Jorge Barraza: «Aquella infame final de 1962…»

Jorge Barraza

Por Jorge Barraza*

Con el estilo escueto y sobrio que imperaba en el periodismo hace medio siglo (al menos para el fútbol), O Estado de Sao Paulo tituló en su página deportiva del 3 de agosto de 1962: “El Santos empató: es campeón de América”. Lo ilustraba con tres fotos, una crónica ultraparcializada y las alineaciones de los equipos. Así cubría una final de Copa Libertadores jugada en el propio estado de San Pablo. De cualquier modo, la noticia no tendría nada de extraordinario si no fuera porque Santos no se coronó campeón de América. Al menos no en esa noche agitada, violenta, accidentada e interminable que rodeó al más insólito de los 4.664 partidos de la Copa Libertadores. Y no fue un error del diario…


Cuando ya eran las primeras horas de la madrugada de ese 3 de agosto, la torcida santista seguía celebrando en las tribunas. En el camarín, los jugadores brasileños se abrazaban y cantaban. Después de más de 4 horas de partido, agresiones e interrupciones, Santos había igualado 3 a 3 con Peñarol y se coronaba campeón de América ( o al menos eso parecía…), dado que en el cotejo inicial en Montevideo había vencido 2 a 1 con dos goles del fantástico Coutinho.

Sin embargo, a José Macía “Pepe”, el potentísimo puntero izquierdo autor de 405 goles, algo no le cerraba. Quería celebrar pero no le salía. ¿Qué pasaba…? Nos lo contó unos días atrás. “Cuando terminó el partido, para nosotros y para la gente éramos campeones. Todo el mundo celebraba. Pero, al volver al vestuario, en el pasillo, el lateral derecho uruguayo González (Edgardo) me dijo: ‘Mirá que no valía, eh…’ Le entendí perfecto porque mis padres y toda mi familia eran españoles. Me dejó confundido. Entré al vestuario y lo comenté, pero no le dieron importancia al tema, siguieron festejando. Al día siguiente nos enteramos que el réferi había terminado el juego con el 3 a 2 para Peñarol y debíamos disputar un tercer partido”.
 
¿Qué había sucedido…? De todo. Vencía Peñarol 1-0 con gol de Spencer y lo dio vuelta el Santos a través de Dorval y Mengalvio, todo en el primer tiempo. Pero apenas comenzado el segundo, en 6 minutos de nuevo Peñarol pasó al frente con tantos de Spencer y Sasía: 3-2. El público, ya exaltado, ahora parecía explotar. Y un suceso lo enardeció más. Pepe Sasía lo recuerda en su libro »Orsai en el paraíso»: »El lío fue conmigo porque en el segundo gol de Spencer yo le tiré tierra en los ojos a Gilmar, el arquero de ellos».
 
Inmediatamente después del tercer tanto peñarolense, el juez chileno Carlos Robles se acercó a la alambrada a sancionar un tiro de esquina y recibió de lleno un botellazo arrojado por la parcialidad de Santos, quedó bamboleante, lo llevaron al vestuario y allí estuvo una hora y media. ¿El partido…? Detenido. ¿La gente…? tronando. Iban 7 minutos del segundo tiempo al momento de la suspensión.
 
En camarines empezó otra guerra de nervios y gestiones cruzadas entre directivos. Robles recibió amenazas de todo tipo para continuar el juego de parte de los locales. El técnico Lula admitió haberlo tomado del cuello. El partido había comenzado a las 9 y media de la noche del 2 de agosto. A las 0,12 del viernes 3, los 22 jugadores volvieron al campo de juego para retomar el juego. Pero sólo los de Peñarol estaban enterados de un hecho fundamental: los 38 minutos que restaban disputarse no serían oficiales (Robles habló con ellos y les suplicó casi: «Muchachos, ayúdenme porque si no nos matan a todos»). Para el público, el juego siguió normalmente, pero Robles ya había cerrado la planilla con el triunfo visitante por 3 a 2. En el lapso que se jugó «pour la gallerie», Pagao conquistó el empate a 3, que supuestamente le daba el título a Santos. De allí las celebraciones del final. De allí también que los diarios titularan «Santos campeón de América».
 
Alguien le sugirió a Robles una idea ingeniosa: “Entre y juéguelo como si no pasara nada, al menos podrán salir con vida”. Funcionó. Al día siguiente por la tarde, cuando ya la terna arbitral había abordado el avión, se supo la verdad: el partido terminó 3-2 y habría desempate en Buenos Aires. A los dos días se conoció el dramático informe del juez. Decía:… Me fue lanzada una botella que me pegó en el cuello. Debido a esto quedé semiinconsciente y momentáneamente ciego. Al recuperar la lucidez me encontré en los vestuarios rodeado de dirigentes… Por lo expresado más arriba, decidí suspender el match por no tener garantías para desarrollar mi misión… Directivos brasileños trataban de convencerme para que continuara el partido a lo cual me negué rotundamente. Debido a mi actitud fui amenazado por el Presidente de la Federación Paulista, Sr. João Mendonça Falcão, quién me dijo que si no continuaba dirigiendo el match, él como Diputado, me haría detener por la Policía…
“…Como mantuve mi decisión, me insultó delante de mis compañeros Bustamante y Massaro, diciéndome ‘ladrón, cobarde, yo puedo probar que usted es un sinvergüenza’… “…Otras dos personas que habían entrado al vestuario pretendiendo hacer cambiar mi actitud, los señores Luis Alonso, entrenador de Santos, y el presidente del club, Athié Jorge Koury, me insultaron y dijeron que  ellos no respondían por mi vida  al salir del estadio”.
 
Este jueves-viernes se cumplieron 50 años de aquella noche plagada de intolerancia. A la misma hora de esas graves incidencias, en un club nocturno de Río de Janeiro se registraba un suceso edificante: Antonio Carlos Jobim estrenaba su inmortal Garota de Ipanema. Casi un mes después, ya repuesto del desgarro sufrido en el Mundial, Pelé volvió para jugar el desempate: marcó dos goles y Santos ganó 3 a 0 a Peñarol en cancha de River. Entonces sí pudo celebrar tranquilo. Y los diarios afirmar sin temores que tenían un nuevo campeón de América.
 
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.

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