Como una ráfaga pasó la doble jornada de la Eliminatoria. Bendita sea. Es la única ocasión que tenemos de sentir de cerca a nuestros jugadores. De volver a poner en juego el orgullo. Uno imagina, por estas horas, la satisfacción del hincha colombiano al ver que su selección da espectáculo y gana, de tener algunos futbolistas tan buenos. El público quisiera que estos partidos no terminen, si fuera posible que hubiera dos por semana, hoy contra Paraguay, el domingo frente a Perú, luego con Argentina y así… Son fascinantes por el grado de expectativa y emoción que generan. Los países se detienen por dos horas. Antiguamente se decía “…el representativo de la asociación chilena se medirá con su par de la Federación Ecuatoriana”. Hoy es Chile versus Ecuador.
Abolidas las guerras, los combatientes que nos representan son los futbolistas. No los remeros ni los pesistas, ni siquiera los basquetbolistas. Es como si todos, extraoficialmente, hubiésemos designado al fútbol para representarnos como nación, como cultura. Para defender honores y establecer supremacías. Se supone que si somos calificados en fútbol somos buenos en todo. O podemos serlo. Nos hace sentir importantes.
Por eso la ardorosa lucha por llegar al Mundial. Ya una vez en él, podemos flaquear en primera ronda, pero hay que estar allí, ser parte de los 32 que el planeta mira y admira. De ahí que sea más tensionante la Eliminatoria que el Mundial.
En esa ráfaga excitante que dura 8 ó 9 días entre que los cracks arriban de Europa y se vuelven a ir, la ilusión del país posa sus ojos en ellos, quiere verlos, sentirlos propios, arroparlos de cariño, confortarlos. Pero he aquí que son casi invisibles, intocables, inabordables. Llegan al aeropuerto y salen a la carrera por una puerta lateral, se suben a un carro de vidrios polarizados y rrrrrruuuuummmmm, desaparecen. Luego, en esos cuatro o cinco días que permanecen en el país nadie los ve, están en un bunker rodeados de seguridad, no dan entrevistas, si es posible eluden hasta la conferencia de prensa, mucho menos visitar un programa de TV donde la gente pueda verlos, saber cómo hablan, qué piensan, en una charla distendida.
Que están concentrados, que no quieren hablar con la prensa, que ahora no, que no van a bajar, que están descansando… Llega el día del partido y a la mañana siguiente, antes que uno acometa el desayuno, ya se fueron. Otra vez, lentes oscuros, privacidad total, misterio, pasó por esa puerta, ya embarcó…
Desde luego los futbolistas no vienen a hacer sociales sino a jugar, a aprovechar el corto tiempo de que disponen para entrenar y compartir con familiares y amigos. También a estar concentrados en el objetivo. Muy entendible, por cierto. Pero, da la sensación de que exageran con el hermetismo, con su condición de estrellas, de ciudadanos VIP. Son seres intangibles, inalcanzables para la gente, que los ama, los idolatra. Están siempre apurados, hablando por celular, enviando mensajitos que seguramente no tienen la menor importancia. El día del partido Argentina-Paraguay, una hora y media antes del juego, los futbolistas guaraníes entraron a la cancha para pisar el césped y hacer un reconocimiento. Estaban todos con uno o dos celulares, hablando o mensajeando en el centro del campo. No era la imagen de la concentración, tampoco muy deportivo.
El público tiene avidez por saber algo de sus ídolos, pero no le conoce ni la voz a muchos de ellos. Más o menos un mes atrás, antes de su combate con Julio César Chávez hijo, Maravilla Martínez (campeonísimo de peso medio) concurrió, invitado, a una serie de programas de televisión en Buenos Aires. Dio varias entrevistas. Incluso escribe una columna mensual en la revista Ring Side y está anunciado para fin de octubre el lanzamiento de su libro autobiográfico escrito por él mismo. Maravilla tiene una historia muy particular, es un talento del cuadrilátero, todos queremos saber su historia, cómo es, qué piensa. Fue muy interesante. Luego se zambulló en el objetivo y le dio una refinada lección de box al joven mexicano.
Naturalmente, hay casos diversos. Messi son cinco centavos aparte; es la antípoda de Maravilla. Su timidez (según cuentan, Zinedine Zidane es idéntico en esto), su introversión lo disculpan en cierto modo. Y, aparte, donde va hay una muchedumbre que pugna por llegar hasta él. El resto es más terrenal. Podría hacer cosas sencillas como dar alguna entrevista, sonreír, dar unos autógrafos, socializar más con el pueblo, que los ama.
El Mago Capria, aquel zurdo de Racing y Estudiantes que también pasó por Barcelona, hoy sereno comentarista de ESPN en Hablemos de Fútbol, dijo hace unos días: “Mientras dura su carrera, el futbolista vive en una nube…” En un mundo irreal, sí.
Totalmente de acuerdo.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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