Los tatuajes, un tabú aún grabado bajo la piel de Japón

Alcalde de Osaka insinuó que despediría a funcionarios que llevaran algún tipo de tatuaje


Andrés Sánchez Braun / EFE

En Japón, donde muchos aún consideran tabú el arte de los tatuajes, aquellos que a diario procuran lucirlos con discreción se han situado en el centro de las miradas por una polémica iniciativa del alcalde de Osaka.


A principios de mayo Toru Hashimoto, regidor de la tercera urbe más poblada del país, decidió enviar un cuestionario a más de 30.000 funcionarios en el que pedía que detallaran si llevaban algún dibujo grabado en su cuerpo.

Aunque la encuesta no especificaba la adopción de medidas disciplinarias en caso de respuesta afirmativa, Hashimoto, un independiente de 42 años que ha apoyado su carrera política en el populismo de derechas, sugirió públicamente que aquellos con un tatuaje tal vez deberían pensar en dejar sus empleos.

El lenguaraz alcalde sabe muy bien que en Japón no está solo en lo referente a este tema.


Un gran número de nipones aún siente aversión y asocia cualquier motivo decorativo grabado sobre la piel con el submundo criminal, ya que tatuarse el cuerpo es una conocida tradición de los yakuza (los miembros de la mafia).

Aparentemente, el ayuntamiento remitió el documento tras las continuas quejas de ciudadanos escandalizados porque miembros del servicio de recogida de basuras lucían tatuajes, y después de que un asistente social «aterrorizara» a unos niños al enseñarles el que llevaba en un brazo, explicó el diario Japan Times.


El rechazo en Japón a esta práctica alcanza, por ejemplo, a muchos gimnasios, piscinas o balnearios, donde se impide la entrada a aquellos que luzcan cualquier símbolo dibujado bajo la piel.

Los resultados de la polémica encuesta (los profesores de los centros de enseñanza pública, por ejemplo, se negaron en bloque a responderlo) fueron finalmente publicados la pasada semana y revelaron que más de un centenar de empleados públicos lleva algún tipo de motivo grabado en su cuerpo.

«Si quieren tener tatuajes, deberían dejar de trabajar para esta ciudad y hacerlo para el sector privado», comentó entonces Hashimoto, sin precisar si abogaría por despedirles o por obligarles a borrarse los dibujos.

La encuesta y los comentarios han logrado de momento reavivar el debate sobre la intolerancia que aún persiste hacia el tatuaje en Japón, donde se llegó prohibir oficialmente en la era Meiji (1868-1912).

Los gobernantes que en esa época capitaneaban el país hacia una vertiginosa industrialización abogaron por la medida al considerar que los tatuajes daban una imagen de escaso refinamiento de cara a los visitantes extranjeros.

Poco les importó a los tecnócratas de Meiji que el tatuaje japonés hubiera alcanzado sus máximas cotas expresivas como disciplina artística a lo largo del periodo Edo (1603-1868).

Lo hizo sobre todo gracias a la publicación en tierras niponas de la narrativa épica china «A la orilla del agua», que solía ir acompañada por llamativas ilustraciones de artistas de ukiyo-e (grabado japonés).

El éxito fue tal, que muchos comenzaron a pedir a los grabadores que les tatuaran esos dibujos cuajados de bandidos, serpientes, carpas o flores de loto en el torso.

Fue así como se perfeccionó el preciso (y lacerante) arte del irezumi, que consiste en introducir la tinta bajo la piel mediante herramientas como cinceles y gubias, y requiere largos años de disciplinada formación a las órdenes de un maestro.

La belleza que proyectaban los colores y sombras del irezumi, o su uso de la perspectiva, sedujo incluso a jefes de Estado extranjeros, como el zar ruso Nicolás II, que se tatuó un dragón en el brazo durante una visita a Kioto en 1891.

Eso no importó a la Administración Meiji, que se aprovechó de la mala imagen de los yakuza y de la costumbre de tatuar a los presos en las cárceles para ligar esta disciplina con la criminalidad.

Pese a que el Gobierno de ocupación estadounidense despenalizó esta práctica en 1948, el estigma aún resiste, aunque cada vez más japoneses aceptan los tatuajes.

El cambio de hábitos ha ayudado en este sentido, ya que la mayoría apuesta hoy por tatuarse pequeños dibujos con agujas, a diferencia de los grandes y llamativos despliegues propios del irezumi, mucho más doloroso y caro.

Los pocos maestros de irezumi que hoy quedan en activo suelen señalar además que hasta los yakuza han empezado a cambiar de hábitos y que muchos ya no se tatúan para no llamar la atención.

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