos sectores del Gobierno y la sociedad nipona encubren esa historia», subraya.
Uniendo las dos situaciones, Nee concluye que «el Gobierno chino debería autorizar la libertad de prensa y de expresión, incluyendo la investigación y publicación histórica de un modo objetivo».
«Si (China) tuviera los mismos estándares a nivel nacional (Tiananmen) que internacional (guerra con Japón) ayudaría a su credibilidad», señala Nee sobre una China donde el ciudadano medio no conoce la icónica foto del hombre del tanque en la Matanza de Tiananmen pero puede visitar las fosas comunes de la Masacre de Nankín (1937).
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