Gane quien gane, el mundo no se va a acabar

A escasas horas de las elecciones que definirán al próximo presidente del Perú


Por Enrique Higa

Odiar se ha convertido en la ocupación favorita de muchos peruanos en estos días. Odiar al que no piensa como tú. Si piensas votar por Ollanta, eres un chavista que no quiere a su país, un irresponsable al que no le importa que un extremista dinamite el modelo económico. Si piensas votar por Keiko, eres un corrupto, un canalla sin alma. Si piensas votar en blanco o viciar tu voto, un cobarde que se lava las manos.


¿Un antihumalista no podrá concebir que votes por Ollanta porque crees genuinamente que el modelo necesita ajustes para hacerlo más inclusivo, porque estás harto de que el crecimiento del que tanto se habla no te beneficie?

¿Un antifujimorista no podrá concebir que votes por Keiko porque crees genuinamente que no es como su padre y que garantiza la continuidad de un modelo que ha logrado reducir la pobreza?

Parece que el mundo se fuera a acabar el domingo 5 de junio. Si gana Ollanta, el infierno chavista. Si gana Keiko, el infierno montesinista. El apocalipsis toca la puerta de tu casa.


Yo no voté por ninguno y me gustaría despertar cuanto antes de esta pesadilla (¡ojalá se pudiera retroceder en el tiempo!), pero creo –quiero creer, qué remedio– que ninguno como presidente sería tan nefasto como sus detractores aseguran.

Muchos temen que Humala intente replicar el modelo chavista. ¿Por qué tendría que intentar implantar un modelo que no funciona? Sería estúpido hacerlo. Y Ollanta no es estúpido. Es un tipo práctico. Si los gobiernos de izquierdistas moderados como Lula y Bachelet fueron exitosos y culminaron sus periodos con una aprobación superior al 80 por ciento, ¿no sería mejor intentar parecerse a ellos? Simple lógica, ¿por qué copiar lo malo si puedes copiar lo bueno con mejores resultados?


Además, las circunstancias son distintas. El pujante Perú de 2011 no tiene ninguna semejanza con la golpeada Venezuela de 1999.

Muchos temen que Keiko emule a su padre. ¿Por qué tendría ella que socavar la democracia? ¿Qué ganaría con eso? ¿Cerrar el Congreso? ¿Torpedear las instituciones? ¿Para qué? ¿No le convendría más portarse bonito? Quizá no por convicciones democráticas, pero sí por sentido práctico.

Por otro lado, ambos candidatos son tan resistidos que serían marcados al milímetro. A la menor desviación, les caerían encima. Espero.

Claro, es probable que me equivoque y quede como un idiota. Que Ollanta patee el tablero, descarrile el modelo económico y convierta al país en satélite del imperialismo chavista. Que Keiko libere a su padre y los fujimoristas secuestren el Estado y –cuchillo afilado en mano– comiencen a vengarse de sus enemigos.

Sin embargo, prefiero ser optimista para no deprimirme. Dicho sea de paso, ¿algún día votaremos con alegría y esperanza y no llenos de miedo y odio? Los que no votamos por ninguno de los dos en la primera vuelta votaremos el domingo 5 por quien creemos que menos daño moral, económico e institucional le podrá hacer al Perú. O por ninguno, otra vez.

En fin, que ya sea 6 de junio. Que esta superestresante y envenenada campaña electoral acabe de una vez para que los peruanos dejemos de odiarnos.


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