Guardiola, un entrenador irrepetible. Por Jorge Barraza

Jorge Barraza
Jorge Barraza

Va a costar mirar el banco catalán y no ver al gran hermano de Xavi, Iniesta, Messi, Puyol, Busquets. Pep Guardiola lo venía anunciando: “Mi tiempo en el Barsa se está acabando”. No quería renovar contrato por más de un año, aunque el club le ofrecía el puesto vitalicio. Lo anhelaban el Ferguson catalán. Y podía exigir a piacere. Cataluña rezó para que se quede. No hubo caso. Nada podía torcer su decisión.

Después de haberle implorado para que siga, el joven técnico de 41 años decidió tomarse un año sabático. “El tiempo todo lo desgasta”, dijo. “Y me he quedado vacío”.


Fueron cuatro años de exhibición tras exhibición, de conquistas y alegrías. El viernes, luego del rotundo 3 a 0 al Athletic de Bilbao y levantar otra Copa del Rey, el gran orfebre dejó su obra, la dio por concluida. Le pasó el buzo a su mano derecha. Que compartió todo con él, que conoce al grupo, profesa la misma religión del virtuosismo, sí, pero ¿podrá Tito Vilanova mantener la mística de este equipo…? ¿Seguirá ganando, goleando y gustando…? ¿Tiene el asistente la personalidad del principal…? Huuuummmm… Pep es Pep, Tito es Tito.

¿Si es el fin del ciclo…? Desde luego. Con su alejamiento culmina una etapa. Vilanova dará comienzo a otra, que difícilmente pueda ser igual. Estamos frente a un gigante de la dirección técnica.

Se despidió como entró: campeón. El año anterior, por estos mismos días, cuando Guardiola no daba pistas de  su continuidad, nos preguntábamos: “¿Cuándo se extinguirá esta maravilla futbolística? Seguramente no ha de ser cuando se retire Xavi, su comandante en jefe, tampoco cuando se sienta viejo y pesado Puyol. Ni cuando las piernas de Messi pierdan frescura y velocidad.


“No. Será cuando Guardiola diga adiós y se lleve con él la fuerza fabulosa de su convicción. La que aprendió de Cruyff, la que mamó de jovencito en La Masía, pero la que él elevó al límite de la perfección con un rigor casi sagrado: nadie puede revolear la pelota; aún en situaciones apremiantes hay que salir jugando; ni el arquero está autorizado al pelotazo; el toque debe ser como la respiración, continuo, rítmico, sereno. Y atacar, atacar, atacar. Y defender, defender, defender. Y una vez recuperado el balón, tocar, tocar, tocar hasta apabullar al adversario. Y nunca hacer tiempo ni buscar la falta ni especular con el resultado ni ampararse en la condición de visitante. Jamás renunciar a la idea.

“¡Que fantástica capacidad de liderazgo y persuasión ha de tener un individuo para lograr que un grupo de deportistas de élite la recoja y la aplique tan a rajatabla…!

“Sin buenos futbolistas ningún técnico hace milagros. Se sabe. Y sin geniales artistas como Xavi o Messi, Guardiola no sería el celebrado director de orquesta que es. Pero ni Xavi ni Messi, y menos los otros, jugarían como lo hacen sin el gran guía que ocupa el banquillo. Estos mismos cracks vienen de antes, con Rijkaard. Y jugaban bastante bien, pero estaban a años luz de este ballet.


“Guardiola ha logrado lo que todos los entrenadores soñaron alguna vez: tener un equipo por momentos invencible, audaz, que gane, guste y golee, que derrumbe toda oposición sobreponiéndose al cansancio, a las tácticas adversarias, al aburguesamiento que da el dinero grande. Que mantenga la mística ganadora sin apartarse de la inflexible premisa, del dogma casi ascético y fundamentalista de su ideólogo: la estética por encima de todo, aun del resultado.”

A propósito del resultado, para quienes sólo adoran ganar, Pep baja el telón con un saldo jamás visto: 14 títulos en cuatro temporadas, 179 partidos ganados y apenas 21 perdidos. Con 638 goles marcados y sólo 181 recibidos. Todo en sus cuatro años iniciales como conductor en Primera División. Pero si los números son de leyenda, el juego ha sido impresionante.


Guardiola se aleja con la admiración de sus colegas. Marcello Lippi, brillante conductor de la Italia campeona del mundo de 2006, declaró ya el año anterior: “El Barsa es el equipo más fuerte de todos los tiempos. No existe ningún otro que jugara así en el pasado”. Y agregó que, a lo largo de la historia ha habido conjuntos «excepcionales», como el Inter del argentino Helenio Herrera o el Milán de Arrigo Sacchi, pero insistió en que el juego azulgrana es «un fenómeno único», que no puede compararse con nada y supone “una revolución” en el ámbito futbolístico.

Como él piensa la mayoría de los analistas, ex jugadores y técnicos. El fútbol mundial se ha rendido ante una evidencia aplastante. Todo lo conocido hasta hoy eran equipos que acumulaban títulos pero no brillaban, u otros que deleitaban pero les faltaba punch. Hubo, sí, formidables excepciones que han ganado e impactado, Brasil del ’70, el Real Madrid de Di Stéfano, el Santos de Pelé, el Ajax de Cruyff, aunque ninguna unió tal preciosismo y contundencia. Y durante tanto tiempo.

Para cualquier comparación con el pasado es determinante considerar la velocidad del fútbol actual y la presión sobre la pelota y sobre el rival. Sin el menor atisbo de duda, ahora es más díficil.

Por ello el mérito del Barsa es inmenso. Ha conseguido lo que nadie con los obstáculos actuales. Guardiola ha condensado a todos sus ilustres antecesores, como Rinus Michels, Telé Santana, Helenio Herrera, César Luis Menotti, Alex Ferguson, el propio Lippi, Mourinho y todos los que han vivido para alcanzar esta perfección de belleza y resultados.

Su gran legado es subordinar la victoria al procedimiento, nunca al revés. Tal vez vuelva el año entrante, pero en ese lapso, el mundo extrañará a un entrenador irrepetible.

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